Región con menos crecimiento y sin desarrollo

El escenario en América Latina, con diferencias entre países –según quien haya hecho más o menos bien los deberes durante la bonanza que duró hasta 2014, y los que gastaron sin ton ni son en medidas populistas sin sustentabilidad– indica perspectivas de más empleo informal y de mala calidad por débil crecimiento económico en este 2019.
Es así que el bajo crecimiento previsto para América Latina este año perjudicará la creación de empleo asalariado en la región y en cambio aumentarán los trabajos informales, según un reporte conjunto de Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe ) y la OIT (Organización Internacional del Trabajo) que también resalta el avance de trabajos promovidos por la tecnología.
Según este informe, el 52% de los empleadores no está satisfecho con el nivel de conocimiento que tienen los jóvenes que se incorporan a su empresa, en tanto los avances tecnológicos están afectando de manera negativa el mercado laboral.
En cuanto a las previsiones, se indica que la región se expandirá en promedio un 1,3% este año y no provocará grandes cambios en las tasas de ocupación y desocupación, pero sí tendrá efecto en los nuevos empleos que se generen sobre todo en países que enfrentan crisis económicas como Argentina, Nicaragua y Venezuela.
“El débil crecimiento económico incidiría nuevamente en una lenta generación de empleo asalariado por lo que se prevé que aumentarán los trabajos de mala calidad, especialmente cierto tipo de trabajo por cuenta propia”, mientras todo apunta a que siga en aumento la informalidad laboral “tanto por la debilidad en la generación de empleo asalariado como por la informalización de empleos existentes”, añadió el informe Coyuntura Laboral en América Latina y el Caribe.
De acuerdo al estudio de ambos organismos de Naciones Unidas, la expansión del trabajo por cuenta propia, el surgimiento de nuevas formas de empleo a través de plataformas digitales “y, en varios países, una mayor informalidad del empleo asalariado”, significan nuevos retrocesos en el cumplimiento de uno de los objetivos de desarrollo sostenible de la Agenda 2030.
Por otro lado otra tendencia que está afectando los mercados laborales en la región –y lo va a hacer de manera aún más fuerte en el futuro– son las transformaciones tecnológicas, habida cuenta de que en muchos casos las nuevas formas de trabajo se desarrollan fuera de las regulaciones existentes, de manera que estos trabajadores no gozan de los derechos laborales y sociales establecidos por la legislación correspondiente.
En este caso se plantea la interrogante de si estas nuevas formas de trabajo son una nueva modalidad de empleo asalariado, un trabajo independiente o si deberían ajustarse las normas existentes porque no reflejan adecuadamente las características de estos trabajos.
La mirada regional del reporte no debe inducir a evaluar que la región es un todo uniforme, sino que no es lo mismo Chile que Argentina, ni Uruguay que Venezuela, aunque la gradual salida del poder por decisión popular de los regímenes voluntaristas establece un cambio de escenario en cuanto a respuestas posibles, pero no sobre la realidad socioeconómica que se vive.
Esta diversidad incorpora dificultades adicionales para consolidar un avance de América Latina y el Caribe hacia un desarrollo incluyente y sostenible, en el marco de avanzar hacia los objetivos de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible (Agenda 2030) al repensar el concepto de desarrollo, las estrategias que los países deben adoptar y la función de la cooperación internacional para facilitar estos esfuerzos.
Frente a un contexto cambiante, se destaca la necesidad de aumentar las capacidades institucionales internas y adoptar modalidades más innovadoras de cooperación internacional para el desarrollo. Esto debería apoyar tanto los objetivos nacionales de desarrollo como los esfuerzos internacionales para promover los bienes públicos regionales y mundiales, pero en un marco de continuidad y antecedentes que distan de ser los mejores en la región, lamentablemente, porque los períodos de relativa bonanza solo han servido para mejorar circunstancialmente calidad de vida, sin a la vez –salvo contadas excepciones– incorporar reformas estructurales e incorporar infraestructura que den lugar a mejores perspectivas de sustentabilidad y acotar vulnerabilidades de cara al futuro.
El hecho de que la región siga apoyada en una economía de exportación de productos primarios, es un factor condicionante, habida cuenta de que los modelos económicos sustentados sobre esta base se han caracterizado entre otros aspectos en que el progreso tecnológico absorbido por el sector exportador no se traslada al conjunto del sistema productivo (no crea cadenas productivas internas), y el relativo progreso técnico se concentra, como en los tiempos del modelo agrario-exportador, en el sector dinámico de la economía sin transferirse, salvo mínimamente, a otras actividades.
Sin dudas, si algo ha caracterizado a la economía latinoamericana es la lentitud de su crecimiento económico, salvo en la década de altos valores de productos primarios, que se esfumó tan pronto cayeron los precios, y siguió dándose el crecimiento sin desarrollo.
Y este es el punto, precisamente, desde que se requiere una mejor elaboración de políticas públicas para el desarrollo, que comprenden cuestiones relacionadas con continuar construyendo capacidades técnicas para diseñar, implementar, monitorear y evaluar los planes nacionales de desarrollo estratégicos. También fomentar la capacidad para gastar mejor, así como para alcanzar consensos políticos y ciudadanos para superar las complejidades de la economía política.
Entre otros aspectos, se requiere tejer instrumentos con vistas a un mejor financiamiento para el desarrollo, centrado en la movilización sostenible de recursos nacionales para el desarrollo, tanto públicos como privados, destinados a invertir en políticas públicas estructurales y a promover la agenda de desarrollo sostenible, que es lo que hasta ahora solo se ha hecho en deseos y enunciados, pero sin capacidad –muchas veces sin voluntad o hasta margen de maniobra– para llevarlo de los papeles a la realidad.