No es una guerra más

China y Estados Unidos, las dos principales economías del mundo, se encuentran en guerra… comercial. Por la enorme influencia que tienen estas dos potencias sobre el mundo, no se trata de una contienda más, ni para América Latina ni para Uruguay. Aunque en este intercambio de golpes, Estados Unidos y China acordaron iniciar una nueva ronda de negociaciones. Mientras tanto, el mundo observa atento y nervioso.
En la conferencia anual del Banco de Desarrollo de América Latina (CAF), que concluyó el jueves pasado, los debates se centraron en los efectos económicos de la guerra comercial entre estos dos países. “La relación entre China y EE.UU. podría tener importantes efectos sobre el crecimiento, afectando los flujos comerciales y los precios de las materias primas”, indicó Luis Carranza, presidente de la CAF.
Pese a que hay casos de “desvío de mercados”, como el reciente auge de las exportaciones de Brasil a China o de México a Estados Unidos, Carranza apuntó que “en general, habrá un impacto negativo sobre la región”, sobre el que hay que estar muy en guardia. Asimismo, subrayó que se está fraguando un “nuevo equilibrio” en el mundo y que América Latina debe encontrar una posición significativa en él.
Las dos primeras economías mundiales aspiran ahora a rebajar la tensión de una guerra comercial que desde hace más de un año las mantiene enfrentadas. Liu He, mano derecha del presidente chino Xi Jinping y líder del equipo negociador de su país, visitará Washington a principios de octubre para intentar avanzar en la búsqueda de un acuerdo.
De cualquier modo, la tensión es tal que al día siguiente del último encuentro celebrado en Shanghái, a finales de junio, el inefable presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció más sanciones, lo que derivó en que la cotización del yuan alcanzara su mínimo en más de una década. Incluso, la escalada continuó el pasado fin de semana.
El domingo entraron en vigor nuevos aranceles estadounidenses que elevaron del 10% al 15% la tasa impositiva sobre importaciones chinas valoradas en 100.000 millones de euros. La reacción de China fue presentar una tercera queja formal ante la Organización Mundial del Comercio (OMC): un gesto simbólico ya que el proceso contencioso puede tardar años en alcanzar un fallo.
En el caso de que la institución diera la razón a China, además, esta tendría autorización para aprobar sanciones propias, las cuales ya están en vigor.
Los efectos del conflicto comienzan a ser visibles en el flujo de bienes entre ambos países. De acuerdo con los datos publicados ayer por el Departamento de Comercio de Estados Unidos, sus exportaciones a China durante julio cayeron un 2,7% con respecto al mes anterior, mientras que las importaciones perdieron un 1,9%.
“De esta manera, el déficit comercial –el dato al que Trump apunta cuando se refiere al “timo” que China lleva “décadas” poniendo en práctica–, ha pasado de 259.000 millones de euros en la primera mitad de 2018 a 231.000 este año.
Esto no es consecuencia de un reequilibro en la relación comercial, sino de una pérdida generalizada: en ese mismo período, exportaciones e importaciones se han reducido en un 17,3% y un 12,4% respectivamente”, detalla un análisis del diario El País de Madrid.
Los mercados financieros asiáticos recibieron la noticia de una nueva ronda de negociaciones con optimismo, pese a que el camino no parece cómodo.
Ambos países tienen más sanciones en la manga. La semana pasada Trump afirmó que elevaría los aranceles del 25% al 30% en productos chinos por valor de 275.000 millones de euros. China, por su parte, anunció que retomará sus tasas sobre vehículos y componentes estadounidenses en diciembre. La magnitud de las desavenencias y la proximidad de las elecciones presidenciales de Estados Unidos invita a pensar que la solución al conflicto no llegará, como pronto, hasta 2021.
La guerra comercial entre Estados Unidos y China comenzó en julio del año pasado con dos grandes empresas tecnológicas en el punto de mira, Huawei y Google. Con la creciente escalada del conflicto muchos se preguntan ahora a qué otras empresas del mundo tecnológico está afectando –o puede llegar a afectar– esta disputa.
Eso significa que casi todos los productos que se importan de China a Estados Unidos –gran parte de ellos tecnológicos– serán más caros para las empresas y consumidores estadounidenses, y por ende para el resto de los mercados que están vinculados a la potencia de América del Norte.
“El núcleo es que las dos superpotencias del siglo XXI se están disputando la supremacía en lo que hace a las tecnologías decisivas de la nueva revolución industrial: inteligencia artificial, Internet de las cosas y robotización”, dijo al medio argentino El Cronista, Jorge Castro, presidente del Instituto de Planeamiento Estratégico de su país.
Y en ese contexto, de buscar la supremacía, es que Estados Unidos y China se establecen en una contienda de largo aliento. Los coletazos de un conflicto de esta magnitud se sienten en todo el mundo y será difícil zafar de él, sobre todo en términos financieros, porque se genera un gran factor de incertidumbre. Nadie gana con una guerra comercial. La mantienen los que pueden y, claro, Estados Unidos y China. En el mundo no hay solidaridad, no importa la ideología, sino los negocios.