Con el diario del lunes

Los partidos políticos que se postularon tanto en las elecciones nacionales como en las departamentales se exponían a un escenario complejo. Las adversidades atraviesan por los aspectos económicos, pero también políticos, con liderazgos que perdieron fuerza, otros que necesitaron consolidarse y una continua interpelación hacia las internas partidarias.
Porque hay partidos y sectores que pagaron el costo de no dejar lugar y presuponer que las administraciones anteriores –en el caso de los candidatos que querían repetir mandatos– eran el aval suficiente para la continuidad.
Con el PBI que crece lento, con un incremento de la tasa de desempleo, las dificultades para el despegue de las inversiones privadas y un déficit fiscal que nunca pudo abatirse, complicaron las decisiones y enfervorizaron a la opinión pública que retrataba su descontento cuando hacía específica mención a estos temas.
Sin embargo, no solo Uruguay padece los impactos negativos. A la región le cuesta consolidar sus liderazgos y las problemáticas se agravaron con una contingencia sanitaria de final incierto.
El propio inconformismo abrió el abanico a nuevos liderazgos y desafiaron a las figuras ya establecidas –algunas consulares en la política uruguaya– y crecían los cuestionamientos a la clase política en general. Eso sumado al impacto mediático de algunos supuestos casos de corrupción, acrecentaron el descreimiento y dejaron la marca en aquellos que buscaban argumentaciones en defensa de comportamientos que ponen en tela de juicio a la ética de los políticos.
En vez de demostrar autocrítica y comenzar a revalorizar otros conceptos con la mira puesta en un convencimiento un poco más estratégico, algunos dirigentes orientaron su discurso a la vehemencia y dejaron por el camino todo lo construido en años de caminar entre los votantes. No supieron canalizar el descontento y en la política eso se cobra en votos. Así como también se cobra en un descenso en los niveles de confianza hacia una clase dirigente que aún cree que llega a determinados lugares por generación espontánea.
Porque confundir gestión con hacer política es reiterar un error porfiado de querer poner todo blanco sobre negro y caer en comparaciones pueriles, mientras el tiempo pasa.
Claramente, esto fue canalizado y aprovechado por nuevos protagonistas en la vida política del país, que nunca estuvieron agazapados ni escondidos, sino que ocuparon el lugar que le dieron otros y después, la propia ciudadanía.
Porque los valores cambian y esto no es ni bueno ni malo para una sociedad que crece desde variados puntos de vista. Sin embargo, hubo y habrá dirigentes que canalizarán su veta discursiva siempre hacia el mismo tema, al intentar dividir entre derecha o izquierda, cuando es sabido que los tiempos modernos exigen profundidad en los debates. Y que estos tengan una base de ideología.
Cada vez que un partido pierde, siempre tiene necesidad de una autoevaluación y crítica. No obstante, aún cuando gana debe interpelarse con el mismo ahínco. De lo contrario, su proyecto está calculado solo para una gestión y esa visión estadista escasea en todos los colores.
Si las evaluaciones de las gestiones eran negativas, no era tan difícil suponer que eso se trasladaría al cuarto secreto. Porque la opinión pública es subjetiva y cada votante valora un desempeño, de acuerdo a su momento personal, aunque no siempre sea el reflejo de la realidad general. En este caso, bien vale la expresión de “cada voto es un mundo”.
La coalición que gobierna el país sabe que tiene por delante la labor del zurcidor y que es una acción que debe ejecutar todos los días, tanto desde el ámbito parlamentario como en el Poder Ejecutivo. Sus integrantes tienen que lidiar con la inexperiencia de unos, la impaciencia de otros y la altivez de otros cuantos más.
Y evitar en cualquier caso la fragmentación o herir susceptibilidades que provoquen alejamientos porque el voto extrapartidario fue el gran protagonista de las consultas ciudadanas.
La clase dirigente también deberá analizar la forma de capitalizar los votos ganados o, por el contrario, las razones de su abandono. Porque es posible que esté naciendo un nuevo perfil de votante, no tan afectado por las camisetas ni tan fanatizado y con mucha más libertad de pensamiento o desapego que sus entornos familiares.
Es un votante que se guía por sus percepciones, que siempre serán individuales. Aunque insistan en la necesidad de transformaciones colectivas.
Si no hay una vinculación individual o colectiva con esos liderazgos, lo que ocurra después no tiene mucho sentido de análisis. Eso, precisamente, ocurrió con algunas figuras que posicionaban muy en las encuestas, pero que a la larga quedaron rezagadas, porque vimos que no todo es simpatía ni empatía para ganar una contienda.
Y lo vimos tanto a nivel nacional, como departamental. Porque hubo candidatos con pisos y techos de simpatizantes afectados, algunos con notorios desgastes que permanecieron a desgano en la disputa electoral y la tendencia a un discurso antipolítico que no es nuevo en el mundo.
Con el diario del lunes, solo es posible resaltar la solidez del sistema partidario uruguayo pero las grietas quedaron en evidencia. Tanto en las internas como hacia fuera de los partidos. A eso deberán apuntar en las próximas contiendas.