Constanza Schneider nació en el sur de Chile y vivió en el archipiélago de Chiloé entre sus 3 y 13 años. Cuando volvió a Uruguay, continuó en el campo y asegura que “no podría vivir en la ciudad”.
“Cuando me fui joven de mi casa, fui a vivir a una chacra detrás del parque y hace 29 años que me establecí en el kilómetro 11,500 de la ruta 90, donde tengo la chacra. Crío vacas y gallinas, hago quesos y la quinta. Vivo con dos de mis cinco hijos y el menor, que tiene 20 años es mi colaborador. Estudia Agronomía, pero como este año las clases son virtuales, empezó el tambo”.
Sin embargo, define que su “pasión” es la elaboración de quesos. Tanto como para instalar “La casa de los quesos”, muy cerca de su casa en el kilómetro 8,800. “Fue una idea surgida en la pandemia para evitar venir a la feria y empecé a buscar un lugar para vender mis productos, además de la producción de otras mujeres del sur del país. Vendo distintos tipos de quesos y alimentos y ahora veo que era necesario porque no hay almacenes cerca”, señala a EL TELEGRAFO.
La reconversión en tiempos de dificultades fue necesaria y, a su vez, facilitó su trabajo diario. “Antes tenía que hacer todo: desde vender a ordeñar y eran 16 horas de trabajo. Siempre andaba a la carrera y ahora estoy más tranquila. Dejé de ordeñar a fines de 2018 y decidí comprar la leche para hacer los quesos. Estaba muy cansada”.
El diagnóstico que recibió poco después no le impidió disfrutar de lo que hace. “Sufro de fibromialgia, pero la voy llevando muy bien. Después que lo supe me quedé más tranquila y aprendí a convivir porque entendí muchas cosas de la enfermedad. Además tengo artrosis y me dificultaba andar en el barro. Nada de eso me impidió viajar y volver a Chile, donde me había criado. Un lugar precioso”.
La buena aceptación de sus productos permitió una expansión de su producción. “Ahora no me alcanza la leche y tengo que volver a producir. Me gusta la idea y este año me ayuda mi hijo. El año que viene contrataré y acá, con 7 hectáreas, el proyecto es hacer un ordeñe y el queso solo de mañana”.
Es que en la tarde retorna a su emprendimiento. “De mañana tengo una colaboradora en el almacén y de tarde voy yo. Tengo un enorme agradecimiento a mis clientes que viven en la zona y también llegan desde Paysandú. Siempre sentí el apoyo de la gente que me permite vender mi producción y de otras productoras, porque conozco el origen de lo que vendo”.
SU PROYECTO
Explica que “se demoró la aprobación de un proyecto para regar una hectárea de alfalfa. Tengo un pozo muy bueno, hecho por Prenader (el Programa de Manejo de Recursos Naturales y Desarrollo del Riego dependiente del Ministerio de Ganadería Agricultura y Pesca) y me permitirá hacerlo. Pero desde el punto de vista del caudal necesito 3 hectáreas. Desde que estoy acá, es la primera vez que recibo ayuda institucional”.
Recuerda que “antes, siempre tenía que tener el capital primero para que devuelvan la inversión y es imposible hacerlo con capital de giro. Ahora dan los recursos para empezar, con la presentación de las boletas y se paga el 20 por ciento”.
Schneider relata que “siempre fui hincha de la alfalfa. De las pocas cosas que se pueden regar, son la alfalfa y el maíz. Ahora tengo el Plan Inteligente de UTE que me permite hacerlo a las horas que beneficia el plan. Esta tierra es muy buena para la alfalfa y buen alimento para las vacas”.
En su espacio, “prácticamente trabajo en forma orgánica. Uso solo algunos agroquímicos, pero desde hace 5 años que no utilizo ningún fungicida, ni insecticida, ni herbicida. Cuando hay que eliminar malezas, le paso segadora o rotativa sin dejar que semille”. Y muestra su convencimiento en que “me va a durar menos tiempo si no uso herbicidas, pero no me importa. La tierra siempre va a responder y nos dará frutos de todas maneras”. En forma paralela, destaca las virtudes de la producción sostenible: “me dedico a otra forma de pastoreo. Se llama pastoreo racional Voisin. No estamos siempre en el mismo potrero y vamos dejando centímetros de vegetación para que ocurra la fotosíntesis. Rotamos permanentemente y la tierra se va abonando al hacer potreros más chicos. Esto ayuda a mejorar la materia orgánica porque cuesta muchos años recuperar un suelo mal trabajado”.
Pasión por lo que hace
Asegura que “siempre tengo ganas de hacer cosas. Porque también me gusta la vida social y a eso lo hago en el almacén, al vender en forma directa mi producción. Me apasiona hacer quesos. Además, creo que cuando emprendemos algo siempre ayudamos a otros”.
Porque entiende que el gusto por hacerlo está antes que otras cosas. “No necesitamos tanta plata para vivir y todos formamos parte de una cadena que es muy importante”.
Su rutina empieza a las 5.45, “y avanzo hasta el mediodía. A las 15 ya estoy saliendo para el comercio y vuelvo a las 20. La vida en el campo no es romanticismo y hay que trabajar haga frío o llueva, pero estoy agradecida”.
El cuidado de los insumos es, también, su clave del éxito. “A las vacas las cuido como si fueran mi familia y en eso mi hijo es igual que yo. Creo que los animales tienen sentimientos y cada uno tiene su característica. Incluso puedo decir que cuando tuve que cerrar el tambo, sufrí mucho esa decisión, pero ahora lo tengo nuevamente. Y tengo que reconocer que extrañaba ese trabajo”.
Explica que “siempre estoy encima de todos los detalles y si volviera a nacer, elegiría lo mismo porque valió la pena el esfuerzo. Antes no tenía nada, ordeñaba a mano y hacía el queso en la cocina. Hoy tengo todo y elaboro bajo las condiciones bromatológicas. La tecnología es maravillosa”.