Cuando las transferencias no cambian nada

En una economía, en cualquier país, la transferencia de recursos es un factor clave para el desenvolvimiento de los operadores económicos, de las empresas, del ciudadano común. Por incidencia de una serie de factores, esta transferencia –que deriva de un sector a otro– puede ser una consecuencia natural del mercado sin la intervención del Estado, con una intervención moderada de éste como redireccionador de recursos o como en el caso de los estados de regímenes de economía colectivizada, con todo dependiendo del Estado, incluso como empleador único.
Pero para transferir recursos primero deben existir esos recursos, y para que la rueda continúe girando es imprescindible promover que esta transferencia dé el pie para avanzar hacia el autosustento de la economía, es decir actuar como agente catalizador para multiplicar recursos y generar un circuito virtuoso.
Lamentablemente, los regímenes populistas que se han dado en todo el mundo pero sobre todo en América Latina, suelen poner la carreta delante de los bueyes y ponen énfasis en la redistribución como un agente mágico que solucionará los problemas de desigualdad y marginación, cuando la cosa es mucho más compleja que el voluntarismo. Es que esta “solución” puede ser en realidad –generalmente lo es– un multiplicador de pobreza, justamente al revés de lo que se pregona.
“La pobreza es consecuencia de múltiples factores que hay que atacar. No alcanza con las transferencias monetarias, y cuando la economía de un país crece no se arregla dándole dinero a la gente”, expresó al respecto, entre otros conceptos, en el suplemento Economía y Mercado del diario El País, el director del Centro de Desarrollo de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) Dr. Mario Pezzini, quien se hizo presente en Montevideo para dar a conocer el informe “Desarrollo en transición”, que tiene que ver también con la forma en que se vehiculiza hoy la cooperación internacional.
Expuso el entrevistado que “la pobreza es consecuencia de múltiples factores que hay que atacar. El modelo de desarrollo que hoy tenemos tiene su base unas cuantas décadas atrás. Este modelo se inspiró en la necesidad de eliminar la pobreza extrema; por tanto lo que se hizo fue estimar cuanta gente estaba por debajo de esa línea extrema, que definió el Banco Mundial para llegar a un estimado de la cifra total de pobres en los países que lo pueden pagar, o sea los desarrollados”.
Destacó que “este proceso permitió llegar a la cifra del 0,7 por ciento del PBI que los países que se convirtieron en ‘donantes’ debían volcar en ayudar a los demás”. “Esta manera de atacar el problema tenía una justificación fuerte: la idea de que si uno pasa la línea de pobreza extrema, supera el problema y no va a retornar, porque hay mecanismos de mercado que le permiten integrarse automáticamente a la sociedad. Pero es evidente que vuelve a caer. En América Latina hubo una fuerte reducción de pobreza extrema y ahora está volviendo a crecer. Hay múltiples vías para que eso pase: la pérdida de trabajo, reducción de ingresos, inflación, empleo informal que no permite acceder a una buena jubilación, etcétera. Por tanto, hay que buscar otro modelo de cooperación”, expuso.
Las reflexiones del director del programa de la OCDE refiere a una problemática que tiene que ver con la dirección de la cooperación internacional, es decir identificar países a los que canalizar con mayor énfasis esta ayuda y la forma en que éstos pueden encarar políticas y reformas para un mejor aprovechamiento de estos recursos.
Pero la esencia del problema pasa también por otros parámetros, que se resumen en que cada país, destinatario o no de esta ayuda, sepa generar las condiciones para crecer con un marco de sustentabilidad que le permita irse independizando de esta ayuda y no recaer en situaciones de marginación y pobreza cuando las transferencias a que aludía no alcanzan para evitar la recaída.
Este es precisamente el punto: no alcanza “con darle el dinero a la gente”, como señala Pezzini, lo que no puede encuadrarse simplemente como un error de los regímenes populistas, sino que estas prácticas a menudo se enmarcan en una estrategia para la retención del poder, porque cuando se hacen transferencias de recursos desde el Estado, los sectores beneficiarios consideran por regla general que es una concesión graciosa y solidaria de ese gobierno, cuando en realidad lo que se hace es transferir dineros de toda la sociedad, para consolidar un “enganche electoral” de captura de votos para la siguiente elección, por lo que se cuenta con miles de votos dependientes de que ese gobierno permanezca en el poder.
En América Latina precisamente, que se benefició durante más de una década del “boom” de los commodities, se abusó por los gobiernos populistas de turno de esa transferencia de dinero como si los buenos precios y el ingreso excepcional de recursos fuera a durar para siempre, por lo que no puede extrañar que una vez vueltas las aguas de la economía mundial a su cauce normal, y con soja a la mitad de precio que hace cinco o seis años, esa disponibilidad que disfrazaba el desequilibrio se agotó y quedó al desnudo la realidad.
Es decir, ya no existe el dinamismo de la economía que como efecto de derrame permitía mejor nivel de empleo y las “transferencias”, porque ahora no hay recursos fáciles de los otros para repartir, los que cuando había se malgastaron en lugar de crear las condiciones para el efecto multiplicador de riqueza genuina.
Resume Pezzini que efectivamente tras esta década de bonanza insuflada desde el exterior, el subcontinente sigue dependiente igual que antes de sus recursos naturales, solo que la materia prima vale menos y hay menos riqueza en circulación. El dinero que abundó en aquel entonces se usó mal, no se invirtió en infraestructura para promover cadenas de valor y hacer que la transferencia de recursos hacia los sectores beneficiarios se reciclara en forma sustentable.
Lamentablemente, poco y nada se ha aprendido –o no se quiere aprender– sobre todo por los regímenes populistas de izquierda, que increíblemente, como es el caso incluso de nuestro país, siguen sosteniendo –lo vemos ahora en plena campaña electoral– que es posible repartir riqueza que no se tiene, esa riqueza con la que no se cuenta porque en su momento dilapidaron como nuevo rico los recursos que creyeron interminables.
Y encima se lavan las manos respecto a esta situación, cuando su omisión ha sido el origen del problema que no se quiere reconocer, y que en este caso es sí una “transferencia” indeseable para el gobierno que asuma el 1º de marzo.