Solicitada

No existe el día del genocidio charrúa

En 1878, publicaba “El Espíritu Nuevo” que en la espesura de los montes más apartados del territorio “yacían restos de la antigua tribu de los charrúas, indios salvajes, los más indómitos y avezados a la rapiña y violencia que pudieron existir.
Durante la guerra con el imperio, habían prestado algunos servicios, pero más estimulados por el saqueo y la matanza que por otras consideraciones. Devueltos ahora a la paz, no entraba en sus hábitos la vida doméstica, ni les satisfacían las cuereadas –que se les toleraban– de ganados orejanos alzados. Hubieron de volver a su vida errante; y acechando desde los montes, salían en tropel, llevando la devastación y muerte a los establecimientos que recién se plantaban”.
Tal como afirma Daniel Vidart, los charrúas “no eran originarios de la Banda Oriental. No habían nacido en ella como los árboles de su flora o los animales de su fauna”.
A principios del 1800, Artigas (al igual que su padre y su abuelo), perseguía a estos indios. Como ejemplo, citaremos que a raíz de la muerte del Comandante Aldao, escribía: “dispuso la superioridad quedase aquel comando a mis órdenes y seguidamente castigué a los indios, apresando varios, matando otros y quitándole muchos caballos…”
Tiempo después, las tropelías, andanzas y crímenes cometidos por los individuos que poblaban las tolderías se habían vuelto incompatibles con la vida normal del país que nacía y por ello, en febrero de 1830, Lavalleja, debido a los “excesos cometidos por los charrúas”, le dice a Rivera “hay que proceder con mano de hierro…”, agregando “para contenerlos en adelante y reducirlos a un estado de orden y al mismo tiempo escarmentarlos, se hace necesario que tome las providencias más activas y eficaces… Dejados estos malvados a sus inclinaciones naturales y no conociendo freno alguno que los contenga, se librarán sin recelo a la repetición de actos semejantes al que nos ocupa…”
En una solicitada publicada en El TELEGRAFO se acusa al General Rivera de haber estado “varios meses orquestando la masacre”, refiriéndose a los hechos acontecidos en Salsipuedes.
Ya que una “masacre” es la “matanza conjunta de muchas personas, por lo general indefensas”, corresponde decir que tal afirmación no es cierta.
El 28 de marzo de 1831 Rivera le escribe a su amigo Julián Espinosa “…La operación está casi hecha… ¡Ah! Qué glorioso será si se consigue sin que esta tierra tan privilegiada no se manchase con sangre humana”.
Por ello, con la decisión unánime de la Asamblea General tomada el 31 de diciembre de 1830, Don Frutos marchó a “contenerlos (…) y reducirlos a un estado de orden” con la esperanza de que no corriera sangre.
Decía el parte firmado por Rivera: “Después de agotados todos los recursos de prudencia y humanidad; frustrados cuantos medios de templanza, conciliación y dádivas pudieron imaginarse para atraer la obediencia y la vida tranquila y regular a las indómitas tribus de los charrúas (…) y deseoso… de hacer compatible su existencia con la sujeción en que han debido conservarse para afianzar la obra difícil de la tranquilidad general (…) En tal estado y siendo ya ridículo y efímero ejercitar por más tiempo la tolerancia y el sufrimiento, cuando por otra parte sus recientes y horribles crímenes exigían un ejemplar y severo castigo, se decidió a poner en ejecución el único medio que ya restaba, de sujetarlos por la fuerza. Mas los salvajes, o temerosos o alucinados, empeñaron una resistencia armada que fue preciso combatir del mismo modo para cortar radicalmente las desgracias que con su diario incremento amenazaban las garantías individuales de los habitantes del Estado (…) Fueron en consecuencia atacados y destruidos, quedando en el campo más de 40 cadáveres enemigos, y el resto con 300 y más almas en poder de la división de operaciones”.
Según Daniel Vidart, “se ha inventado una mítica Charrulandia, que tanto mal le ha hecho a las mentes ingenuas y que, al cabo, carnavaliza las antiguas y respetables culturas de aquellos valientes aborígenes”.
Acertadamente escribía Jorge Luis Borges: “Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible”.
Pero por inconcebible que parezca, los autores de la solicitada apelan a la literatura y utilizan como argumento de lo ocurrido en Salsipuedes a la novela “La cueva del tigre”, escrita por uno de los grandes maestros de la narrativa americana, Eduardo Acevedo Díaz.
Como afirmara Lincoln Maiztegui, sólo por ignorancia o mala fe se puede seguir hablando del “genocidio charrúa”.

Gorgonio