Salida de la pobreza no solo en las estadísticas

Los últimos datos conocidos indican que la pobreza alcanzó al 40,9% de la población argentina en el primer semestre de 2020, por lo que el país sudamericano alcanzó uno de los peores índices semestrales de pobreza e indigencia en su historia. En cuanto a los grupos de edad, 56,3% de las personas de 0 a 14 años son pobres.
En ancas de lo que se considera ha sido la cuarentena más larga del mundo, y la consecuente repercusión sobre la actividad general y laboral en particular, el índice de pobreza en Argentina se ha ido elevando hasta llegar al 40,9% de la población en el primer semestre de este año, pero ya con un estimativo del 47 por ciento a setiembre, con un 10,5% en nivel de indigencia.
La información fue proporcionada por el estatal Instituto de Estadísticas (Indec), el cual ahora es creíble, luego de haber disfrazado los datos o directamente dejar de funcionar durante los gobiernos de los Kirchner. Al cierre de 2019, la tasa de pobreza había sido de 35,5% y la indigencia de 8%.
En la comparación interanual, la cantidad de personas bajo la línea de la pobreza aumentó 5,5 puntos porcentuales, y en indigencia 2,8 puntos porcentuales. En cuanto a los grupos de edad, un 56,3% de las personas entre 0 y 14 años son pobres. Con estas cifras se calcula que 18,5 millones de argentinos son pobres y 4,7 millones son indigentes.
“De a poco se va aproximando a la mitad de la población que no está en condiciones de cubrir con sus ingresos una canasta básica de consumo imprescindible. Eso es muy preocupante porque tiene muy alto porcentaje de niños y adolescentes”, dijo el economista Ricardo Aronskind.
“Es una situación muy parecida a lo que vivimos en 2001 y 2002”, cuando Argentina vivió su peor crisis. “Ya se están haciendo políticas públicas para aplacar el problema, pero va a requerir un esfuerzo muy grande para que retroceda” la pobreza, agregó Aronskind.
“El gobierno deberá hacer dos tipos de políticas: una de fuerte estímulo a la producción, sobre todo a las actividades que demandan mucho empleo, y transferencias directas de ingresos a la población”, añadió.
La situación argentina, con ser realmente grave desde el punto de vista socioeconómico, es solo un ejemplo –aunque exacerbado por nefastas políticas populistas–, de lo que ha ocurrido en toda la región, que a sus serios problemas estructurales ha añadido las consecuencias de las medidas para contener la pandemia, por regla general con escasa o nula espalda financiera, para instrumentar medidas paliativas hacia la parálisis de actividad, con destino a los sectores más desfavorecidos del tramado social.
Ocurre que Argentina, con una inflación de más de 40% anual, está en recesión desde 2018. La pandemia del COVID-19 ha golpeado duramente a su economía y el Fondo Monetario Internacional calcula que cerrará este año con una contracción de por lo menos 9,9% del Producto Bruto Interno (PBI).
Pero este escenario es general al subcontinente sudamericano, con matices, porque hay situaciones y situaciones, y en muchos casos se está pagando el precio a políticas voluntaristas desarrolladas con el objetivo de mantener artificialmente por encima de la línea de pobreza a sectores de la población mediante transferencias desde el Estado, con claras motivaciones electorales. Ello significa tener siempre sobre la cabeza de esos sectores la espada de Damocles, por cuanto estas políticas no son sustentables y nuevamente se cae en la pobreza cuando el Estado se queda sin dinero para sostener a estas familias con asistencia directa.
Por lo tanto lo que estamos viendo a nivel global, con un esquema recesivo notorio, es mucho más grave en las economías subdesarrolladas y sobre todo en América Latina, porque lo que se hace es acentuar los problemas que se vienen arrastrando en forma endémica y apenas paliados coyunturalmente, con escenarios comerciales más favorables en los commodities, como ocurriera en la década anterior hasta 2014 (“la década ganada”, diría Cristina Kirchner en Argentina), pero reapareciendo situaciones de pobreza a indigencia a niveles similares una vez se deja de recibir las transferencias desde las arcas estatales.
Hay que tener en cuenta sí que en una economía, en cualquier país, la transferencia de recursos es un factor clave para el desenvolvimiento, la sensación térmica de la población, de los operadores económicos, de las empresas, del ciudadano común. Por incidencia de una serie de factores, esta transferencia que deriva de un sector a otro puede ser una consecuencia natural del mercado sin la intervención del Estado, con una intervención moderada de éste como redireccionador de recursos o como en el caso de los estados de regímenes de economía colectivizada, con todo dependiendo del Estado, incluso como empleador único.
Pero el tema es que transferir recursos debe tener como punto de partida que existan recursos, o de alguna forma hacer o promover que esta transferencia sea base para avanzar hacia el autosustento de la economía, es decir actuar como agente catalizador para multiplicar recursos y generar un circuito virtuoso.
Lamentablemente, los regímenes populistas que se han dado en todo el mundo pero sobre todo en América Latina, suelen poner la carreta delante de los bueyes y han puesto énfasis en la redistribución como un agente mágico que solucionará los problemas de desigualdad y marginación, cuando la cosa es mucho más compleja que el voluntarismo. Es que esta “solución” puede ser en realidad –generalmente lo es– un multiplicador de pobreza, justamente al revés de lo que se pregona, porque tarde o temprano, la realidad gana.
“La pobreza es consecuencia de múltiples factores que hay que atacar. No alcanza con las transferencias monetarias, y cuando la economía de un país crece no se arregla dándole dinero a la gente”, expresó meses atrás al respecto, entre otros conceptos, en el suplemento Economía y Mercado, del diario El País, el director del Centro de Desarrollo de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) Dr. Mario Pezzini.
Reflexionó empero que “esta manera de atacar el problema tenía una justificación fuerte: la idea de que si uno pasa la línea de pobreza extrema, supera el problema y no va a retornar, porque hay mecanismos de mercado que le permiten integrarse automáticamente a la sociedad. Pero es evidente que vuelve a caer. En América Latina hubo una fuerte reducción de pobreza extrema y ahora está volviendo a crecer. Hay múltiples vías para que eso pase, la pérdida de trabajo, reducción de ingresos, inflación, empleo informal que no permite acceder a una buena jubilación, etcétera. Por tanto, hay que buscar otro modelo de cooperación”, expuso.
Las reflexiones del director del programa de la OCDE refiere a una problemática que tiene que ver con la dirección de la cooperación internacional, es decir identificar países a los que canalizar con mayor énfasis esta ayuda y la forma en que éstos pueden encarar políticas y reformas para un mejor aprovechamiento de estos recursos.
El punto es que las carencias potenciadas por la pandemia exigen que esta cooperación internacional atienda las situaciones que se han dado en cada país por el crecimiento de la pobreza, y de lo que se trata es de que los gobiernos puedan recibir esta ayuda financiera excepcional de organismos internacionales para contribuir a reducir la brecha, poner en movimiento las cadenas productivas y de comercio, y generar un circuito virtuoso de inversión, más trabajo y reciclaje de riqueza para que la gradual salida de la pobreza sea sustentable y no un simple dato estadístico que se cae tan pronto cede la transferencia desde el Estado, lo que es lisa y llanamente hacerse trampas en el solitario.