Valores republicanos

El 14 de julio de 1789, el pueblo de París toma la prisión-fortaleza de la Bastilla. Así comienza la Revolución Francesa, que hoy celebra un nuevo aniversario de aquel hito que acabó con el antiguo régimen y consagró la libertad y la igualdad ante la ley, bases del actual Estado de derecho. Con esta revolución, se inicia la edad contemporánea, esta que de algún modo vivimos en la actualidad y que se ha beneficiado de aquel momento histórico.
La figura del rey Luis XVI, convencido de que nunca sería depuesto como tal, resultaba ser el centro de la ira ciudadana, agobiada de ver tantos privilegios en la realeza al tiempo que la monarquía se encontraba en una grave crisis financiera. Con la ejecución del monarca en la guillotina en 1793, que dejó sentada la proclamación de la República, “los revolucionarios creían haber puesto fin a lo que veían como una larga época de opresión del pueblo por los reyes y la aristocracia, inaugurando una era de libertad, de igualdad y de fraternidad, como rezaba la principal máxima inspiradora de la revolución”, resumió un análisis de National Geographic.
Luego, al cabo de una década, la revolución perdió pie y volvió un nuevo tipo de monarquía, la de Napoleón. Pero ese es otro tema. El legado de la Revolución Francesa tiene raíces profundas y marcó las épocas venideras y las formas de gobierno y de distribución política actuales del mundo occidental. Uruguay ha visto sentir esa influencia en su administración, tanto porque los criollos tomaron las ideas francesas como por los franceses que llegaron a nuestro país y se hicieron sentir, especialmente, a fines del siglo XIX y principios del XX.
El mayor legado de la Revolución Francesa y que aún continúa con nosotros es la declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano. También gracias a ella tenemos la creación de las repúblicas y el fin de las monarquías absolutas, la abolición de la esclavitud, el movimiento por el sufragio femenino en todo el mundo, la lucha los derechos laborales y demás luchas por los derechos civiles.
“Los representantes del pueblo francés, constituidos en Asamblea Nacional, considerando que la ignorancia, el olvido o el menosprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de las calamidades públicas y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer, en una declaración solemne, los derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre, para que esta declaración, constantemente presente para todos los miembros del cuerpo social, les recuerde sin cesar sus derechos y sus deberes; para que los actos del poder legislativo y del poder ejecutivo, al poder cotejarse en todo momento con la finalidad de cualquier institución política, sean más respetados y para que las reclamaciones de los ciudadanos, fundadas desde ahora en principios simples e indiscutibles, redunden siempre en beneficio del mantenimiento de la Constitución y de la felicidad de todos”, señala con contundencia la introducción a esa famosa declaración.
Visto en el contexto actual, no sorprende en nada una expresión de ese tipo. Pero en aquel tiempo, sonaba muy distinto. Entre otros puntos, el texto asegura que los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos; el principio de toda soberanía reside esencialmente en la nación; la libertad consiste en poder hacer todo lo que no perjudique a los demás; la ley solo tiene derecho a prohibir los actos perjudiciales para la sociedad; ningún hombre puede ser acusado, arrestado o detenido, salvo en los casos determinados por la ley y en la forma determinada por ella; nadie debe ser incomodado por sus opiniones, inclusive religiosas, siempre y cuando su manifestación no perturbe el orden público establecido por la ley; la libre comunicación de pensamientos y opiniones es uno de los derechos más valiosos del hombre; la sociedad tiene derecho a pedir cuentas de su gestión a cualquier agente público; una sociedad en la que no esté establecida la garantía de los derechos, ni determinada la separación de los poderes, carece de Constitución.
Es de rigor asegurar que la declaración de derechos universales emanada de la Revolución Francesa contó con sus antecedentes. No fue algo que surgió de la nada. Antes, existieron los Concilios de Toledo, la Carta Magna Leonesa (1188), la Carta Magna inglesa (1215), el Habeas Corpus (1679) y The Bill of Rights (1689). El acta de declaración de Independencia (1776) y la Constitución estadounidenses (1787) son los antecedentes directos de la movida francesa.
Y como vivimos en un mundo tumultuoso desde el principio de los tiempos, la declaración de 1789 terminó siendo anulada, y solo cinco años después de ese acontecimiento. En 1794 se introdujo el concepto de Tribunal Revolucionario, con potestad de suprimir esos derechos para aplicar las políticas de terror. De ese modo, “dicha declaración terminó siendo una parodia, una burla para aquellos que la votaron y finalizaron sus días siendo víctimas de la mecánica revolucionaria”, enfatizó un texto del portal Historia Hoy.
No obstante, los puntales de la Revolución Francesa se mantienen y cabe recordar que sirvieron de inspiración a los movimientos independentistas de las Américas. Siempre estará el desafío de respetar esos mandatos que encajan en toda sociedad republicana y democrática. Recordarlos seguido no viene mal, porque, como queda dicho, estamos en un mundo muy pero muy movido.