Martínez al gobierno, Mujica al poder

La entrevista que la periodista Blanca Rodríguez le realizó a Daniel Martínez el día siguiente a la primera vuelta celebrada del domingo 27 de octubre tendrá, sin lugar a dudas, un lugar destacado en la historia de la política nacional. A su habitual ansiedad y lenguaje corporal que denota inseguridad y falta de claridad en sus apariciones públicas, el candidato frenteamplista sumó una actitud derrotista que ya había demostrado en el tibio discurso dominical ante la sede del comando de su candidatura. Sin lugar a dudas esa aparición pública encendió las alarmas en los demás sectores del Frente Amplio y especialmente en el Movimiento de Participación Popular (MPP), que rápidamente tomó cartas en el asunto e intervino el equipo de campaña de Martínez designando como interventor o “comisario político” al actual intendente de canelones, Yamandú Orsi.
Las críticas de las principales figuras del MPP a Mujica no son nuevas. En efecto, hace algunos meses José Mujica había señalado que Martínez “no calza en el Interior”, mientras que Lucía Topolansky sugirió que al candidato frenteamplista le falta capacidad negociadora porque en la Junta Departamental de Montevideo su calidad de Intendente le otorgó automáticamente mayorías automáticas. “Eso le da a los intendentes una especie de omnipotencia que en la realidad nacional no puede tener porque la realidad nacional es pura negociación”, dijo la vicepresidenta. Esa falta de “cintura” de Martínez que puso de manifiesto Topolansky se ve agravada porque su candidata a vicepresidenta, Gabriela Villar, sólo concibe el mundo en una forma binaria dividido en “oligarquía o pueblo” donde claramente el pueblo son los votantes del Frente Amplio son el “pueblo” y más del 60% restante de los uruguayos somos simplemente “oligarquía”. La actitud “pro grieta” de Villar no hace más que despertar una lógica incertidumbre sobre cómo podrá lograr acuerdos parlamentarios una persona que tiene una visión que divide entre “ellos” y “nosotros” o entre “buenos” y “malos” a todos los uruguayos.
Teniendo en cuenta estos antecedentes, la intervención de la campaña de Mujica resulta una medida entendible. Con el ánimo de alcanzar la presidencia de la República, el candidato frenteamplista ha terminado por aceptar los tutores impuestos por el MPP y no hace más que confirmar su calidad de candidato dubitativo y vacilante. El exintendente montevideano resigna de esa manera a dirigir su propia campaña y coloca en manos del sector mayoritario de la coalición de gobierno su suerte como candidato. Queda claro de esta forma que la posibilidad de ganar las elecciones aunque se lleve una heladera como candidato (razonamiento enunciado por el ex vicepresidente Raúl Sendic antes de comprar un colchón y un short con la tarjeta corporativa de Ancap) ya no da más resultados.
Toda esta movida del MPP relegando a Martínez a un segundo lugar en su propia campaña presidencial, se parece mucho a lo que en ajedrez se conoce como enroque, y que de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española consiste en un movimiento defensivo en que el rey y la torre del mismo bando cambian simultáneamente de posición. Confiado en su potencial electoral (el cual ha sido ratificado en las últimas elecciones), Mujica tratará de enderezar la campaña de un candidato cuyas falencias reconocieron tanto él como Lucía Topolasnky y por ello se prevé que en los actos lo acompañen figuras frenteamplistas de peso como forma de apuntalarlo durante sus intervenciones. A esto se suma la virtual desaparición de Gabriela Villar, la cual ha quedado relegada a fugaces apariciones en las cuales se trata de limitar al máximo sus declaraciones públicas. No importa cuáles sean las medidas, lo importante es que el enroque proyectado proteja a un candidato cuyo desempeño obviamente no conforma a sus propios compañeros frenteamplistas.
A pesar de todo, la estrategia de Mujica no es novedosa, ya que repite lo realizado por el peronismo en las elecciones celebradas en la República Argentina en el año 1973. En efecto, al encontrase proscrito y exilado en España, Juan Domingo Perón designó a Héctor Cámpora.
Para no dejar duda de quién tendría el mando real de Argentina, el Frente Justicialista de Liberación (Frejuli) que apoyaba la fórmula peronista, acuñó una frase que fue utilizada en forma masiva durante toda la campaña: “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. No había dudas sobre quién mandaría en la Casa Rosada. Las elecciones se celebraron el 11 de marzo de 1973 y Cámpora fue electo como presidente argentino con el 49,56% de los sufragios. La fórmula de la Unión Cívica radical, encabezada por Ricardo Balbín obtuvo un magro 21,29% y Francisco Manrique, candidato de la Alianza Popular Federalista obtuvo el tercer puesto con el 14,90%. La presidencia de Campora duró sólo 49 días, desde el 25 de mayo al 13 de julio de 1973. El regreso de Perón al país, cuya llegada ocasionó un enfrentamiento entre facciones peronistas conocida como “la masacre de Ezeiza” fue el anuncio de que los días del presidente en ejercicio estaban contados, a pesar de su lealtad sin parangón a quien detentaba el poder real y movía los hilos por detrás de la escena. Tal como señalara un medio de prensa de la época, “El doctor Cámpora fue el primer legislador peronista que consideró un honor autoproclamarse ‘obsecuente del general Perón’, en el recinto de la Cámara”. En el Parlamento produjo episodios memorables: todavía algunos de sus colegas de bancada recuerdan su airada intervención, desde la Presidencia, ante un proyecto del diputado santafesino Barreiro. Este pretendía que la plaza más importante de cada pueblo fuera denominada “Presidente Perón”. Cámpora usó de la palabra señalando que el proyecto de Barreiro era insuficiente: todas las plazas del país debían ser denominadas, a su juicio, con los nombres de Perón y su mujer, Eva Duarte”.
Resulta obvio que Martínez no es Cámpora, de la misma forma que Mujica no es Perón, pero no obstante ello, resulta necesario tener en cuenta que la intervención de su campaña por parte de Mujica no parece ser una señal que refuerce el perfil de un candidato cuyo fuerte no es la comunicación. ¿En caso de ganar las elecciones, quien tomará las decisiones de peso en un gobierno de Martínez? ¿El propio presidente o Mujica, cuya popularidad en Uruguay y en el extranjero nadie puede poner en duda y que resultó ser el gran triunfador de la primera vuelta? A esto se debe sumar que el Partido Socialista (al cual pertenece Martínez) cosechó una de las peores votaciones de su historia, resultando electos muy pocos legisladores dos de los cuales Daniel Olesker y Gonzalo Civila pertenecen a la línea ortodoxa de ese partido y tienen más puntos de contacto con el discurso de Mujica que con la línea del ahora apuntalado candidato. La presencia en el Senado de las figuras como Bonomi, Andrade, Cosse, Topolansky y el propio Mujica deja en claro que, en caso de ser electo, Martínez tendrá una difícil tarea para obtener acuerdos dentro de su propia coalición y mucho más con otras fuerzas políticas cuyos votantes han sido tratados de “descerebrados”, “comebostas”, “fachos” “guampachatas” o “rosaditos”. Más tarde o más temprano Martínez tendrá que entender que los acuerdos políticos no son la causa del relacionamiento respetuoso entre colectividades políticas, sino que por el contrario, constituyen su consecuencia lógica y deseable.