Incipiente recuperación, en un marco complicado

Una de las “ventajas” que hemos tenido en Uruguay en el marco de la devastación que ha generado la pandemia es, sin dudas, que la enfermedad primero se extendió por países asiáticos y Europa, lo que dio una advertencia sobre la magnitud del problema que luego afrontaríamos, las acciones preventivas que era necesario adoptar para tratar de atenuar sus efectos, y además tener en cuenta que luego del pico se requiere un tiempo de convivencia con el virus y sus manifestaciones negativas en todos los ámbitos, a la espera de la vacuna o medicamentos que lo venzan.
Es positivo, en este contexto de impacto global, que la epidemia esté transcurriendo con efectos muy menores en nuestro país desde el punto de vista sanitario respecto a lo que se ha dado en varios países de Europa e incluso de América, para lo que han coadyuvado medidas adoptadas a tiempo desde el gobierno y la disposición de la población para asumir que es fundamental encarar medidas preventivas sencillas pero firmes a efectos de evitar la propagación.
Ello incluye el desarrollo de actividades manteniendo protocolos de cuidados y sin dudas, asumir como inevitables las consecuencias negativas que se dan en materia de empleo y actividad económica –en algunos casos muy graves– como en la actividad turística y eventos masivos, que aún padecen en un cien por ciento las medidas de distanciamiento social para contener la expansión de la pandemia.
Aún salvando hasta ahora con buena nota las acciones adoptadas para contener la extensión del COVID-19, no es menos cierto que tal como se está viendo en los países que primero sufrieron la enfermedad, habrá un período hasta ahora indefinido de aparición de brotes focalizados que es preciso contener para evitar nuevas oleadas, por lo que en este período en que habrá que convivir con el virus es impensable volver a la vieja normalidad y consecuentemente a la reapertura general de actividades en la misma medida que la prepandemia.
Las consecuencias socioeconómicas de este escenario son obvias: dificultades acentuadas en el empleo, para las empresas, para el propio Estado en cuanto a recaudación y para la población en cuanto a recuperar y mejorar su calidad de vida, por lo menos hasta que el mundo revierta el impacto del que hasta ahora no se ha repuesto ni mucho menos, aunque naturalmente en cada país, de acuerdo a sus propias características, hay matices en cuanto a sus perspectivas y sobre todo la espalda financiera con la que afrontan la contingencia.
En Uruguay, el advenimiento de la pandemia y las medidas de control que afectaron la actividad y el empleo se dieron en un contexto de sistemática caída de las actividades durante el tercer gobierno del Frente Amplio, con creciente desempleo y principio de recesión consolidado por un déficit fiscal del orden del 5 por ciento del Producto Bruto Interno (PBI), por lo que la respuesta ante el escenario ha estado muy limitada en la disponibilidad de recursos por el Estado y las propias empresas y población.
Ergo, para apuntalar la recuperación económica hay condicionamientos muy severos, porque estamos ante un punto de partida muy bajo. Igualmente, hay señales de algunas mejoras respecto a la caída, como consecuencia de que se ha retomado parcialmente la actividad.
En este sentido, más allá de lo que el ciudadano común percibe en la calle, existen indicadores que aportan datos provenientes del Banco Central que dan la pauta de “brotes verdes” en la economía, todavía muy parciales y que deben ser analizados en el contexto deprimido del que veníamos.
Así, entre otras vertientes, ha dado un primera señal de mejora la actividad del núcleo industrial, con un repunte del 6,4 por ciento en mayo respecto a abril, que ha sido el mes de mayor caída. El Indice Líder de Ceres, que recoge variables del PBI, interrumpió un proceso de ocho meses consecutivos de caída, lo que indica cierta recuperación de la producción para el tercer trimestre.
También hubo un aumento en la recaudación de la Dirección General Impositiva (DGI), de las ventas de vehículos cero kilómetro, de la venta de electricidad y combustible a familias y empresas, mayor envío de leche a las plantas industriales, ligero aumento de la actividad portuaria, y mejora en el nivel de empleo, dentro de la relatividad de la situación, pero en la coincidencia de que habría quedado atrás el piso.
Corresponde igualmente contextualizar el escenario, porque tenemos a la vista lo que está ocurriendo en Europa, donde todo indica que ha quedado atrás el peor momento, y que en el verano se han aflojado las cuarentenas e intentado recuperar actividad económica, incluyendo al turismo, que es nervio motor de muchos países, sobre todo España e Italia, duramente azotados por la pandemia.
Los datos indican que los compradores están optando por un radio de acción mucho más reducido y, según las asociaciones comerciales, las caídas son del orden del 50 por ciento respecto al año pasado en las ventas en países emblemáticos como Alemania e Inglaterra, pero con la diferencia de que la gente está comprando en gran medida por Internet y en comercios minoristas, soslayando hasta ahora las grandes superficies y comercios más grandes.
Asimismo, se focaliza la demanda particularmente en productos de primera necesidad y vestimenta, que se dan sobre todo en el comercio local y se mantiene la reticencia al traslado hasta el centro de las grandes urbes, por lo que se está registrando reducción de personal y/o cierres en grandes cadenas.
Mientras tanto, tampoco el reciente repunte de las ventas por desconfinamiento ha sido tan pronunciado como esperan los grupos minoristas, pese a que están relativamente mejor que las grandes superficies, lo que da la pauta de un panorama complejo, por lo menos en el inicio del rebote que se espera sea más inmediato que otras crisis económicas, habida cuenta de que la causal es un factor externo a la economía, que tiende a superarse.
La expectativa en nuestro país debería ser similar, una vez superada la coyuntura, pero el hecho de que se haya heredado un fuerte déficit fiscal, desempleo y problemas en la actividad y la salud de las empresas, indica que las medidas para la recuperación económica deben apuntar a superar tanto la coyuntura como el arrastre que se venía dando, y ello implica necesariamente la reducción y racionalización del gasto por el Estado, para dar aire al sector privado, a los inversores, para que recuperen y promuevan fuentes de trabajo genuinas, el verdadero sostén de la economía, en cualquier circunstancia.