Cuando a las palabras no las lleva el viento

En cualquier tiempo –pero fundamentalmente en los electorales– la clase dirigente se pierde los mejores momentos para hacer silencio, cuidar sus palabras y observar detenidamente si, al momento de hablar, no afectará profudamente la sensibilidad de quienes lo escuchan.
Porque intentan explicar con argumentos de ficción un realidad que la supera y, conscientes o no, generan aún más desconfianza. Como el director de la Guardia Republicana, Alfredo Clavijo, quien señaló en una entrevista que la inseguridad es una “percepción” que tiende a aumentar de acuerdo al “acceso a la infomación que se pueda tener”. Según el jerarca, la población está más preocupada por el tema que lo que pasa en la vida diaria.
Para Clavijo, la “inequidad entre lo que ocurre y lo que piensa que le puede ocurrir a la persona” se registra en barrios específicos. En esos lugares “hace muchísimo tiempo que no hay un homicidio, por suerte. Pero esas personas son las que más demandan algún tipo de seguridad porque son personas que muchas veces tienden a estar muy informadas”. El director de la Republicana analizó que “si una persona no accede a cierto tipo de información, no se entera lo que le pasa a una persona a dos kilómetros de donde está”.
Entonces era mejor no enterarnos de las cifras presentadas por el Observatorio de Violencia y Criminalidad del Ministerio del Interior, luego de varios meses de espera. Ignorar que por primera vez en la historia, Uruguay alcanzó dos dígitos en la tasa de homicidios, nos hubiera ayudado a mejorar la “percepción” sobre el delito, de acuerdo a su razonamiento.
No saber que durante el año pasado el índice de criminalidad llegó a 11,8 homicidios cada 100.000 habitantes en todo el país –lo que representa un incremento del 46%– hubiese aliviado nuestra percepción cognitivo-emocional. O desconocer que las rapiñas aumentaron un 54%, probablemente modificaba nuestras sensaciones y cooperaba con esa percepción negativa instalada en la sociedad.
Ni que hablar si hubiésemos omitido las comparaciones. Por ejemplo, cotejar con Estados Unidos, donde la tasa criminal es de 5,3, o con Europa, donde Lituania es el país con más crímenes y registra una tasa de 5,6, no hubiese presionado tanto a nuestros sentimientos hasta lograr ese sentimiento negativo sobre el delito.
Porque era mucho mejor no enterarse que los 414 homicidios ocurridos durante 2018 fueron el máximo registro desde que se llevan las estadísticas en el ministerio, al igual que las rapiñas y los hurtos. O que ni la crisis del año 2002 nos transformó en violentos, porque ese año se constataron 231 homicidios. Sin embargo, para el jerarca, ignorar nos hace más sabios en el manejo de nuestras emociones, porque las personas mejor informadas son las que conviven con el miedo.
Y como la “sensación térmica” sobre el delito se encuentra en un punto alto, no sería posible suponer en qué momento de esa “percepción” se encuentra, por ejemplo, la familia del adolescente de 14 años que iba en bicicleta junto a un amigo de su edad, desde el Cerro hasta La Teja. Ese muchacho a quien dos delincuentes armados se acercaron a robarlo, cayó de su bicicleta en el momento en que pasaba un camión en los accesos a Montevideo, lo atropelló y murió.
¿Cuál sería el nivel de percepción de esta familia si leyera la entrevista al director de la Republicana? ¿Cómo definir su altura emocional, mientras esperaban el regreso de un jovencito que estudiaba, tenía sus hermanos y amigos y una vida por delante? ¿Esa percepción los llevaba a suponer que algún día no iba a regresar? ¿Le puede dar esas explicaciones mirando a los ojos de la madre de Camilo?
O a quien encuentre su casa desvalijada en unas horas de ausencia, o las rapiñas en comercios que quedan grabadas y certifican la violencia en los atracos. ¿Todo eso es percepción?
Y si la estrategia se define por barrios específicos de acuerdo a la cantidad de delitos cometidos, entonces la estigmatización social proviene del oficialismo porque la ciudadanía ya sabe que el delito está en todas partes. En realidad, es la continua explicación sobre resultados frustrados y que repiten desde la gestión del exministro del Interior, José Díaz.
No se trata de pedirle a la población que tenga confianza en las instituciones, ni que mire la inversión realizada –como nunca antes– en el Ministerio del Interior, tanto en tecnología como en salarios o cantidad de efectivos. Porque mejoró la Policía pero no mejoró la seguridad ciudadana. Y porque se nota demasiado la insistencia en explicar lo inexplicable y hablar para el gobierno. Los cargos técnicos deben ser profesionales y no meterse en la campaña política.
En última instancia, con sensación térmica o sin ella, la propia cartera publicó que 12 de los 19 departamentos del país tienen una tasa de homicidios más alta que Argentina que fue 5,3, durante el año pasado. Paysandú se ubica en 5,0.
Y, sin dudas, que la percepción no alcanza a los números, que son fríos: hay 11.500 presos en las cárceles uruguayas y 6.500 detenidos en libertad vigilada. Son 18.000 personas que delinquen, de acuerdo a las cifras oficiales. La impresión es que falló la rehabilitación y que hay lugares que son tierra de nadie, como los accesos a Montevideo, donde ocurrió el siniestro fatal.
El último informe del ministerio dice que las rapiñas aumentaron un 9,2% en comparación con el primer semestre del año pasado. El oficialismo en campaña le retruca a la oposición que “no cree” en sus programas. Pero lo dicen quienes prometieron bajar las rapiñas un 30%. Lo dicen quienes tuvieron en sus manos los mejores momentos de bonanza económica y transformaron esa realidad en el déficit insoportable de hoy, que se ubica en 4,9%. Lo dicen quienes prometieron en 2014, no aumentar impuestos sobre la clase trabajadora.
Son los mismos que piden confianza en operativos que se hacen con cámaras de televisión en barrios marginados. Allí mismo donde requisan un poco de droga, algunas armas no registradas, o conexiones clandestinas a servicios básicos. Eso, que es básico en un Estado, lo presentan como avances sobre la delincuencia bajo una modalidad publicitaria que puede rendir. Al menos por un rato.
Porque mientras pierden tiempo controlando el micro tráfico, se escapan por aire y por mar varias toneladas de cocaína y también se escapa un mafioso requerido a nivel internacional.
Es la costumbre de explicar los fracasos desde el punto de las emociones ajenas. Y es también la costumbre de pedir confianza para quienes tuvieron mayorías parlamentarias todo el tiempo durante 15 años, con un manejo discrecional del presupuesto para la seguridad como nunca antes. Y no pudieron o no quisieron.