Otro efecto colateral

El contexto de encierro que vive el planeta a causa del coronavirus golpeará varias veces a las mujeres, también a los niños y a las personas mayores. Algunas de ellas quedarán sin empleo, otras continuarán confinadas a las labores de cuidadoras y muchas más sufrirán la violencia doméstica. La coyuntura familiar las obligará a seguir adelante y en la mayoría de los casos priorizarán las necesidades básicas de sus hijos.
Eso que hacen habitualmente, sin dudas se profundizará ante una crisis que no tiene comparaciones con las últimas décadas de depresiones económicas, sociales o de conflictos bélicos.
O con los niños, cuya presencia era tan habitual en las plazas como en los centros educativos y ahora deben pasar varias horas en sus casas, donde en ocasiones presencian discusiones que antes parecía que no existían, solo porque ellos no estaban. Y con las personas mayores, con quienes ahora –y mientras dure esta emergencia sanitaria– reparamos en su soledad, falta de afectos y necesidades sin coberturas para ponernos a la orden por si necesitan algo, porque es una “población de riesgo”. Ocurre que para algunos de ellos el “aislamiento social” no es el llamado a mantenerse sin contagio, sino que se ha transformado en una forma de vida. Y, ésto también, los ubicó desde siempre como personas “en riesgo” de ser olvidadas tanto por sus familias, como por los sistemas.
Porque desde hace tiempo que hay viejos solos, niños maltratos y mujeres golpeadas. Solo que una crisis sanitaria, social, económica y política de nivel planetario puso el tema sobre la mesa y nos hizo pensar con mayor profundidad. Y en Uruguay, donde el tema se habla en cualquier oportunidad, seguimos ofendiéndonos con algunos términos, cuando eso debería ser un enfoque superado. Pero es probable que la explicación sea provocada por la “sensibilidad” que aporta este momento.
Y justamente aquí, donde hablamos tanto sobre el flagelo, alcanzó que el presidente Luis Lacalle Pou utilizara un eufemismo que explica las consecuencias de este confinamiento, para que varias asociaciones le cayeran con sus explicaciones lógicas.
“Lamentablemente, como un efecto colateral muy grave, a veces este aislamiento trae como consecuencias ese tipo de acciones. De nuevo, el confinamiento en los hogares. Ahí se dan cuenta que gobernar es tener un justo equilibrio que a veces no es fácil. Pero hay que poner en la balanza y el bien tutelado siempre es la vida. Lamentablemente la vida no se nos va solo de una manera. Se nos va de varias y en ese sentido es que tenemos que ser equilibrados”, dijo exactamente el mandatario.
Varias generaciones adoptaron el término traducido del inglés y tan utilizado por el ejército de Estados Unidos desde la guerra de Vietnam hasta hoy, para explicar que un “efecto colateral” claramente refiere a las consecuencias fatales y de destrucción civil e inocente provocadas por las acciones militares. Pero como todas las palabras que encierran un origen oscuro, cualquier aclaración solo aportaría mayores dificultades.
El hecho es que los gobiernos se enfocan a otorgar ayudas sociales especiales a las familias y a un abordaje institucional de una problemática con consecuencias inciertas, ante un incremento del desempleo y la pobreza.
Es que el “mientras tanto” parece más invisible, pero es un efecto secundario al mensaje que dice “quedate en casa”. Allí el riesgo se agrava porque los refugios están disponibles para las personas en situación de calle e incluso se abren otros en canchas deportivas o grandes auditorios. Y también se profundiza la brecha comunitaria porque en todo el mundo, las personas permanecen dentro de sus casas atemorizados por el contagio y hasta la justicia se encuentra bajo una “feria sanitaria”.
Las limitaciones en los movimientos, en las acciones financieras y la incertidumbre sobre el futuro conspiran contra las posibilidades de ver un horizonte optimista. Y, ciertamente, reafirman el hecho tan destacado por las organizaciones sociales, como el “patriarcado” que ahora muestra su peor cara. Y también lo hace como un “efecto colateral” del coronavirus.
Pero todas las medidas son necesarias y, de acuerdo al país, parecen pocas. La realidad es bastante más compleja y obliga a las mujeres a incrementar su carga con respecto al trabajo doméstico o a la atención de niños y adolescentes, personas mayores o familiares enfermos. Son –otra vez, aunque rechine el pensamiento– los efectos colaterales de una situación extrema.
Porque en tiempos del COVID-19 también hay que enfrentar este virus social que, como nunca antes, se denuncia y explica desde el punto de vista técnico y mediático. En solo diez días, entre el 4 y el 14 de marzo, ocurrieron cuatro femicidios en Uruguay y la emergencia sanitaria fue declarada el día 13.
Si bien el 911 está disponible 24 horas, no ocurre lo mismo con los números específicos para las denuncias, como el 0800 4141 o * 4141. Mientras las campañas divulgan los cuidados para evitar el contagio por coronavirus, también deberán recordar a nivel nacional que la violencia intrafamiliar no es un flagelo superado ni que el aislamiento social es una barrera de comunicación para denunciar su calvario. Y sí, deberán tener en cuenta, que en un contexto de encierro sanitario no es tan fácil hablar con el violento al lado. Por esa razón, deberán instrumentarse nuevas y creativas soluciones en apoyo a las víctimas.
En cualquier caso, también hay que pensar en el día después de las medidas cautelares y la extensión de tobilleras. Porque al igual que esta nueva pandemia, el hogar es un lugar que genera miedo.
A pesar de la gritería que ahora mismo ocurre en las redes, solo la cabeza fría nos mantendrá concentrados en un problema que no tiene una solución rápida. Porque un “efecto colateral” claramente no es un problema menor –como intentaron fogonear desde lugares diversos– sino otra consecuencia más de una calamidad social que se profundiza con el encierro.