El paro en pandemia y las decisiones políticas con asesoramiento científico

En el marco de la omnipresencia de la problemática inherente al COVID-19, hemos tenido en el Uruguay en las últimas horas dos episodios significativos relacionados con el tema que ha dominado la realidad uruguaya y mundial en el último año y medio, los que de alguna forma ilustran sobre la diversidad de actitudes que se han manifestado en este período.
Por un lado tenemos el poco edificante record mundial de haber tenido este jueves un paro general “contra” el virus, con reivindicaciones como si no hubiera pandemia, enmarcado en el pensamiento y visión ideológica de la dirigencia sindical nucleada en el Pit Cnt, porque en esta hemiplejia que sistemáticamente ponen de relieve los sindicatos (de izquierda) no hay otra medida más que el paro para “solucionar” los problemas del país, y en este caso han promovido la paralización de actividades en medio de la ya alicaída actividad reducida por las medidas restrictivas contra la pandemia, haciendo llover sobre mojado.

Naturalmente, la adhesión, compulsiva o no, se ha dado en el sector estatal, dominado ampliamente por los dirigentes (de izquierda), donde es muy fácil parar con y sin pandemia, con un salario y trabajo asegurados de por vida, y donde prácticamente da lo mismo que se funcione o no, mientras los trabajadores y empresarios del sector privado deben seguir generando riqueza también con o sin pandemia, para sostenerse y sostener la estructura socioeconómica en medio de las dificultades adicionales por la coyuntura.
Nada nuevo bajo el Sol, pero que reafirma el contraste de rumbos y responsabilidades, de actitudes y visiones que vienen incidiendo en la realidad nacional desde hace décadas.
Otro episodio representativo refiere a la actuación en este período del Grupo Asesor Científico Honorario (GACH), con cuyos coordinadores Rafael Radi, Henry Cohen y Fernando Paganini, se reunió en las últimas horas el presidente Luis Lacalle Pou, dispuso el cese de actividades del grupo, oportunidad en la que el mandatario transmitió el agradecimiento de su gobierno y de los uruguayos en general ante los aportes realizados por los profesionales en todo este período.

También recibió el grupo un sinnúmero de adhesiones desde todos los ámbitos, incluidos los dirigentes políticos, ante la actividad que realizó este grupo de científicos en uno de los momentos más difíciles que vivió nuestro país en los últimos años por la pandemia de COVID-19.
El Grupo Asesor Científico Honorario estuvo conformado por el Dr. Rafael Radi como coordinador general y Fernando Paganini y Henry Cohen como referentes de sus dos principales áreas, asesorando científicamente al presidente Luis Lacalle Pou desde el 16 de abril del año anterior en el camino hacia “la nueva normalidad”.
El GACH ha formulado recomendaciones científicas en las áreas de salud y ciencia de datos al equipo de gobierno denominado Transición UY, conformado por Hugo Odizzio, Gonzalo Baroni, Roberto Lafluf y coordinado por Isaac Afie, quienes evaluaron y elevaron los informes y sugerencias a Lacalle para la toma de decisiones finales, como por ejemplo la vuelta a clases o la reactivación de algunas áreas económicas, entre otros aspectos.

Por tratarse expresamente de un grupo asesor de carácter científico, las propuestas del GACH no han tenido carácter vinculante, sino que más allá de los elementos científicos, las medidas que se han instrumentado responden a evaluaciones políticas y por ende hay una serie de elementos complementarios enmarcados en la realidad socioeconómica, situaciones y expectativas, más allá de los datos científicos duros.
No hace falta tener más de dos dedos de frente para inferir que la medida efectiva por excelencia en el marco de la pandemia sería la paralización total de actividades, el cierre a cal y canto de eventos y hasta lugares de trabajo, por el tiempo que sea necesario que puede ser semanas o incluso meses, y esperar así que el virus se extinga por inanición, que desde el punto de vista epidemiólogico sería infalible.

Pero la vida es mucho más que contener una pandemia, y de lo que se ha tratado siempre es de optar entre alternativas menos malas que otras, porque hay elementos científicos, humanos, sociales, económicos y políticos a tener en cuenta, y lo que se trata es de más o menos coexistir entre las posibilidades, por varios motivos. El primero y obvio, es que no todos vamos a poder vivir del Estado quedándonos en casa y solo saliendo para ir a cobrar en el cajero: alguien tiene que producir y mantener andando la economía, como se ha hecho. Pero además desde el punto de vista humano tampoco es bueno encarcelar al país en prisión domiciliaria por tiempo indeterminado, una fórmula que por cierto no logró resultados en los países que se aplicó, más allá del descontento popular y la miseria, en especial para la población más vulnerable.

Otra forma de actuar la hemos tenido en Argentina, donde durante varios meses el presidente Alberto Fernández se rodeó solo de un grupo de científicos infectólogos, con un mandatario que recogió exclusivamente la opinión de estos médicos para que no se extendiera el COVID-19 y no atendió otras visiones, por lo que llevó adelante la cuarentena más larga del mundo. Resultado: logró terminar de fundir uno de los países con mayores riquezas del mundo, y lo que es peor, sin haber evitado la extensión de la pandemia, con un elevado número de muertes y de contagios incluso por encima de los de nuestro país en este año y medio.
Es decir, que se han ensayado a lo ancho y a lo largo del mundo recetas con mayor o menor énfasis en uno u otro aspecto, generando resultados que ni siquiera fueron satisfactorios en los países desarrollados.

Al fin de cuentas las únicas variables posibles de mantener en la ecuación son la reducción de la actividad y la movilidad, evitar reuniones en lugares cerrados y la vacunación masiva. Sin dudas, este último factor es la apuesta sine qua non y universal para cortar la circulación del virus, en tanto las otras tienen directa relación con la economía, y han sido el elemento distorsionante por excelencia.

El sentido común indica que efectivamente, economía y pandemia son incompatibles y en esta dicotomía cada país se ha desenvuelto como ha podido, aspectos sobre lo que formulara en su momento recomendaciones el ahora discontinuado GACH, y que han sido precisamente contempladas en gran medida en la evaluación política de los pro y los contra a la hora de decidir medidas, pero sin seguir ciegamente todo lo que se propone, porque las responsabilidades de gobierno son intransferibles.
Y es que de eso se trata: de reconocer los invalorables aportes del GACH como insumos a tener en cuenta en base al punto de vista técnico, pero dando al César lo que es del César, con las miras puestas en el interés general al margen de la fanfarria de los infaltables reclamos partidario-ideológicas que hoy pretenden arrimar agua para su molino.