América Latina en un año bisagra

Desde que tenemos memoria, el escenario socioeconómico que se da en América Latina, aún teniendo en cuenta los matices entre regiones y países, tiene una alta dependencia de la economía mundial y de las relaciones entre y con países desarrollados, que son los que al fin de cuentas dictan las leyes en el comercio y las finanzas; y porque además seguimos siendo vulnerables y tomadores de situaciones, más allá de avatares propios.
Sobre todo porque en cuanto a infraestructura, crecimiento y desarrollo, el Cono Sur y Centroamérica dependen de las exportaciones de sus materias primas, como abastecedores de commodities para terminación y procesamiento fuera de fronteras, para a la vez pagar precios elevados por el trabajo y la tecnología a los países que vendemos, los que cuentan con infraestructura, industria y tecnología para exportar productos terminados.
En los últimos años la bonanza económica de la región que se dio por algo más de una década, no se debió a que se pusieran en marcha políticas de desarrollo y derrame de riqueza por inversión genuina y consecuente mejora de la calidad de vida, sino que se apoyó en el elevado precio de los commodities. También ayudó que la Reserva Federal de Estados Unidos (conocida como Fed) redujo durante varios años a cero la tasa de interés para los bonos del tesoro americano, por lo que los inversores decidieron colocar su dinero en países del Tercer Mundo en lugar de ponerlos en bonos que no le redituaban nada. La mayor disponibilidad de recursos permitió dar la sensación de un bienestar que resultó efímero, porque no se solucionaron los grandes problemas endógenos, en tanto los gobiernos populistas en su afán de retener el poder, gastaron incluso más de lo que ingresaba, sin a la vez generar condiciones para el crecimiento.
Vuelta las aguas de los precios a su cauce, nos encontramos con que se han incorporado más costos fijos en el Estado y no se cuenta con recursos para financiarlos, lo que explica en gran medida el déficit fiscal y la inflación que padece la región como común denominador, de lo que nuestro país es un ejemplo claro.
Las previsiones para América Latina en este 2020 están evaluadas en base a la evolución de la economía mundial, en nuestra situación de dependencia de los mercados que se abren y cierran de acuerdo a la conveniencia de las grandes economías y sus necesidades de momento.
En este sentido tenemos que los más reputados economistas internacionales especializados en la región están pronosticando que la economía latinoamericana crecerá en 2020 y que si bien no será un gran año, sí será mejor que 2019.
Desde el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas (Cepal) y otras instituciones internacionales, la expectativa es que la región crecerá alrededor de un 1,4 por ciento este año, en comparación con su crecimiento casi nulo del 0,2 por ciento el año pasado.
Hay elementos que influyen notoriamente en esta evaluación, y que en mayor o menor medida, tiran abajo el promedio. Así, la economía de Venezuela es un barril sin fondo, la Argentina está en crisis, y economías como las de Colombia y Chile, que se presentan como saneadas, a la vez están jaqueadas por manifestaciones callejeras que tratan de promover el caos.
En este tema es valedero aportar reflexiones del analista político internacional Andrés Oppenheimer, quien en análisis sobre el tema para el diario La Nación, de Argentina, evalúa que no debe dejarse de tener en cuenta que China, un importador importante de materias primas latinoamericanas, está creciendo a un ritmo más lento y que podría haber una escalada del conflicto entre Estados Unidos e Irán, que podría hacer caer el comercio mundial.
Considera igualmente al respecto que Alejandro Werner, director del Departamento de América Latina del FMI, “me dijo que a pesar de todas estas amenazas, la economía de América Latina va a tener un mejor desempeño en 2020. Entre otras cosas, habrá un ‘efecto rebote’ después de cuatro años de estancamiento económico, y las dos economías más grandes de la región, Brasil y México, crecerán más que el año pasado”.
Según el pronóstico del FMI, la economía de Brasil crecerá un 2 por ciento este año, gracias a la aprobación de una reforma de pensiones y otras medidas que atraerán más inversiones al país. Brasil, junto con Colombia, es una de las economías que están creciendo más rápido entre los países más grandes de América Latina. Además de Brasil y Colombia, la economía de México probablemente crecerá hasta un 1,4 por ciento este año, tras un crecimiento del 0,4 por ciento el año pasado, según dijo Werner.
Esto se debe a que es probable que Estados Unidos, México y Canadá ratifiquen su tratado de libre comercio, lo que alentará las inversiones.
Además, es probable que el sector manufacturero de México se beneficie del acuerdo comercial preliminar entre Estados Unidos y China. Si crece el comercio entre Estados Unidos y China, crecerán las exportaciones de las fábricas mexicanas que abastecen a los productores estadounidenses.
Como contrapartida, todo indica que la economía de Venezuela continuará cayendo un 10 por ciento este año después de una disminución del 35 por ciento el año pasado, y es harto probable que la economía de la Argentina siga estancada, cuando está ahora en el poder un gobierno populista como el de Alberto Fernández y las herencias “malditas” entre los gobiernos se siguen dando en un país con grandes recursos naturales mal gestionados, por decir lo menos.
Otro elemento a tener en cuenta es que el crecimiento proyectado de la región del 1,4 por ciento en 2020 todavía estaría por debajo del crecimiento poblacional. Eso significa que los países no estarían generando aún suficientes trabajos para los millones de jóvenes que se incorporan a la fuerza laboral todos los años.
Lamentablemente, el eje de este diagnóstico –no es un tema nuevo– es que si no se generan inversiones genuinas no hay crecimiento, lo que indica que se cuenta con recursos insuficientes para reciclar y hacer frente a la pobreza.
Una especie de mosca blanca en este panorama regional paradójicamente lo tenemos en la excolonia Guyana, desde que según el Fondo Monetario Internacional la economía de esta olvidada nación sudamericana de casi 800.000 habitantes crecerá en 2020 a la espectacular tasa del 86% anual, o sea 14 veces más rápido que la economía china y será la economía de mayor crecimiento en el mundo.
También podría convertirse rápidamente en una de las naciones más prósperas per cápita en el hemisferio e incluso en el mundo; pero claro, ese crecimiento no es por hacer las cosas bien, sino por el petróleo que está empezando a brotar del subsuelo guyanés.
Enhorabuena para los guyanos, aunque teniendo en cuenta la historia de la región, y sobre todo la de sus vecinos venezolanos, este escenario de nuevos ricos con una producción del orden de un millón de barriles de crudo diarios, podría ser una catapulta para sanear su economía y el bienestar económico de su pueblo, o como ha ocurrido, se podría ingresar en una espiral de ocio, indolencia, corrupción y de comodidad que termine en más problemas que los que se tiene ahora.Pero, solo de ellos depende hacer las cosas bien, y es de esperar que no caigan en el populismo y despilfarro que es pan para hoy y hambre para mañana.