No saldremos mejores

Más allá de discusiones que más que de ciencia están teñidas de política internacional, la puesta en marcha de la vacunación hace que se comience a ver la luz al final del túnel de esta pandemia; pero no para todos, otros siguen (seguimos) a tientas en la oscuridad, tratando, como dijo el presidente Luis Lacalle Pou, de hacernos un lugar, de “colarnos” entre los grandes del mundo. Entre los grandes acaparadores del mundo.
En 1945, a la salida de la Segunda Guerra Mundial, la creación de la Organización de las Naciones Unidas (y sus diferentes organismos) traía la promesa de un mundo con mayor justicia entre las naciones y, por consiguiente, con menos conflictos. De ese entonces hasta ahora el mundo ha venido a los tumbos, pero dentro de todo la voz de la ONU siguió siendo un parámetro con el que medirse. Ocurrió así hasta esta pandemia. La COVID-19 ha mostrado la peor cara de todos en cada una de sus etapas, pero el extremo ha llegado con esta instancia, la de la vacunación, en la que las grandes potencias han barrido el piso con el concepto de solidaridad con el que tantas veces han limpiado sus culpas.
El pasado lunes la Organización Mundial de la Salud advirtió que el mundo está “al borde de un fracaso moral catastrófico respecto a la distribución equitativa de las vacunas contra el COVID-19”, que se pagará con “vidas y medios de subsistencia en los países más pobres del mundo”, expresó el director de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Gebreyesus, que condenó la actitud egoísta de algunos países ricos y compañías.
El director denunció que incluso aún cuando defienden el acceso equitativo, algunos países y empresas continúan dando prioridad a los acuerdos bilaterales, evitando de esa formar el mecanismo Covax, la iniciativa puesta en marcha para garantizar un acceso equitativo a las inmunizaciones. Esto, afirmó, está provocando un aumento de los precios y que salten al frente en la lista.
Uruguay, recordemos, había hecho una apuesta fuerte (dentro de sus posibilidades) a este mecanismo, fiel a su tradición e historia, basta mencionar que fue uno de los países fundadores de la ONU en aquellos convulsionados años. Eran otras convulsiones, y otros códigos.
Una muestra de este accionar quedó revelado casi por casualidad en nuestro país, donde un funcionario de confianza del Ministerio de Salud Pública fue destituido por responder negativamente al ofrecimiento de una empresa farmacéutica. Todos conocimos del episodio una narración sobre el “error” del funcionario, pero poco se comentó sobre la actitud de la empresa, que –queda en evidencia– está (al menos lo estaba) ofreciendo directamente a los países. Dentro de su libertad de empresa, seguro que sí, pero actuando, como denunció la OMS, dando prioridad a acuerdos bilaterales en vez de apoyar al Covax.
“La situación se ve agravada por el hecho de que la mayoría de los fabricantes han priorizado la aprobación regulatoria en los países ricos donde las ganancias son más altas, en lugar de presentar expedientes completos a la Organización Mundial de la Salud. Esto podría retrasar las entregas de Covax y crear exactamente el escenario que fue diseñado para evitar, con el acaparamiento, un mercado caótico, una respuesta descoordinada y una disrupción social y económica continua”, agregó Gebreyesus.
El director, a modo de comparación, expuso que mientras “se han administrado más de 39 millones de dosis de vacunas en al menos 49 países de ingresos más altos”, solo en uno de los países de menores ingresos “se han administrado 25 dosis. No 25 millones; no 25.000; solo 25”, recalcó.
¿Y después? Después vuelve a aparecer la “solidaridad”, expresada en gestos como el del gran líder progresista del nuevo mundo, como muchos han mostrado al primer ministro canadiense Justin Trudeau, quien el pasado viernes declaró que su país está listo para compartir con el resto del mundo cualquier excedente que le quede luego de inocular a su población. Sí, tal cual, “cualquier excedente” que quede luego de la compra que realizó de más de 400 millones de dosis de vacunas. Canadá es un país que tiene 38 millones de habitantes. Aún aplicando las dos dosis que se requieren a toda su población, es decir que aplique 76 millones de dosis, y es más, hagamos el supuesto que tenga mucha mala suerte y se le quiebren o se pierda la cadena de frío en otros 24 millones, Canadá todavía tendría un “cualquier excedente” de 300 millones de dosis.
El excedente de Canadá alcanzaría (y sobraría) para cubrir las necesidades de vacunas de todo México (126 millones de habitantes).
Cabe mencionar que en setiembre Canadá se comprometió a invertir unos 172 millones de dólares en el mecanismo Covax, de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Alianza para las Vacunas (Gavi) para distribuir vacunas en países pobres.
Ghebreyesus señaló que con el Covax compitiendo por las vacunas, es posible que algunas personas en los países de ingresos más bajos tengan que esperar hasta, al menos, el próximo año para recibir sus vacunas.
Sea como fuere el daño ya está hecho y ha quedado en evidencia que la pretendida unidad de los países del mundo sucumbió ante los intereses mezquinos de políticos y empresas.