Retrocede varios casilleros

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible planteados por las Naciones Unidas a los países asociados, ya venían jugando un partido bastante complicado antes de la pandemia, con escasas perspectivas ya no de cumplimiento, sino al menos de acercarse a los números, pero ahora da la impresión que se consolida la condición de utópicos que para muchos ostentaban desde el primer momento.
Hablar de “perdedores” y “ganadores” en el contexto de una emergencia sanitaria mundial como la que estamos viviendo parece bastante frívolo, porque lo natural es pensar que aquí hemos perdido todos. Sin embargo no todos los países están sobrellevando la situación de la misma forma y –seguramente no ha de sorprender a nadie– los países de menor grado de desarrollo humano, los de menos “espalda”, son los que están afrontando el problema con mayores secuelas.
En este contexto Uruguay ha consolidado su posición de país privilegiado en el contexto regional. Algunos hablarán de “modélico”, pero asumamos que hay factores que han favorecido el manejo de la evolución de la enfermedad que seguramente no son replicables en otros lugares, por lo que tal vez lo de modelo no aplique del todo.
En su página en Internet el PNUD, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, hace un análisis enfocado a cómo ha impactado la pandemia en cada uno de estos objetivos. El panorama es sumamente desalentador, porque en muchos de ellos se evidencia ya no un menor avance, o un estancamiento, sino directamente un retroceso.
“Los impactantes logros alcanzados en los últimos años, como la disminución de la mortalidad materna e infantil, los cambios en la tendencia del VIH/sida y la reducción a la mitad de las muertes por malaria, se ven en riesgo. Incluso podríamos llegar a tener reveses preocupantes, no solo debido a esta enfermedad, sino también por los efectos indirectos de la interrupción de las campañas de vacunación”, menciona por ejemplo en el objetivo relacionado con la Salud.
Profundizando un poco en este tema, la Organización Mundial de la Salud reveló el 31 de agosto una encuesta en la que detectó que “el 90% de los países han sufrido interrupciones de sus servicios de salud esenciales desde el inicio de la pandemia de COVID-19”.
Esto explica la situación de retroceso que se observa. Hay que insistir que en este caso es injusto tratar de dimensionar el problema a partir de la realidad uruguaya, donde las cifras no son comparables con la mayoría de los países de la región; aún asumiendo que ha habido afectaciones en los servicios del sistema de salud, estas obedecieron a las medidas preventivas y no a la saturación, como sí aconteció en muchos países del mundo, incluso en algunos que podía esperarse que estuvieran mejor preparados para una eventualidad de esta magnitud, como España, Italia, y –ni qué hablar– los Estados Unidos.
De acuerdo al informe que acompaña la encuesta, la mayoría de los países indicaron “que se habían suspendido muchos servicios rutinarios y optativos, mientras que en los países de ingresos bajos los servicios críticos –como la detección y el tratamiento del cáncer y el tratamiento contra el VIH– habían sufrido interrupciones de alto riesgo”.
El director general de la OMS, Tedros Ghebreyesus, al respecto comentó que “la COVID-19 debería enseñar a todos los países que la salud no consiste en elegir entre una cosa u otra. Debemos prepararnos mejor para las emergencias pero también seguir invirtiendo en sistemas de salud que respondan plenamente a las necesidades de las personas a lo largo de toda la vida”. Esto parece fácil de decírselo a las grandes potencias económicas y a países con sistemas de salud consolidados, pero la mayoría de las veces no hay ni siquiera posibilidad de optar porque los recursos no alcanzan para hacer frente a la más básica y esencial de esas opciones.
Solo por mencionar cuáles fueron algunas de las postergaciones más frecuentes: los servicios de inmunización rutinaria y servicios periféricos dejaron de prestarse en el 70%, los prestados en centros el 61%, el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades no transmisibles en el 69%, la planificación familiar y la anticoncepción en el 68%, el tratamiento de los trastornos de la salud mental en el 61%, y el diagnóstico y tratamiento del cáncer en el 55% de los países que respondieron la consulta.
Otro de los objetivos en los que, aunque sin bajar los brazos, se asume que está sumamente condicionado es el de poner fin a la pobreza, el objetivo número 1 de los ODS. Lejos de esto, Oxfam, una confederación mundial de organizaciones no gubernamentales, estima que hay 500 millones de personas en riesgo de caer en la pobreza; esto revertiría números favorables que se habían logrado en los últimos años, como las 736 millones de personas que, gracias al crecimiento económico de China e India, habían mejorado su situación. El retroceso es muy importante en este aspecto.
Lo mismo acontece con el objetivo “Hambre cero”, donde se habían logrado avances, pese a los cuales había en 2017 aún más de 820 millones de personas con insuficiencias nutricionales.
Pero uno de los indicadores más preocupantes es el crecimiento de la informalidad, que pone en riesgo el cumplimiento del objetivo presentado como “Trabajo decente”. Al respecto se estima que hay 1.600 millones de personas trabajando en la informalidad y con serio riesgo de que desaparezca su fuente de ingresos. Esto es igual a la mitad de la fuerza laboral del planeta.
La misma PNUD, en un informe publicado en el mes de junio, evaluó el impacto que tendría la aplicación de una renta básica para asistir durante 6 meses a unos 2.700 millones de personas en 123 países en desarrollo.
“Los rescates y los planes de recuperación no pueden centrarse únicamente en los grandes mercados y negocios. Un ingreso básico temporal podría permitir a los gobiernos dar a las personas en confinamiento un sustento financiero, volver a inyectar efectivo en las economías locales para ayudar a mantener los pequeños negocios a flote, y desacelerar el devastador avance de la COVID-19”, señaló el administrador de PNUD, Achim Steiner.
Se requerirían para este loable fin nada menos que 199.000 millones de dólares…