El difícil equilibrio entre lo “alternativo” y lo “normal”

Nombrar como ministra de la Mujer, Familia y Derechos Humanos a una pastora evangelista –Damares Alves– fue una clara señal del gobierno de Bolsonaro. El polémico presidente brasilero, como había planteado en su campaña, no se iba a andar con vueltas a la hora de enfrentar ciertos temas. Y la ministra Alves no se quedó corta tampoco cuando expresó su enojo ante el estreno por Netflix de la película francesa “Cuties”.
Antes de eso, también se había levantado revuelo con respecto al póster publicitario de la película. O sea que, sin siquiera haberla visto, había ciertos elementos visuales en el mero anuncio que ya ponían los pelos de punta al gobierno brasilero. En el póster se ve a un grupo de niñas en poses de baile. Poses no propias de niñas, es cierto, sino más propias de mujeres adultas. A la vez, en otro anuncio, el mismo grupo de niñas parecen haber salido de una gran compra en una tienda y exhiben con gran desparpajo algunas prendas íntimas femeninas que, ojo, se han colocado por sobre la ropa que llevan.
O sea que no hay desnudos. Pero todo eso fue más que suficiente para Alves y Bolsonaro. Inmediatamente prohibieron el estreno de la película en Brasil y, como ya se ha informado, van a proceder a “investigar” por pedofilia a la mismísima Netflix.
No es la primera vez que Bolsonaro la emprende contra el cine. Cuando había anunciado recortes para los fondos de producción cinematográfica que da el Estado en el país norteño, se había referido directamente a otra película titulada “Bruna Surfistinha”, que no era otra cosa que la historia de una famosa prostituta.
“El estado no va a financiar películas de ese tipo” dijo el presidente brasilero. En esa especie de cruzada conservadora los adherentes y los críticos del bolsonarismo han encontrado en el tema de la sexualidad un ingrediente a la vez maleable y peligroso.
Porque es muy difícil ponerse de acuerdo con un tema así. Sobre todo cuando viene desde un país tan “sexualizado” como Brasil. Pero vamos por partes.
Es cierto, la película “Bruna Surfistinha” no podía defenderse mucho. Era apenas una excusa para mostrar la belleza de la protagonista Deborah Secco y poco más. No tenía el contenido social de otros filmes provenientes de la filmografía brasilera, no tenía actuaciones para destacar, la historia que contaba casi que no existía y, la supuesta “decadencia” del personaje –real– no hacía mella en el físico de la Secco, que se exponía hasta de canto durante toda la película. Que el Estado financie esa clase de películas era bastante delirante, no tanto por el sexo, sino por lo mala que era.
Por supuesto que “Cuties” es una película mucho mejor. La directora Maïmouna Doucouré incluso ganó en su categoría en el prestigioso Festival de Sundance. La historia es la de una niña musulmana de once años que, a la vez que comienza a descubrir su femineidad, también se despierta en ella una vocación por el baile. No por la danza clásica, ni por la danza moderna, sino por el baile callejero. Un baile que, para decir las cosas como son, de recatado no tiene nada. Es un baile dirigido casi totalmente a la sensualidad, a la provocación.
Seguramente, la directora Doucouré eligió ese tipo de baile y no otro, o cualquier otra actividad artística, porque chocaba frontalmente contra las férreas costumbres musulmanas con las que la protagonista, inevitablemente, tendrá que luchar. Es decir, a los efectos de la historia en cuanto a efectuar una narrativa que atraiga al público, su elección fue más que acertada. Olvidó sin embargo, el clima actual respecto a ciertos fenómenos sociales.
Pensar que la intención de la película “Cuties” es ofrecer una imagen sexualizada de sus menores protagonistas para así vender más su producto es bastante tonto. Como también es tonto pensar que, una película en la que un “héroe” elimina por su propia mano a varios delincuentes esté tratando de imponer el mensaje de que ese es el único camino para terminar con la delincuencia.
El problema viene por otro lado. Es la época que nos ha tocado vivir. Si esta película de niñas bailarinas hubiese salido hace unos años, o quizás hace unas décadas, nadie, o casi nadie, hubiese visto una gran diferencia entre lo que hacen los personajes del filme y lo que hacen las niñas que bailan candombe en nuestro país, ni tampoco entre eso y los niños que bailaban lambada en el videoclip que popularizara ese baile.
¿Había pervertidos que podían ver a esos niños y niñas desde un ángulo netamente sexual? Por supuesto. Los había antes y los hay ahora. ¿La diferencia? Ahora se los denuncia, se los escracha, se los condena; antes no.
Eso en sí es totalmente positivo. Ya son varias las historias mediante las que nos enteramos de abusos que se han mantenido por años en el seno de una familia donde nadie se animaba a denunciarlos. Pero quedarse solo en eso también es un error. Porque de esa forma todo se vuelve sospechoso. Todo se tiñe de una suspicacia que no siempre tiene que ver con la realidad.
El movimiento feminista y el movimiento LGBT+ tienen razón en lo que dicen. Pero lo que pasa ahora con “Cuties” es una prueba de que el asunto se les está yendo de las manos. Y si aquí relacionamos a esos movimientos con la izquierda, con esto que pasa en Brasil, se puede comprobar que hay tanta ceguera intelectual en la izquierda como en la derecha.
En la película las niñas hacen baile callejero porque es la forma que encuentran para liberarse. Es algo típico de la adolescencia, querer ser mayores de lo que son. Nos ha pasado a todos alguna vez. Y todos hemos cometido errores en ese camino. Algunos tontos, otros con consecuencias más serias.
Eso es lo que plantea la película. Y ahí podría quedar todo si la sociedad en sí no fuese tan hipócrita. Que haya una película más o menos no va a hacer que haya más o menos pedófilos, ni que los niños y adolescentes dejen de actuar muchas veces como adultos sexualmente activos –o aún más activos que estos, en algunos casos–. Así como deben hacerse las denuncias, también hay que hablar de la realidad, de las cosas que le pasan a la gente, del sexo que todos, antes o después, practicarán. Todos, mujeres, hombres, homosexuales, lesbianas, transexuales. Y abrir todas las “perillas”. Sin olvidarse ni de las “alternativas” ni de las “normales”. La solución no pasa por la censura, porque lo único que haría sería esconder la realidad, y eso se llama hipocresía.
Quizás el equilibrio no sea sencillo, pero si dejamos por el camino a un grupo, que puede llegar a ser incluso el más común del mundo, los estamos dejando a todos. Dejan a uno, dejan a todos, parafraseando una de las frases más conocidas de las marchas feministas.