Con cara de lucha de género

Estamos transitando épocas signadas por la marcada incidencia en diferentes ámbitos, sobre todo a través de una consecuente movilización, de lobbies que han tenido a menudo éxito en obtener respuestas positivas a sus reivindicaciones, las que por supuesto no siempre implican hacer justicia o han sido ponderadas debidamente en el contexto del interés general y hasta en promover la igualdad de condiciones que se pregona tan alegremente.
Por el contrario, en no pocas ocasiones lo que se pretende es mover el péndulo hacia el otro lado, con lo que en realidad se tiende en los hechos a consagrar injusticias pero de signo contrario a las denunciadas y/o existentes.
Se trata de un fenómeno mundial, pero que tiene a la vez escasa penetración en culturas cerradas, sobre todo en Asia y África, como es el caso de las reivindicaciones de corte feminista, donde hay una amplia gama de organizaciones que con distinto énfasis y modus operandi ponen el acento en la búsqueda de igualdad de condiciones entre hombres y mujeres en el área del trabajo, particularmente, el acceso a puestos de jerarquía y la oposición a toda discriminación contra el sexo femenino.
Una causa a la que nadie debería estar ajeno porque refiere a un principio de igualdad ante la ley, de igualdad de oportunidades, de acceso a los cargos y puestos laborales en áreas a las que históricamente la presencia femenina ha sido retaceada, por acción o por omisión, por factores muchas veces de tipo cultural pero también por condiciones propias del sexo femenino, cuando se trata de actividades que requieren determinado grado de esfuerzo físico o disposición natural que genera dificultades a la mujer por sus condiciones biológicas, aunque naturalmente hay excepciones que, como bien sostiene el refrán, solo confirman la regla.
Pero como en tantos ámbitos de la vida cotidiana, hay grupos que se enganchan en causas justas y las contaminan con una actitud extremista exacerbada por su militancia y venda ideológica con la que intentan arrastrar a quienes están en su misma vereda, pero con una actitud distinta, por lo que en lugar de sumar terminan restando y desvirtuando su causa ante la opinión pública.
Tenemos por ejemplo lo ocurrido recientemente en Francia, donde la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, calificó este martes de “absurda” una multa impuesta por las autoridades al ayuntamiento de la capital francesa por emplear demasiadas mujeres en puestos de responsabilidad.
La multa de 90.000 euros (110.000 dólares) fue impuesta por el ministerio de la Función Pública de Francia, alegando que París había infringido las normas sobre la paridad de género en su dotación de personal de 2018.
“Me complace anunciar que hemos sido multados” por “haber nombrado demasiadas mujeres en puestos de dirección”, dijo Hidalgo en una reunión del ayuntamiento.
En total, ese año, las mujeres ocuparon el 69% de los cargos superiores del ayuntamiento, con 11 mujeres y sólo cinco hombres.
“La gestión del ayuntamiento se ha vuelto, de repente, demasiado feminista”, ironizó la alcaldesa socialista, que fue reelegida para un nuevo mandato al frente de París el año pasado.
“Esta multa es obviamente absurda, injusta, irresponsable y peligrosa”, dijo. Y añadió que las mujeres deben ser promovidas con “vigor porque el retraso en todas partes de Francia es todavía muy grande. Sí, para lograr un día la paridad, debemos acelerar el ritmo y asegurarnos de que se nombren más mujeres que hombres”, apuntó.
En una respuesta en Twitter, la ministra de la Función Pública de Francia, Amélie de Montchalin, reconoció que se había impuesto la multa, pero añadió que la norma había sido anulada en 2019.
“Quiero que la multa pagada por París para 2018 financie acciones concretas para promover a las mujeres en el servicio público”, añadió, e invitó a Hidalgo al ministerio para discutirlas.
En tono civilizado y en resumen, se le dijo a la alcaldesa por otra profeminista, que “este no es el modo” en que se debería actuar en favor de esta causa, con ese “acelerar el ritmo” que no es otra cosa que bandearse y colocar un 70 por ciento de mujeres en una dependencia estatal, con el argumento de “el retraso en todas partes de Francia es muy grande”.
Como seguramente lo es en gran parte del mundo occidental, todavía, pero lo que omiten tener en cuenta abanderadas “justicieras” del movimiento como la alcaldesa de París, es que su idea de reparar supuestas injusticias es a través de otras injusticias o discriminaciones. Porque si dispuso designar a casi tres cuartas partes de mujeres en puestos jerárquicos, ¿no se le ocurre pensar que ello se logra a través de postergar a hombres con similar o mayor capacidad que las representantes de la sobrecuota femenina, por decirlo de alguna manera, lo que perjudica a la población que paga impuestos al afectar la mejor gestión?
Y nos aproximamos por lo tanto al meollo del asunto: la causa justa que entienden abrazar la alcaldesa y otras personas que están embanderadas con el feminismo a ultranza, ya ha superado esa fina línea de lo justo o lo injusto, según el cristal con que se mire, para ingresar en el fanatismo que busca por una y otra forma satisfacer una mirada propia del mundo, incluyendo la “reparación” de injusticias pasadas y actuar a cuenta de otras injusticias que podrían sobrevenir.
En este delirio de actuar al barrer se pierde de vista el leit motiv de designar a los más capaces para la función que sea, sin entrar en la disquisición de si es hombre o mujer o se cumple con la “cuota” que en algunos ámbitos se ha impuesto para atender reivindicaciones de colectivos feministas, una norma que conlleva un grado de menosprecio al propio género femenino por considerar a las mujeres de alguna forma incapaces de valerse por sí mismas o de vencer los obstáculos artificiales que consideran se les alza para que no lleguen a estos puestos.
Sin embargo, felizmente el mundo está lleno de mujeres que se han abierto camino por sí mismas en la vida y desempeñan cargos de jerarquía por su capacidad, como imaginamos es el caso de la alcaldesa de París, que sin embargo en los hechos menosprecia a sus congéneres por considerar que no tendrían su misma habilidad, disposición o interés de valerse por sus propios medios para alcanzar los objetivos.
Tampoco tiene en cuenta, además, como muchos grupos feministas, que en gran medida muchas mujeres no ejercen a determinados puestos laborales o funciones simplemente porque no les interesa, porque tienen otras metas o áreas de trabajo que consideran más afín con su pensamiento, condición, posturas y formación que ellas mismas se han dado.
Hay además numerosas actividades en que las mujeres ya son mayoría, vinculadas al derecho, a la medicina, a los estudios universitarios en general y no vemos a estos grupos rasgándose las vestiduras por la injusticia de que sean mayoría respecto a los hombres. Son mayoría porque tienen interés en acceder a estos ámbitos, es lo que les gusta o entienden les satisface, entre muchos otros posibles motivos, y se consideran –lo demuestran– en igualdad de condiciones para hacerse un lugar en la vida.
Que es realmente la forma en que deben ser las cosas, en lugar de las “cuotas” artificiales, la imposición o los escraches de que suelen hacer gala estos “lobbies” en aras de obtener sus objetivos, tratando a las propias mujeres como un rebaño al que es preciso conducir porque no saben lo que les conviene ni cómo deben pensar. Extremo asimilable al nazismo y al comunismo, con cara de lucha de género.