Atravesar la coyuntura sin perder de vista el futuro

De acuerdo a la evaluación del Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (Ceres) en base a los últimos parámetros conocidos, uno de los cuales es el Indice Líder (ILC) de la entidad, hay atisbos de recuperación económica en el país, en la relatividad del concepto, por cuanto el punto de partida es la caída general registrada en Uruguay y en el mundo debido a la irrupción de la pandemia.
Precisamente el ILC subió 0,1% en julio, por lo que interrumpió una serie de ocho meses de caídas consecutivas, lo que “constituye un primer indicio de cierta recuperación de la producción para el tercer trimestre”, según se indica desde Ceres respecto a la realidad económica de Uruguay. Igualmente advierte que “habrá que esperar los dos siguientes datos para confirmar si efectivamente hay un cambio de tendencia”, en tanto otra señal de posible mejora es el Índice de Difusión (ID) que en julio se ubicó en 60%, “lo que muestra que más de la mitad de las variables que componen el ILC se comportaron de manera expansiva”.
En cuanto a la proyección de los datos, el centro de estudios señala que el ILC es un indicador adelantado del nivel de actividad, que se utiliza para predecir cambios en el ciclo económico y que está compuesto por una serie de variables que, al estar combinadas, “permiten anticipar los cambios en el dato del PBI”.
En la composición del escenario que se está transitando y las perspectivas en el futuro inmediato, tenemos que la quinta publicación de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) sobre la pandemia, coloca a Uruguay como uno de los países de la región que ha dado mejor respuesta sanitaria, pero de los que menores esfuerzos ha hecho para evitar el crecimiento de la pobreza extrema, que pronostica llegará al 5,3% de la población este año.
Da cuenta que el gobierno invirtió el 0,7% del PBI en medidas que atiendan a las poblaciones más vulnerables a caer en la pobreza extrema e indigencia ante la pandemia, mientras que paralelamente El Salvador invirtió un 11,5% en medidas económicas y Brasil destinó un 7,5% de su PBI anual.
Estas comparaciones de la Cepal por supuesto deben evaluarse con reparos, por cuanto las realidades en cada país muchas veces no son comparables, y deben tenerse en cuenta otros parámetros de nivel de contención, situación socioeconómica, vulnerabilidad de los sectores evaluados, escenario de la economía y puntos de partida para la reactivación económica de cara a la pospandemia.
Y en plena pandemia, la idea que debe primar no es la atención puntual de la problemática por las consecuencias, sino de las bases para dar sustentabilidad a la reactivación de la economía superado el trance sanitario, que es lo que precisamente permitirá generar condiciones para que la pobreza sea superada en forma más o menos definitiva, con creación de empleos e inserción social, en lugar de distribuir exclusivamente recursos que no se tienen y que en breve dejarán a los supuestamente beneficiados en iguales o peores condiciones, una vez se suspenda la precaria ayuda oficial.
Una pauta de este escenario se da desde la coalición de gobierno, por la senadora del Partido Nacional Carmen Asiaín, al defender la atención que se ha dado al área social durante la pandemia y decir que si no se pudo brindar mayores recursos es porque se “ha ido a la guerra con grisines”, debido al alto déficit fiscal heredado del anterior gobierno.
Este es un elemento clave a tener en cuenta, porque deteriorar aún más las cuentas fiscales tras un déficit heredado de más del 5 por ciento del PBI, como dejó el Frente Amplio en el gobierno, es poco menos que pegarse un tiro en el pie y someter al país a un escenario de recesión e inflación con consecuencias sociales muy graves.
Por lo tanto debe evaluarse que el manejo que ha hecho el gobierno de la situación es el que se podía hacer dentro de lo que aconseja el sentido común, aunque no esté exento de errores, naturalmente, ante un trance para el que no había nadie preparado en ningún lugar del mundo y donde se han registrado consecuencias mucho más graves que en Uruguay, precisamente.
Sobre todo, asumir que no puede jugarse todo lo poco que se tiene a paliar un escenario coyuntural con la consecuencia de comprometer el futuro –por ejemplo si se hubiera decretado una cuarentena por tiempo indeterminado, como propugnaban algunos– y sumir a la población en avatares evitables si se actuaba con ponderación y compromiso, como felizmente se hizo.
Un análisis fiel del escenario lo formula el economista Jorge Caumont, desde el suplemento Economía y Mercado del diario El País, cuando considera que “al momento de tomar decisiones, muchos –los que no las toman– exigen lo que se quiere y pocos –los que las toman–, se concentran en lo que se puede”.
Este es el dilema, el asumir las responsabilidades, ante quienes consideran que se puede seguir pateando la pelota hacia adelante indefinidamente, porque como bien señala el economista “¿quien no desearía que pese a la situación sanitaria actual y el bajo empleo, los salarios de los trabajadores aumenten? ¿Quien no desearía, que las numerosas personas que viven desprovistas de la menor comodidad en el creciente número de asentamientos de los últimos años tengan un lugar adecuado para vivir?”.
El tema por lo tanto no es el qué, sino el cómo, y no se trata de distribuir lo que no se tiene, irresponsablemente y solo buscando el aplauso de la tribuna, para que se arreglen los que vienen después, como ha sido precisamente la tesitura de seguir incrementando durante todos estos años el déficit fiscal hasta llevarlo al 5% que seguramente se verá agravado por los gastos y caída de actividad como derivación de la pandemia.
Ergo, es impensable en el futuro inmediato hacer crecer paralelamente el empleo y el salario real, como todos deseamos, porque no hay condiciones para generar este círculo virtuoso en el corto plazo. Sí debe apuntarse a reducir y mejorar la calidad del gasto público, para alentar las inversiones y el desenvolvimiento de los emprendimientos que generan trabajo, los que acusaban ya un pronunciado deterioro en años previos a la pandemia.
Esto es, crecer por el lado del empleo genuino, del motor que es la actividad privada, con el Estado como catalizador y promotor de la inversión. No hay secretos ni jugadas geniales, sino un único camino que es crear riqueza que se pueda distribuir. Lo demás es solo vender humo, que se traduce indefectiblemente en pan para hoy y hambre para mañana.