Argentina en la “tormenta perfecta”

Parece cosa de Ripley que Argentina tenga un presidente “virtual” –el kirchnerista Alberto Fernández– cuando faltan todavía dos meses para las elecciones nacionales del 27 de octubre en la que efectivamente se elegirá a la persona que ocupará este cargo, y que sin embargo, a partir de las recientes elecciones internas, el periodismo, los analistas, los dirigentes políticos y la población tenga el convencimiento de que no hay posible reversión de este dato.
Ocurre que las elecciones internas en el vecino país, a diferencia de las que se celebran en nuestro país, tienen carácter obligatorio, y con un 75 por ciento de concurrencia de habilitados, sin puja interna dentro de cada partido, se considera que se trata simplemente de un avant premiere de lo que sucederá en octubre.
Y hay buenas razones para creerlo así: ante tamaña crisis los periodistas, los analistas políticos, los dirigentes y la mayoría de la población, consideran que el veredicto popular es irreversible, y que el kirchnerismo volverá al poder de la mano de la presidencia de Alberto Fernández… pero con Cristina Kirchner con la llave del poder en el país, porque es la dueña de los votos.
Y ello ha sido posible por el fracaso del gobierno de Mauricio Macri, que ya desde el principio no tuvo idea de la magnitud de la crisis, de la herencia que le dejó el gobierno de Cristina Fernández, erró en el diagnóstico, y adoptó un rumbo errático cuando confió en que su gobierno captaría las inversiones y los capitales fugados desconfiados del kirchnerismo. En definitiva, una sumatoria de groseros errores difíciles de entender en políticos experimentados.
Es que desde el vamos, con las grandes deficiencias estructurales del vecino país, los subsidios infames que se devoraban enormes sumas de recursos para mantener en niveles ridículos las tarifas de la energía y los servicios públicos, la gran cantidad de empleados del Estado que viven de lo que producen los otros, la reticencia a invertir era manifiesta, y sobre todo, no tanto por lo que pudiera hacer o dejar de hacer Macri, sino por el temor –ahora confirmado– de que en cuatro años volviera al poder el kirchnerismo –como todo parece indicar–, se cambiaran las reglas de juego y se desconociera a la Justicia y los más elementales normas de derecho, incluso el derecho a la propiedad privada.
El gobierno de Macri quedó a medio camino, apostando a que ante el contraste con la enorme corrupción de los gobiernos K la ciudadanía volvería a darle nuevamente crédito en las urnas, para encontrarse con que el que vota cuando la situación se pone difícil no es la conciencia, sino el bolsillo. Y los bolsillos de los argentinos acusaron el golpe de las tarifas de los servicios públicos vueltos a realidad, de los combustibles a valores racionales, de la energía que dejó de ser casi gratis y costar caro dejar el aire acondicionado prendido todo el día en el apartamento vacío, sólo porque daba lo mismo.
Y para muchos, el impacto fue aún más duro, al punto que se hizo difícil llevar el alimento diario a la mesa. Todo eso pudo mucho más que la corrupción K, que el patoterismo de la Cámpora, que la soberbia de los Fernández, que los miles de millones de dólares repartidos entre familiares y amigos, incluso a la vista del pueblo tras la divulgación de los videos probatorios. Al argentino medio no le importa que roben descaradamente desde el gobierno, mientras tenga asegurado su bienestar.
Este es realmente el drama de la Argentina, más allá de la gravedad de la crisis: que la disyuntiva se haya planteado entre lo malo actual y lo peor o tan malo anterior, sin esperanzas de una salida hacia una propuesta diferente a este círculo vicioso que parece una condena a repetir situaciones dramáticas, con la paradoja de que tiene lugar en un país de inmensos recursos naturales.
Ahora el dólar está por las nubes, potenciando la inflación, el dinero de los préstamos del Fondo Monetario Internacional se esfumó sin lograr ninguno de los objetivos que se proponían, y el futuro es poco alentador, cuando están a meses de volver el gobierno populista que en instancias anteriores incumplió con los inversores, insultó al FMI, echó a los empresarios internacionales y manejó arbitrariamente la economía y hasta la Justicia en el vecino país. Una vez más sobrevuela la idea de entrar en default, del “cepo” cambiario, del corralito y todas esas prácticas nefastas que sólo han servido para que Argentina quede cada vez más aislada del mundo, donde es vista como un hermoso país… bananero.
Con el antecedente de que la expresidenta Cristina Fernández se negó a entregarle el bastón presidencial a Macri como muestra de la escasa convicción republicana cuando éste obtuvo la Presidencia, cuesta poco inferir que la línea de respeto a las instituciones es muy delgada en filas peronistas y sobre todo kirchneristas, lo que incluso sufrimos los uruguayos cuando el bloqueo de los puentes.
Es cierto, Macri tampoco estuvo a la altura de las circunstancias tras las primarias, cuando se “dio cuenta” de la crisis de los hogares argentinos y adoptó medidas típicamente kirchneristas para paliarlo –por lo menos hasta las elecciones de octubre– sin medir los costos financieros a los que estuvo tratando de esquivar tanto tiempo, porque se trata de medidas asistencialistas que son pan para hoy y hambre para mañana, sin plata en la caja.
Ergo, tal como hiciera Cristina Fernández, de perder Macri en octubre, aumentará el fardo que recibirá el próximo gobierno, y ello genera aún mayor incertidumbre para un futuro harto comprometido de la Argentina, que de seguro también repercutirá negativamente en Uruguay y se proyectará en la región.
Incluso ya antes de asumir, han empezado los cruces de agravios de Alberto Fernández con Jair Bolsonaro en la región, y ello podría agravar aún más la crisis del Mercosur. Lo que es peor, dejará en un impasse por tiempo indefinido el trabajoso acuerdo que el bloque había logrado con la Unión Europea (UE) tras más de 20 años de negociaciones. Por eso no es para alegrarse cuando ocurre la “tormenta perfecta”, como en la película, por más que sea en territorio vecino.