Las patas de la cultura

Hablando con ciertos referentes de la cultura local aparece siempre el tema de los momentos del pasado en que Paysandú vivió un auge cultural en cuanto a varias disciplinas. La arquitectura, la pintura, el teatro, la música, e incluso el deporte, que también es cultura. Como todo plantel de veteranos, ese lustroso pasado es recordado con añoranza y nostalgia, pero lleva a los más jóvenes a preguntarse sobre si esos recuerdos que tanto se miman, no tienen también que ver con la idiosincrasia uruguaya de ver a todo tiempo pasado como mejor.
Porque, si ponemos en marcha la imaginación, habría que ver si, dentro de veinte o treinta años, los que todavía son jóvenes hoy pero no lo serán mañana, también recordarán este tiempo presente como otro de esos momentos culminantes del pasado, incluso en lo referido a la cultura. Pero es algo difícil de imaginar. Los referentes como Day Man Antúnez, Pérez Lynch, Olga Rubiolo, Omar Ostuni o Alvar Colombo –por decir algunos– parecen bastante difíciles de sustituir, o de comparar con algunos de los actuales, aunque eso solo el tiempo lo dirá.
Lo que es muy difícil de discutir es que, si bien los motivadores culturales del pasado siempre tuvieron sus dificultades, la pujanza económica de nuestra región posibilitaba que sus obras fuesen más reconocidas, o si se quiere utilizar una palabra más de moda, más consumidas, en el buen sentido. El ejemplo de una personalidad como la de Diva Merello, que, saliendo de la pobreza casi extrema se convirtiera en toda una figura del teatro sanducero y nacional, sería un caso prácticamente imposible de repetir en el presente, aunque hay que confiar en la raza humana, como dice el mismo Colombo.
Pero yendo a la práctica, cuando se pregunta dónde está la solución, la pata de la política es inevitable. Si no hay voluntad política parece que nada puede hacerse. Ya son varios los activistas de la cultura que reclaman por un museo de artes plásticas o museo de arte contemporáneo. Pero, lejos de chuparse el dedo, los políticos de este período o del anterior, o el anterior, saben que un museo es bastante más que conseguir un galpón donde arrumbar algunas piezas y pinturas. Un museo, según las propias palabras de los entendidos, es algo muy caro de mantener. La conservación de las obras –otra “pata” si se quiere– no es simplemente pasar un plumero sino mucho más, la investigación, para que el asunto sea serio, otro tanto, los sueldos para que quienes trabajen sean algo más que funcionarios que prendan y apaguen la luz, se lleva otra parte del presupuesto y así podríamos seguir enumerando aspectos que, de tener la intención de abrir un museo en condiciones, vuelven todo en una empresa ciertamente costosa. El problema es, entonces, la alternativa. Porque la alternativa es no hacerlo y no hacerlo lleva a que se pierdan algún tipo de cosas que, al no ser, o más bien no parecer urgentes, van quedando por el camino hasta que corren el riesgo de desaparecer. Porque ¿para qué se hace y mantiene un museo? ¿Para preservar el pasado? No. Para el futuro.
Muchos de los que más pueden sacar provecho de un museo como Dios manda son ,precisamente, los niños y jóvenes. La pata pedagógica de un museo es un componente fundamental, ya que tener presente un cuadro, un fósil, una escultura o un objeto histórico cualquiera es muy diferente a verlo de manera virtual, aunque ese, el virtual, ha pasado a ser también un componente fundamental. Además, si pensamos en lo local, la identidad de un lugar es muy difícil de mantener sin un soporte físico. Sea la identidad histórica, social o artística. Es algo insustituible poder tener a mano ciertas obras que, de verlas en una pantalla ofrecen solo una parte de todo lo que son.
Claro que a todo esto, y ya que la pata económica siempre es la que termina siendo determinante, valga la redundancia, hay que ver que también ahí la idea de un museo puede ser provechosa. Tomemos el caso de la ciudad de Bilbao. Más grande y poblada que la nuestra pero con ciertos puntos en contacto. Está a la orilla de un río, por ejemplo y, al igual que Paysandú, vivió un pasado de pujanza económica y cultural que con el tiempo fue perdiendo. Sin embargo ahora, o por lo menos antes de la pandemia, esa ciudad era visitada por quince millones de personas por temporada. ¿Qué fue lo que la volvió a convertir en un centro de atracción? Pues un museo. El museo Guggenheim que atrae a millones de turistas año a año.
Por supuesto que la apertura de ese museo fue acompañada por una movida cultural de toda la ciudad, pero fue el puntapié inicial que ayudó a que Bilbao regresara al mapa de los puntos de atracciones más importantes en un país que tiene muchos. O sea que la pata del turismo también tiene que ver con la cultura o, en este caso, con la idea de un museo.
Evidentemente, es un tema que toca cada uno de los aspectos vitales del ser humano y la sociedad. Enfocarlo como corresponde, trabajarlo seriamente y pensarlo de una forma que trascienda administraciones políticas sigue siendo un debe sanducero que puede tener sus avances, pero que requiere un impulso mucho mayor. Es muy cierto que la cultura es indestructible y que puede tener una paciencia infinita, pero las generaciones pasan y muchas veces simplemente pierden ese patrimonio porque no se le da la importancia que necesita. Una obra de arte será también arte dentro de varias décadas pero mientras tanto, ¿por qué no hacer que también sea útil para toda la sociedad?12