La odisea de cuatro pilas

Por Horacio R. Brum. El viajero recién llegado de Santiago de Chile a Paysandú deseaba calmar su conciencia ambiental y desechar en forma segura cuatro pilas gastadas en su cámara de fotos. Como sabe cualquiera que tenga unas nociones mínimas de protección del medio ambiente, las pilas que van a parar a la basura se descomponen en diversas sustancias altamente contaminantes, desde mercurio hasta plomo y son especialmente perjudiciales para la calidad del agua. Según los datos científicos, una pila alcalina común puede contaminar hasta 100.000 litros de agua.
Consciente de ese peligro, y acostumbrado a que en la capital chilena las muncipalidades y las compañías de electricidad disponen de puntos de acopio para las pilas usadas, el viajero recorrió muchos lugares de Paysandú buscando los recipientes de plástico rojo o las “columnas de reciclado” (que también reciben celulares viejos) donde depositar sus cuatro baterías. Alguien le dijo que alguna vez se había visto algo parecido en una plaza; nada halló en los cuatro costados de la plaza Artigas y nada tampoco en las plazas Acuña de Figueroa o Constitución. Aprovechando que frente a esta última se encuentra la oficina municipal de turismo, el viajero resolvió pedir orientación allí sobre qué hacer con las pilas. Fue atendido con mucha amabilidad por dos funcionarias, quienes sin embargo no pudieron evitar una mirada de sorpresa cuando hizo la consulta. Una de ellas le manifestó que “le parecía” que en la sede de la Intendencia existía algo para tales propósitos; el viajero tuvo la paciencia de esperar a que la Intendencia abriera sus puertas. Una paciencia malgastada, porque allí tampoco encontró el objeto de sus deseos… y tuvo que volverse a Chile con sus cuatro pilas.
El Uruguay Natural que se publicita en todo el mundo, ¿termina en la costa atlántica del Este? Porque no sólo la odisea de las cuatro pilas preocupó al viajero llegado de allende los Andes: en estas tardes invernales, pudo ver cómo una bruma azulada se extendía por algunas calles de la ciudad, acompañada de un penetrante olor a leña quemada.
El humo de la leña se compone de partículas que tienen el diámetro inferior a un cabello y se conocen como material particulado 2,5 (MP2,5). Este es el más peligroso para la contaminación del aire, porque penetra más profundamente en los pulmones que el MP10, del tamaño del polvo común.
La ciudad chilena de Coyhaique, 1700 kilómetros al sur de Santiago, tiene 57.000 habitantes y es la capital de una región que se especializa en el turismo de la naturaleza. Sin embargo, desde hace unos años aparece en la lista de las diez ciudades más contaminadas de Sudamérica, junto a urbes gigantescas, como San Pablo. El problema es la leña, que allí –como en muchas otras partes del sur chileno–, se usa para cocinar y para la calefacción; cada noche el aire frío genera una neblina contaminante, que ataca a quienes tienen los pulmones más sensibles, como los niños y los ancianos. La crisis de la contaminación por leña ha tomado en Chile un carácter nacional y las autoridades están desarrollando programas para facilitar el reemplazo de los equipos que la usan, por otros eléctricos o a gas. También se han impuesto controles rigurosos a la venta, para evitar que se comercialice la muy contaminante leña húmeda, y pese a la fuerte influencia de los fabricantes de estufas y calefactores que consumen madera o sus derivados, como los pellets, las campañas de información pública tienen éxito en dirigir las preferencias de los consumidores hacia la calefacción por electricidad o gas. En Santiago, que padece una gran contaminación a causa de muchos otros factores, cuando las mediciones de la calidad de aire superan el límite aceptable, se prohíbe totalmente el uso de estufas y parrillas.
Desde un balcón de Paysandú, el viajero pudo observar más de diez chimeneas sin filtro alguno, correspondientes a otras tantas estufas, en un radio de cien metros. También vió cómo se descargaba leña para parrilladas y pizzerías del área céntrica, y hasta quioscos con atados de leña para la venta. Por las noches, la misma sensación de garganta áspera que le provoca la contaminación en la capital de Chile comenzaba a aparecer, al mismo tiempo que la bruma azulada sobre algunas calles. Para quien llega de fuera, esos son indicios de que la ciudad está en camino a tener un problema serio de contaminación. Si se agrega el aumento explosivo del parque vehicular, que también provoca contaminación atmosférica, es inevitable pensar que en el futuro cercano los sanduceros pagarán en salud y calidad de vida el costo de una aparente indiferencia hacia la protección del medio ambiente.
Si bien se nota una preocupación de las autoridades municipales por el reciclado de plásticos, papeles y cartones, así como por la clasificación de residuos, al margen de la odisea de las cuatro pilas, el uso generalizado de la leña, así como la venta libre de artefactos que la emplean para cocinar o calefaccionar, ya prohibidos en otros países, revelan que todavía queda mucho por hacer, tanto en el ámbito departamental como en el nacional, para una protección integral del medio ambiente.