Paysandú fue sede este fin de semana, en Casa Puerto, de las jornadas trinacionales de neuropediatría, organizada por la Cátedra de Neuropediatría del Uruguay, en coordinación con la Sociedad Argentina de Neurología Infantil, la Sociedad Uruguaya de Neuropediatría y la Sociedad Paraguaya de Neurología.
En este caso la convocatoria incluyó a médicos, sicomotricistas, fonoaudiólogos, fisioterapeutas, maestros, profesores y otras actividades vinculadas con una problemática de gran actualidad y proyección, sobre todo porque refiere al neurodesarrollo y la incidencia que en este campo tiene el advenimiento de los medios tecnológicos, fundamentalmente los elementos informáticos y las pantallas que van extendiendo su uso en el campo infantil y cada vez desde más temprana edad.
Debe tenerse presente en primer lugar, para ubicarnos en la vastedad del tema, que la neuropediatría es la especialidad que comprende el abordaje de los problemas neurológicos, que afecta tanto al cerebro como a las estructuras del sistema nervioso, enfocado desde el punto de vista de la pediatría a la luz en este caso de un fenómeno relativamente nuevo, como lo es la explosión tecnológica cada vez más al alcance en forma extensiva por los niños.
Precisamente el evento se ha enfocado en determinados problemas vinculados al neurodesarrollo, caso concreto del uso de pantallas de dispositivos como computadoras, celulares y tablets, además de videojuegos, teniendo en cuenta que este aspecto influye en trastornos de sueño, el desarrollo emocional del niño –también en el aspecto educativo, naturalmente, pero ese no es el elemento central desde este punto de vista neuropediátrico– y desde la mirada profesional, análisis de incidencia en el Trastorno de Integración Sensorial, el Trastorno del Espectro Autista, (TEA), y la epilepsia.
El aspecto del sueño es un factor de primordial importancia en todas las etapas da la vida, habida cuenta de que hay numerosas funciones del cerebro que se desarrollan durante el sueño, y entre ellas figura incorporar recuerdos, aprendizajes, además de mecanismos que tienen que ver con el desarrollo hormonal y endocrinógico, por lo que el sueño implica entrar en una fase distinta de la función cerebral, una pausa de menor actividad pero que no significa apagarla ni mucho menos.
Es oportuno traer a colación la reflexión aportada en este congreso por el Dr. Alfredo Cerizola, Grado 4 en neuropediatría, en el sentido de que “en el niño influye en su bienestar, en el desarrollo y aprendizaje. Muchos de ellos tienen como factores principales –en algunos casos, en otros no– el número insuficiente de horas o algún otro trastorno del sueño”.
Por supuesto el trastorno del sueño no es un aspecto que pueda aislarse, sino que precisamente el déficit acumulativo o incluso parcial tiene serias repercusiones en el organismo, tanto en la niñez como en las otras etapas de la vida, y el hecho de que las pantallas sean un elemento de distorsión implica que el fenómeno debe estudiarse con el máximo rigor y llegar a un diagnóstico de común denominador para la búsqueda de respuesta valederas en esta problemática todavía nueva y que además va evolucionando.
El profesional destacó que la recomendación, de acuerdo a estudios de la Organización Mundial de la Salud es de que los niños de 0 a 2 años no tengan ninguna exposición a la pantallas y subrayó que “hay mucho más perjuicios y ningún beneficio mostrado en las investigaciones que existen” para alentar esta presencia a tan corta edad.
Mencionó que en este período de la vida perjudica el desarrollo del lenguaje, el desarrollo motriz, contribuye a la obesidad y genera problemas de sueño, por lo que la sugerencia y más que ello un imperativo de sentido común es que “hay que limitarlo al máximo. La mejor estrategia es cero minutos, y por encima de los dos años limitarla a una hora con aplicaciones o programas educativos”.
Pero una cosa es lo que se debe hacer, en una evaluación puramente técnica del tema, y otra es compadecerlo con la realidad socioeconómica de los hogares, de las reuniones sociales, de la interacción en centros docentes y otros ámbitos en que participan niños, jóvenes y adultos.
No hay ninguna duda de que la tecnología está cada vez más inmersa en nuestra civilización, cultura y contexto, creando la necesidad de utilizar los aparatos electrónicos como celulares, tablets, computadoras, entre otras, en la vida diaria, como elementos cultural, formativo, de información, de entretenimiento, de comunicación social.
Estudios internacionales señalan que sin lugar a dudas es un fenómeno que trasciende países y culturas, con el común denominador de que como padres de familia se está creando un fenómeno de “crianza tecnológica” para mantener “ocupados” a los niños y adolescentes, mientras los padres están en sus cosas, porque o bien se llega cansado del trabajo, de reuniones, y lo que se quiere es descansar, leer, o mirar TV, incluso irse a la computadora, en lugar de participar en el intercambio entre los integrantes de la familia.
Estamos por lo tanto ante un factor que distorsiona la formación y la educación desde la célula familiar, si evaluamos, como bien se indicó en el evento que se desarrolló en Paysandú, que el crecimiento es afectado por la estimulación del desarrollo cerebral causada por la exposición excesiva a las tecnologías (teléfonos celulares tablets, TV). Esta se asocia con la función ejecutiva y simultáneamente con un posible déficit de atención, retrasos cognitivos, problemas de aprendizaje, aumento de la impulsividad y la baja capacidad de autorregulación, así como una marcada tendencia a la frustración.
Otra incidencia apunta a que este tempranero y excesiva “pantallitis” evita que el niño se desarrolle según su etapa de crecimiento, ya que no estimula su cuerpo físicamente e intelectualmente, y ello queda en evidencia a menudo en su rendimiento escolar en cuanto a su lecto-escritura y comprensión de textos.
Más allá de derivaciones en obesidad, trastornos del sueño cuando la gran mayoría de los padres no supervisa el uso que le dan sus hijos al celular tanto desde el punto de vista del tiempo como del contenido, se aprecia un crecimiento de episodios depresivos, ansiedad, déficit de atención y comportamientos inadecuados, incluyendo los del tipo agresivo, así como la disminución de la concentración y de memoria.
A ello se agregan comportamientos adictivos, como aislamiento, falta de apego hacia los padres, dependencia de sus celulares y no discriminar espacios frente a su utilización.
El gran problema, por supuesto no es el instrumento, sino los excesos y descontrol en su uso, sobre todo en las primeras etapas de la vida, lo que da la pauta de que los correctivos deben partir desde la célula hogareña, donde lamentablemente además en países como el nuestro hay todavía cierto analfabetismo digital frente a niños que ya nacen con un celular o una tablet en sus manos –y si no, se la da la escuela–, lo que se conjuga con problemas sociales como muchas horas de trabajo y por lo tanto escasa presencia parental en el hogar.