Los Iracundos, nuestra pasión, nuestra vida

Juan Carlos Velázquez, Manu Paz.

“Traicionero corazón/traicionero corazón por qué quieres recordarla” fue lo primero que sonó en el Florencio Sánchez, en el comienzo del show de Los Iracundos “original”, tan original como es posible. Manu Paz, vestido con saco negro, zapatos de charol y rubia melena salió al ruedo respaldado con la notable batería del fundador e interminable Juan Carlos Velázquez, el teclado de Diego Inzúa, la guitarra de Richard La Nasa y el bajo de Carlos Viera. Todos sanduceros, menos el guitarrista que proviene de Concepción del Uruguay.
Costó mucho, sin dudas demasiado, volver a escuchar a Los Iracundos en el Paysandú que a comienzos de los 60 vio nacer al grupo que voló, voló, voló. Y sigue en vuelo, gracias a este grupo en torno al director y arreglador, además de baterista del grupo.
Un público “de cierta edad” vivió dos horas de lujo, escuchando, cantando, aplaudiendo, gritando, sonriendo, lagrimeando con las canciones que fueron incorporadas al ADN sanducero y que fueron “cayendo” una tras otra. “Si lloras por mi”, “Es la lluvia que cae”, “Pasión y vida”, “Tú con él”, “Las puertas del olvido”, “Tu me diste amor, tu me diste fe”, “Cómo pretendes que te quiera”, “Va cayendo una lágrima”, “La lluvia terminó”, “Con la misma moneda”, “Mamarracho”, “El triunfador”, “Chiquilina”, “40 grados”, “Apróntate a vivir”, “Marionetas de cartón” y “Puerto Montt”.
Además la versión instrumental del grupo de Sinfonía Nº 40 (Amadeus Mozart) y la interpretación de “Candilejas” (Charles Chaplin) y “El último café” (Cátulo Castillo-Héctor Stamponi).
El “sonido Iracundo” sigue intacto. Así como el teclado de Jesús María Febrero no predominaba, tampoco ocurre eso con Inzúa. La guitarra sigue siendo esa característica tan iracunda, que impuso Leoni Franco y el bajo que Hugo Burgueño hizo brillar como nadie. Obviamente, ni que decirlo, la batería -por algo los arreglos son de Juano- lleva el ritmo único e inconfundible.
Entonces, la voz. Hay una enorme diferencia entre la postura interpretativa de Manu Paz y la de Jorge Gatto, el primer vocalista elegido tras el fallecimiento de Eduardo Franco. Mientras Gatto hacía el máximo esfuerzo para cantar “cómo Eduardo”, Manu Paz es un cantante que interpreta canciones de Los Iracundos, con el mismo estilo, pero sin intentar mimetizarse. La realidad es que nadie puede cantar como Eduardo Franco. Pueden cantar mejor o peor, pero no “cómo Eduardo”.
Por eso este show es tan disfrutable. Porque fluye la música, se abraza con la lírica, trepa en la voz y explota en la emoción. Quizás por formar parte de ese público de “cierta edad”. Quizás porque los recuerdos se agolpan. Aquellos de cuando Manuel cantaba (canciones de Los Iracundos) en la escuela Padre Lamas, o se metía dentro de un personaje del show de su hermana Sol Charito, cuando deambulaba por donde vivía Leonardo en la esquina de la plaza Acuña, en aquella casona de los Bartaburu, del gordo Jorge Bartaburu. Cuando soñaba en modo iracundo.
Es curioso como en un instante tantas cosas pasan por la mente. La música es removedora de emociones. Especialmente cuando se está ante un grupo sólido, convencido de lo que hace y con un repertorio que ya ha convencido hace muchos años, que se ha metido en nuestro ser y que representa trozos de nuestras vidas. No hay nada más difícil que la poesía de las canciones simples.
“No tendrás que inventar historias/ Para poder salir, amor te bastara/ Tan solo con abrir la puerta” (Apróntate a vivir). Contundencia en simples palabras. Tanto dolor ante el engaño, tanta nostalgia por la época de felicidad que se fue.
Un show reencuentro. Con Los Iracundos. Con tiempos pasados, con recuerdos, con sentimientos que quedaron allí, aparentemente escondidos, con la música que nos pertenece.
E.J.S.