La segunda mitad del presente año se avizora como un posible período bisagra hacia la recuperación mundial de la economía en el futuro inmediato pos pandemia, pero este tránsito no solo se manifestará signado por la incertidumbre, sino también por la forma en que se instrumentarán políticas y las enseñanzas que ha dejado el flagelo desde varios puntos de vista, uno de los cuales el rol del Estado como elemento que debería atenuar impactos negativos en los sectores más vulnerables, pero en escenarios coyunturales.
Sobre las perspectivas a nivel global y la región que se abren en este segundo semestre el director del Departamento del Hemisferio Occidental del Fondo Monetario Internacional (FMI), Alejandro Werner, expuso a El País que esta crisis sanitaria –sin precedentes en la historia moderna– “presenta una clara oportunidad de cambio. La crisis ha exacerbado las diferencias sociales y los problemas de inequidad. Es imperioso que los países fortalezcan sus instituciones de seguridad social y la progresividad de sus sistemas impositivos, y aprovechen esta oportunidad para moverse hacia modelos de crecimiento económico más inclusivos. La necesidad de políticas públicas para encauzar la recuperación también brinda la oportunidad de atacar decididamente el problema de cambio climático, con inversiones en energías renovables, y de esta forma avanzar hacia una economía más compatible con el medio ambiente”.
Pero en el corto y mediano plazo considera que hay ciertos aspectos de la economía en los que el Estado tiene un rol fundamental, y la crisis sanitaria del COVID-19 lo ha puesto en clara evidencia. Hemos visto, por ejemplo, que las políticas contracíclicas agresivas “pueden ser muy efectivas en mitigar el impacto de shocks negativos sobre la actividad económica, el desempleo y los ingresos de los hogares, aunque hacer política contracíclica requiere construir espacio fiscal, es decir, ahorrar durante las épocas de auge para gastar más durante las recesiones. Un sólido sistema de seguridad social también es clave para mitigar los efectos negativos sobre el empleo y, en esta ocasión, para hacer frente al problema sanitario”.
Estas reflexiones reafirman que la presencia del Estado como factor mitigador de los impactos en la pandemia no es algo que pueda instrumentarse gratuitamente, sino que para aquellos países que no habían hecho las cosas bien desde el punto de vista estructural, la recuperación será mucho más difícil y a un alto precio, porque en los hechos, en el mejor de los casos se ha gastado a cuenta, y más temprano que tarde llega la hora de pagarla. Así como ha ocurrido en nuestro país y en la mayor parte de la región, hasta 2020 no se han aplicado políticas contracíclicas que nos hubieran dejado mucho mejor perfilados para cuando las cosas se complicaran, como efectivamente ocurrió.
Así, el Estado de un país sin espalda financiera, como el nuestro y como ocurre en América Latina, para hacer frente a la pandemia, ha utilizado recursos con que no se cuenta, y en el Uruguay, a partir de 2014, cuando se terminó la época de bonanza, lo que se ha hecho es seguir gastando, aumentado el déficit y los costos de producción, con gasto estatal por encima de la recaudación y en resumen, siempre pateando la pelota hacia adelante.
Por lo tanto, se está pagando el precio de no haber aplicado políticas contracíclicas, es decir ahorrar en períodos de bonanza y evitar aumentar los costos internos del país, para poder utilizar esos recursos en tiempos de necesidad, como los actuales, y este es un escenario con el que lamentablemente se enfrentó en Uruguay a la pandemia, al haberse desaprovechado irresponsablemente la bonanza con la consecuencia de trasladar hacia adelante un gasto del Estado rígido que hoy nos cuesta sangre, sudor y lágrimas.
Sobre otras lecciones y consecuencias de la pandemia, el jerarca evaluó que si bien es temprano para sacar conclusiones definitivas, “la pandemia nos mostró el alto grado de interconexión mundial y la necesidad de tener políticas coordinadas a nivel multilateral. Como estamos viendo, hasta que la pandemia no termine en todos los lugares del mundo nadie estará realmente a salvo” en tanto el empeoramiento de la situación sanitaria en la mayoría de los países de la región va a ser un importante freno a la recuperación económica. “Sin embargo, en algunos países la vacunación está avanzando rápidamente, lo que permite avizorar una recuperación más fuerte hacia la segunda mitad del año. Igualmente, es importante recalcar que los países han aprendido a convivir con la crisis sanitaria con políticas de contención del virus más efectivas y menos restrictivas para la actividad económica”.
Esta interconexión a la que se refiere Werner es clave para por lo menos alentar mejores expectativas en los países más vulnerables, porque simplemente confirma que en este mundo globalizado es impensable que puedan dejarse huecos y reservorios del virus que pongan nuevamente en peligro la estabilidad sanitaria y económica mundial, por mejor vacunado que esté el resto del mundo.
Es que teniendo en cuenta la alta transmisibilidad del virus, el dejar focos sin atender, sin contar con la ayuda mundial a los afectados para que combatan el virus, sería dejar vigente esta espada de Damocles que podría caer en el momento menos pensado y potenciar una incertidumbre en un escenario ya complicado por esta causa.
Como bien expresa el jerarca del FMI, si bien la vacunación está avanzando en forma desigual en la región, el progreso en algunos países es importante porque va a contribuir tanto a su propia recuperación económica como a la de los países vecinos. Pero sin dudas, una solución duradera a la crisis sanitaria depende de que todos los países logren vacunar en forma generalizada a sus poblaciones, aspecto este que tiene todo que ver en cómo evolucionará la economía global, y de no ser así, incluso las consecuencias negativas también se manifestarán en los países ricos.
Sin dudas la crisis ha desnudado y/o exacerbado algunos problemas estructurales de la región, pero hay a la vista paliativos como un alza en el precio de los commodities, incluyendo la soja, el cobre y el hierro, que se han fortalecido fuertemente y ahora están por encima de los valores pre-pandemia. Esto augura que está en marcha un motor importante para la recuperación de la región, aunque siempre implica incertidumbre respecto a la posible duración de estos valores en el mercado mundial.
Igualmente, está de por medio la incógnita de si se podrá resistir la tentación de repetir errores y facilismos, y así evitar el resultado de auges pasados en los que los países debilitaron su posición fiscal al crear gastos permanentes con ingresos transitorios, que es precisamente el factor condicionante más duro para nuestra economía, incluso si no hubiera pandemia.