Envejecimiento de la población, un problema muy uruguayo

Hace años que los países europeos plantearon con preocupación la baja natalidad en sus territorios. Los gobiernos analizan subvenciones y otras facilidades para enfrentar un problema que pone en riesgo el sistema de la seguridad social y el crecimiento económico de sus naciones.
Desde hace más de un lustro en Hungría se aplican deducción de impuestos y reducción de intereses en la compra o alquileres de viviendas que se incrementan en relación a la cantidad de hijos por familia. El primer gobierno de Giuseppe Conte, en Italia, propuso tierras gratis para cultivar a las familias con tres o más hijos.
Suecia mejoró su tasa de fecundidad con la baja por paternidad que extendió a 480 días pagos y de ese total, los padres suecos deben tomar 90 en forma obligatoria para un mayor involucramiento en el cuidado de sus hijos. Además, paga unos 100 euros por hijo, que se incrementa en función de la cantidad que tenga la familia. Y los padres tienen derecho a tomarse días libres, que cobran al 80 por ciento, si sus hijos están enfermos. Una medida que, si se aplicara en Uruguay, causaría revuelo y recibiría una amplia gama de críticas por populista.
En este sentido, el Este europeo en general, mantiene políticas natalistas que lideran gobiernos ultraconservadores.
En el viejo continente, el reemplazo generacional se garantizaría con 2,1 hijos por mujer. Sin embargo, si mantiene esa tendencia a la baja, puede ubicarse en 1,3 y reduciría la población a menos de la cuarta parte de la actual.
La natalidad baja a raíz de mayores expectativas de las mujeres en sus carreras profesionales o en la necesidad de incrementar su nivel educativo o capacitación. Por lo tanto, las aspiraciones están centradas en las poblaciones migrantes para un continente que durante 200 años aportó su población a otros lugares del planeta, pero que en los últimos sesenta años sostiene una tendencia al revés.
Las mejoras en las políticas de desarrollo, las posibilidades de acceder a becas de estudio o los salarios superiores, se tornaron en un escenario atractivo. Y, claramente, la mayoría de los migrantes provienen de países por fuera de los estados miembro de la Unión Europea.
Si la tendencia se mantuviera, al menos hasta 2030 el crecimiento de la población estaría activo. Sin embargo, la integración de esas poblaciones es un reto todos los días porque cuatro de cada diez europeos consideran que este fenómeno aporta al desarrollo de los países.
El caso uruguayo es emblemático. En 2020 registró una baja de 4,3 por ciento y pasó a ser un país de muy baja fecundidad. Ese cálculo establecido para el año 2050 se adelantó con la pandemia y se transformó en la población más envejecida del continente, junto a Cuba.
En este caso, los vaivenes de la economía, la inseguridad laboral y los bajos salarios conspiran con las aspiraciones de generar mejores índices de natalidad. Por lo tanto, a un problema demográfico tampoco pueden aportarse soluciones demográficas, sino sociales y de accesibilidad.
Es, además, uno de los argumentos utilizados por las autoridades de la educación para responder sobre el descenso en la cantidad de grupos. Y es una respuesta que no aceptan los sindicatos de la enseñanza para explicar sobre la disminución de horas docentes.
A nivel global, existen ejemplos de países con baja natalidad similar a Uruguay, como Alemania o Austria, que invierten más en relación a su Producto Bruto Interno (PBI). Por lo tanto, las inversiones dependen de la economía, antes que a factores demográficos. Porque, en contrapartida, la población vive más años y las mismas generaciones se mantienen hasta edades muy avanzadas.
A nivel global, los cálculos de los demógrafos son similares y no habrá una revolución de las aulas por una baja natalidad, sino que los cambios serán graduales. Los sistemas educativos pueden adaptarse y los factores influyentes están orientados al desarrollo humano que permiten las políticas de los países, el hábitat de las familias y la distribución de la población.
La crítica al modo uruguayo de actuar es por la lentitud. Aldo Solari lo anticipó en una publicación en 1957 y a pesar de su visión pionera, no se hicieron nuevas revisiones al respecto. Es que Solari, uno de los referentes de las Ciencias Sociales en Uruguay, no le erró en sus análisis que decantaron medio siglo después.
Porque el problema no repunta ahora, sino que es un proceso que se registra desde hace varias décadas y llama a desafíos futuros que exigirán una inversión importante en capital humano y políticas de desarrollo para mejorar la calidad de vida. Incluso porque desacomoda una lógica en el aspecto educativo, con la conformación de los grupos y la cantidad de puestos laborales de los docentes.
Establecerá, además, la necesidad futura de atender otras prioridades como las personas mayores y sus típicas formas de vida que elevarán los niveles de dependencia, en sociedades cada vez más despersonalizadas.
Ha sido un tinte de la población uruguaya que se contabilizara una persona mayor cada dos niños, al tiempo que actualmente hay una mujer mayor por cada niña. Es un problema bien nuestro que requiere soluciones acordes y rápidas, que no son una particularidad uruguaya.