Mientras espera recuperar la libertad, el sanducero Rodrigo González escribió un libro con su historia

Rodrigo González Mattiauda aún aguarda ser liberado.

Lleva casi 13 años tras las rejas en una condena inédita aplicada en Estados Unidos y que en Uruguay solo tiene precedentes en casos de homicidios especialmente agravados o múltiples. El sanducero Rodrigo Fabián González Mattiauda tiene 32 años y está preso por un delito que en nuestro país no está tipificado como tal.
Llegó a Uruguay en calidad de preso, en 2016, a través de un trato celebrado entre Estados Unidos y Uruguay. Al arribar le dijeron que estaría recluido entre uno y dos meses más porque en nuestro país el delito por el que lo habían condenado no existe y su pena estaba más que paga. A casi tres años de esa “promesa”, pide por su libertad. Pero en un ambiente donde la mayoría tiende a adoptar la violencia como forma de vida, Rodrigo apostó a escribir un libro con su historia.
“Es un trabajo que hice con otro compañero. Estoy tratando de publicar el libro donde cuento toda mi historia. Hablo de Paysandú, donde nací, del barrio donde crecí y todo lo que después pasó”, contó a EL TELEGRAFO. El sanducero sigue preso, increíblemente preso. Lleva más años tras las rejas que el propio Pablo Goncálvez, que había sido condenado a 30 años de prisión por la muerte de tres mujeres. En su caso, tras redimir siete años de pena con trabajo y estudio, fue liberado antes de cumplir el total de su condena. Pero es suerte, a Rodrigo no le ha tocado.

DE NUEVO PAYSANDÚ

En entrevista con EL TELEGRAFO, Rodrigo contó que nació en Paysandú y a los 6 años se trasladó con su familia para Canadá donde vivieron alrededor de cuatro años. En el 2000, “mi familia fue deportada y regresamos al barrio Nuevo Paysandú, donde viví por dos años. Fui a la escuela 8 y a la Escuela Agraria de Guichón y no me quería ir de Uruguay porque tenía buenos amigos y excelentes compañeros”.
“En octubre de 2008 me pasó esta situación estando en EE.UU.”, que aún hoy lo tiene tras las rejas. “La madre de mi novia de ese entonces fue a denunciar a su expareja (cuando se estaban divorciando) de que éste dejaba que su hija, de 14 años, mantuviera relaciones con un muchacho de 18. En ningún momento hubo abuso ni nada por el estilo siempre fue una relación consentida, un noviazgo que comenzó en la secundaria y tengo las pruebas en el expediente de eso”.
En diciembre de 2009, “me sentenciaron después de haber estado casi un año esperando y la justicia de Estados Unidos me halló culpable por haber cometido actos lascivos y lujuriosos, no es violación ni nada de eso. Por ese delito –siendo primario– a algunas personas que estaban ahí y eran estadounidenses les daban seis años de cárcel. A mí me dieron la máxima. La única razón de eso fue que yo me defendí hasta lo último y llegué a discutir con fiscales de allá porque me decían que si iba a testificar mi padre o algún familiar los harían deportar porque eran ilegales”. Sus años en prisión de Estados Unidos no fueron fáciles y debió enfrentarse a situaciones en que su vida corrió peligro.
Tanta será la diferencia, cuenta Rodrigo, que en distintas oportunidades ha expresado que estar en Uruguay –preso– es “un milagro”. En su libro, que espera poder cerrar un acuerdo de publicación con alguna editorial, el sanducero cuenta su vida.

LOS DOS CAPÍTULOS

Con alegría por poder dar un paso, el sanducero compartió con EL TELEGRAFO los primeros dos capítulos de su libro que lleva como título: “Un uruguayo sobreviviendo a las prisiones estadounidenses” (La historia de vida de Rodrigo González). En el primer cuenta sobre “El sueño de Marcela” , haciendo referencia a su madre que la encargada de darle una carta en mano propia al por entonces presidente Mujica pidiendo por el traslado de su hijo hacia Uruguay.
“Luego de tantas derrotas, de tantos años de angustia y hastío, los González-Mattiauda encontraron un mínimo indicio de luz en medio de una oscuridad infinita. Ese optimismo se fue incrementando conforme el gobierno mantenía el interés por la situación. Las reuniones no cesaron durante un prolongado lapso de tiempo”, dice uno de sus fragmentos.
En el capítulo dos, el lector se puede acercar a la persona de Rodrigo, ya que se trata de una entrevista para conocerlo. “La memoria de su infancia es, según surge de su relato, algo que atesora en lo más profundo de su corazón. Creció bajo la celosa guarda de sus padres, Fernando y Marcela, quienes tuvieron la dificultosa misión de criar a tres criaturas de sexo masculino, Mauro, Ángel, y el protagonista de esta suerte de novela, Rodrigo” (…)
Recuerda cuando jugaba con los tornillos “que encontrábamos tirados en las vías del tren”. Vivió en Canadá hasta que optaron por radicarse en Estados Unidos. Hasta debe recordar por qué está preso: “El delito por el cual fui procesado en California fue por tener una pareja menor de edad. Cuando andábamos juntos, yo ya había cumplido los 18 años, y mi pareja estaba por cumplir 15. Hasta el día de hoy seguimos teniendo contacto. Somos amigos. Inclusive hace un tiempo me escribió una carta, la cual está en manos de mi abogado”, expresa en un pasaje del libro mientras narra cómo fue su detención y lo que poco a poco iría adoptando como nueva forma de vida.
Mientras espera una solución que le permita vivir fuera de las rejas, Rodrigo sueña con que su libro sea editado y su experiencia (que no se la desea ni a su enemigo) sea más conocida.