Los “platitos chinos” en pandemia

En nuestro país, como en la mayor parte de los países del Tercer Mundo, se hace referencia a que el manejo de la economía se asimila con el malabarismo con los “platitos chinos”, al ser preciso mantenerlos girando al mismo tiempo para que no se caiga alguno de ellos, porque arrastraría a la debacle a todos los otros.
Esto es, tener presente las dificultades de mantener parámetros como un tipo de cambio barato para favorecer el consumo, cuando es preciso encontrar un equilibrio que a su vez permita mantener la competitividad, desde que un dólar barato encarece paralelamente nuestros productos en el exterior. Por otro lado, si bien es decisiva la influencia de este parámetro en la inflación, que es muy sensible a los vaivenes del dólar, paralelamente es de alta prioridad promover el empleo sin perder poder de de compra. No menos importante en la macroeconomía es atender la amenaza del déficit fiscal descontrolado que surge del hecho de que desde el Estado se gaste más de lo que se recauda, y por ende se afecta el buen rumbo de la economía.
Estos platitos girando son el desvelo de los gobernantes, porque mantener un equilibrio es desgastante, y cuando se intenta priorizar un elemento sobre los otros, por decisiones de cortoplacismo de corte electoral, tarde o temprano esta decisión coyuntural terminará afectando y arrastrando a los otros, distorsionando el anhelado equilibrio.
Podemos decir que en el caso de la pandemia, la necesidad de mantener los platitos chinos girando se ha expandido, desde que se ha incorporado el factor sanitario que genera una dicotomía adicional, por cuanto las medidas restrictivas para acotar la transmisión de casos involucra afectar la economía, y viceversa.
Más aún, el grado de dificultad en el equilibrio se acentúa si nos adentramos en el factor de incertidumbre que implica la evolución del número de los casos y su consecuencia sobre la salud y la economía del país, como ocurre en todas partes del mundo: cuanto más se extiendan los casos y las consecuentes restricciones, más costará superar los perjuicios en la actividad económica, en el desempleo, en el poder de compra de la población.
Es decir demasiados platitos girando en el escenario, con pronóstico reservado, como se suele decir en medicina, aunque en esta instancia el elemento de mayor incertidumbre es el tiempo, porque sí o sí, el mundo va a dejar atrás la pandemia, pero lo que todavía no se sabe es en cuánto tiempo y el grado de perjuicio que terminará ocasionando.
En el Uruguay, como ocurre a nivel global, se ha incorporado asimismo en la problemática otra incógnita: ¿el ritmo de vacunación podrá ganarle la carrera a los contagios? ¿Y, en todo caso, en qué período y a qué costo?
La ventaja comparativa de Uruguay en cuanto a establecer una barrera eficiente por vacunación contra la difusión de los contagios es notoria: su pequeño tamaño, la baja densidad de población, la ausencia de obstáculos geográficos, los recursos en infraestructura sanitaria, la organización y experiencia en los procedimientos, indican que si no surgen inconvenientes inesperados, se estará en condiciones de tener un amplio porcentaje de la población vacunada en poco más de un mes, lo que representa un porcentaje muy significativo en cuanto a barrera inmunológica y las posibilidades de enlentecer los contagios, contrariamente a lo que ocurre en naciones muy densamente pobladas y serios inconvenientes para establecer un ritmo de administración de dosis que resulte en la contundencia que se necesita.
Estamos pues en una carrera contra el tiempo desde el punto de vista sanitario que también tiene altos componentes de incertidumbre, porque a la velocidad de inoculación y disponibilidad de vacunas se agregan factores de comportamiento humano que resultan fundamentales a la hora de generar medidas eficaces para contrarrestar el avance del COVID-19.
Lamentablemente, hay visiones encontradas entre los uruguayos en este sentido, porque si bien el común denominador en la población en general es el acatamiento de medidas básicas como portar tapabocas, evitar aglomeraciones en comercios, uso de alcohol en gel, evitar la concurrencia a lugares donde pueda haber concentración más o menos masiva de personas, existen grupos con tendencia manifiesta a no observar siquiera mínimamente estas elementales precauciones.
Precisamente son estos grupos los que suelen llevar a la burbuja del hogar el virus, afectando sobre todo a las personas de mayor edad y organismos susceptibles, a la vez de ignorar los controles y apelaciones de las autoridades a aplicar normas básicas de lo que se ha denominado como libertad responsable.
Y tan importante como esta irresponsabilidad es sin dudas el rechazo de no pocos ciudadanos a aplicarse la vacuna, haciéndose eco las más de las veces de teorías conspirativas delirantes, como la de pretender hacer creer que en la vacuna va un microchip(¿?) pergeñado para espiar y controlar a las personas, que se ocultan los gravísimos efectos que tiene la vacuna en millones de personas y que la idea es establecer un exterminio selectivo de la población, entre otras “justificaciones” para rechazar la inoculación que permitiría establecer una barrera eficaz para controlar la amenaza del virus.
El hecho incontrastable, por encima de estos actos de descreimiento alentados por ciertos seudocientíficos y profesionales que buscan aprovechar la oportunidad de tener atención para su minuto de fama, es que las vacunas han permitido a lo largo de la historia de la humanidad erradicar enfermedades que habían diezmado a la población mundial en otras épocas, lo que fue producto de la investigación y esfuerzo de grandes hombres y mujeres que también en su momento lucharon contra el descreimiento, la indiferencia, el temor, la prescindencia y la falta de solidaridad de muchos de sus semejantes.
Porque además, como ha quedado demostrado durante tantas décadas, el acto de vacunarse no es solo una autodefensa, sino que implica hacerlo también por los semejantes, para entre todos establecer la barrera que contenga los contagios, en un indiscutible acto de solidaridad que entraña en sí un mínimo riesgo y acarrea enormes beneficios.