Al servicio de la democracia

El jueves por la noche sucedió algo que no pasaba desde hacía 25 años: volvió a haber un debate televisivo entre dos precandidatos –aunque en 1994 el debate fue entre candidatos–, con la puja entre el colorado Ernesto Talvi y el frenteamplista Oscar Andrade en el programa “Todas las voces” de Canal 4, moderado por el periodista Daniel Castro. Fue un gran hecho para el país y para nuestra democracia, además de haber sido lo más visto de la televisión nacional durante esa noche.
La decisión de estos políticos, que se animaron a debatir ideas y propuestas, sin vueltas, resultó ser un alivio para los ciudadanos que finalmente volvieron a presenciar uno de estos eventos que tanto bien hace al sistema democrático de la nación. Los debates muestran mucho más de un candidato que los spots televisivos y la invasiva propaganda en las calles.
Si bien Talvi y Andrade no son del mismo partido y nos encontramos en instancias de las elecciones internas –durante el debate hablaron más para sus votantes dentro de su fuerza política–, igual significó un gran ejemplo de lo que debieran hacer el resto de los precandidatos o candidatos a la Presidencia una vez que pase esta instancia electoral.
Sería bueno sacarse de la cabeza que debatir ante el rival frente a las cámaras, podría resultar contraproducente para los políticos, cuando es una instancia en la que puede presentar con argumentos sus ideas y planteamientos, delante de un público mayor y de gran alcance. Ojalá que a partir de ahora, y más cuando estén definidos los candidatos por cada partido político, se den los debates televisivos de forma seguida y que surjan de manera natural.
Hace unos meses, el diputado colorado Fernando Amado presentó un proyecto de ley en el Parlamento para que se establezcan como obligatorios los debates entre los candidatos a la presidencia antes de las elecciones nacionales de octubre y del balotaje de noviembre. Montevideo Portal consultó al respecto al diputado Amado, quien dijo que deben celebrarse este tipo de eventos y que si no se vota la ley de debates obligatorios no habrá la misma voluntad ni en octubre ni en noviembre.
Es loable la intención del legislador, pero la obligatoriedad en este aspecto hace ruido. Plantearse debatir debería ser inherente al político, al que pretende dirigir un país. La fortaleza de la democracia también está dada desde ese punto de vista, cuando hay intercambio de posturas, cuando se las confronta, y cuando la ciudadanía, que vota, los ve y puede tomar una mejor decisión según su conciencia.
En una encuesta divulgada por Opción Consultores en noviembre del año pasado, seis de cada diez uruguayos manifestó interés en que los políticos debatan en un mano a mano durante la campaña electoral los temas relevantes para el país. Una práctica que en el resto del mundo es habitual de ver pero en Uruguay, como decimos, aún es poco frecuente y se llevaba cinco lustros sin que eso sucediera.
La pregunta concreta que hicieron los encuestadores fue si les gustaría mirar un debate político por televisión y el 59% respondió que sí, mientras un 27% dijo que le daba lo mismo y solo un 12% argumentó que no le interesaría. En todos los partidos políticos, la mayoría de sus votantes coincide en que prefiere ver discutir a los líderes.
En aquel sondeo, el 68% de los votantes del Partido Nacional, por ejemplo, señaló que es favorable a que se realicen estos intercambios electorales, mientras que en el Partido Colorado ese número se ubica en el 62%. En el Frente Amplio, el 56% de los votantes desea ver un debate electoral en tele. Y en el resto de los partidos el porcentaje se ubica, también, en un 62% de inclinación positiva.
Mientras en el mundo se planifican debates electorales entre candidatos con total frecuencia y naturalidad, en Uruguay el último que se emitió fue en 1994 entre el colorado Julio María Sanguinetti y el frenteamplista Tabaré Vázquez, moderado por el recientemente fallecido Jorge Brovetto. La victoria de las elecciones la tuvo el Partido Colorado.
En Uruguay, se ha plasmado la idea de que solo quieren debatir los que vienen atrás en las encuestas de opinión. En 1999, Vázquez no aceptó debatir con Luis Alberto Lacalle, que iba por debajo en las encuestas, pero sí quiso hacerlo con Jorge Batlle, que era el favorito en un eventual balotaje (esa segunda vuelta se dio) y que se negó a esa posibilidad.
Para 2004, Jorge Larrañaga retó a Vázquez, pero el actual presidente, que iba con ventaja, no quiso hacerlo. En 2009, resultó ser José Mujica el que indicó que no debatiría a no ser que le conviniera. Y eso nunca pasó. En 2014, otra vez Vázquez se negó por considerar que podía armarse un “circo mediático” e incluso recordó que el único que quiere debatir con todos es el que va último en las encuestas.
Ahora, tras el debate Talvi-Andrade se ha abierto una puerta para que otros sigan el mismo camino de intercambiar opiniones al aire, que se dejen convencer que es una opción que siempre conviene. Que entiendan que este instrumento está al servicio de la democracia. Nada más y nada menos.