Alicia Almenar nació en Guichón, en el seno de una familia afincada al ámbito rural y hoy, junto a su cuñada y hermano, se dedican a la explotación de un tambo que define como “un privilegio”.
“Mis abuelos maternos tenían un campo en la colonia Pintos Viana y mis padres y abuelos paternos, en Juan Gutiérrez. Por razones de enfermedad, mi padre compró en Esperanza y hace 29 años que estamos acá. Hoy, nos dedicamos al tambo con mi cuñada, y mi hermano a las actividades de la chacra”, relata a EL TELEGRAFO.
Ordeñan 90 vacas por turno, “es decir son 180 ordeñes por día y, según la producción, sacamos entre 900 o 1.000 litros diarios. Arrastramos una seca y no hay pasturas, pero esperamos que empiecen a mejorar los verdeos y aumente un poco. Tendría que haber mucha más leche con 90 vacas que hoy alimentamos solamente a ración y a silo”. Almenar asegura que las últimas precipitaciones, “no alcanzaron, pero ayudaron mucho porque todo estaba recién sembrado. Habíamos pasado mucho tiempo sin lluvias, ahora verdea y esperamos a fin de mes que mejore”.
Su jornada
Su día de trabajo comienza cuando suena el despertador y la hora de finalización es relativa. “Aunque llueva a baldes hay que ordeñar, porque las vacas no pueden esperar y cuando vienen a levantar la leche, tiene que estar fría en el tanque. Son los 365 días del año y hay que trabajar siempre. O a la madruga, si hay que llamar a un veterinario para una cesárea”.
En su emprendimiento familiar, que remite la totalidad de su producción a Claldy, no cuenta con empleados. “Es nuestro y cuidamos lo que nos dejó nuestro padre. Pero, también, hacemos lo que nos gusta”, señala.
Recuerda que “el otro día miraba un remate por pantalla y pensaba que si tuviera que ver por televisión cómo se remata el tambo, me pondría a llorar. Tanto nos hemos acostumbrados a vivir aquí, que si nos tienen que sacar no sabríamos dónde ir. Forma parte de nuestras vidas”.
Es que Almenar ordeña desde sus 13 años: “Salimos de la escuela al tambo y ya lo tengo incorporado. No podría hacer otra cosa”.
El tambo de su familia formaba parte del grupo de productores remitentes Pili y puntualiza que “cuando cerró pudimos salir adelante. Fue una época muy dura. De las peores que pasamos y ese recuerdo forma parte de los tantos problemas que pasamos con la lechería”.
Hoy atraviesa por un mejor momento. “Trabajamos tranquilos pero alertas, porque somos muy cuidadosos con lo que se hace e invierte en el tambo. Calculamos el día a día para pagar las cuentas y si hace falta una inversión, sacamos un préstamo solo para eso, porque ahora no es como antes. Ya no hay para guardar”.
De sus recuerdos de niña, subraya que “todo se hacía a pulmón. Hoy tenemos la tecnología y se trabaja con maquinaria. Pero aquella generación terminaba con sus cuerpos desgastados”. Y si bien define su trabajo como “sacrificado”, no duda en agradecer “a la vida por tener lo nuestro. Volvería a elegirlo porque, si miro atrás, veo que no nos fue mal”.
Estos tiempos de contingencia sanitaria traen a la reflexión que “nos asustamos por la pandemia y vemos tanta gente sin trabajo. Nosotros hacemos algo esencial, por eso somos privilegiados”.