La pandemia golpea la democracia

A lo largo de la historia de la humanidad, las epidemias y pandemias han sido también crisis históricas y sociales que han generado cambios demográficos, de organización social y comportamientos, así como en los valores morales y la identidad cultural.
La actual pandemia de COVID-19 está afectando negativamente la democracia a nivel mundial y en América Latina las restricciones a las libertades civiles impuestas por los gobiernos como respuesta al COVID-19 han agravado una problemática estructural ya existente y que se manifiesta en un descenso por quinto año consecutivo en el Índice de Democracia (Democracy Index), un “termómetro” desarrollado por la Unidad de Inteligencia de The Economist que se usa para evaluar la calidad de los procesos democráticos y de las instituciones gubernamentales en 167 países.
En 2020 esta herramienta, que anualmente mide la temperatura de la democracia en los niveles nacional, regional y global, registró su peor medición desde 2006: un total de 116 países registraron una caída en su índice de democracia, 38 países mejoraron y 13 permanecieron sin cambios.
Evidentemente, la pandemia por COVID-19 enfrentó a los países al enorme dilema planteado entre proteger la vida y la salud o perder libertades y, según el reporte, en todos los países analizados se optó por las restricciones a las libertades civiles.
Como es sabido, los ciudadanos de los diferentes países han accedido en mayor o menor medida a aceptar y cumplir las restricciones, dado que incluso los más acérrimos críticos coincidieron en que es necesaria alguna forma de distanciamiento social y uso de elementos de seguridad personal, por ejemplo.
“A pesar del acuerdo generalizado en la sociedad de que era necesario establecer medidas preventivas de aislamiento para contener la transmisión del virus, la cuestión de la libertad siempre fue un cuestionamiento central que fue creciendo con el paso de los meses. Estos cuestionamientos no solo fueron en dirección de las medidas más o menos coercitivas de restricción de la movilidad: también se refirieron a la libertad de expresión” plantea el reporte, divulgado en español en un extenso artículo publicado por InnContext, de Fundación Avina.
El estudio indica que en muchas democracias, y más aún en regímenes autoritarios, se observó una tendencia a limitar el debate y a acallar las voces disidentes, especialmente de las personas que se expresaban en contra del aislamiento. “Esto no solamente atenta contra uno de los principios más elementales de la democracia, sino que, además, mostró ser contraproducente: el silenciamiento de los discursos antagónicos al oficial impactó negativamente en la confianza de la sociedad en los gobiernos y en su capacidad para manejar la pandemia. Esto, a su vez, se tradujo en más críticas y en el surgimiento de muchas y muy diversas teorías conspirativas”, agrega.
Solo uno de los cinco indicadores del Índice mostró signos de mejora: el indicador de participación política, cuyo valor global pasó de 5,28 en 2019 a 5,42 en 2020, lo que indica que la suspensión de las actividades políticas y ciudadanas no fue un impedimento para la participación y el involucramiento social en los asuntos públicos. En este sentido, cabe señalar que a pesar de la situación de pandemia el año pasado hubo jornadas electorales –como el referéndum constitucional en Chile y las elecciones presidenciales en Bolivia y Estados Unidos– así como movilizaciones y protestas en relación al manejo de la crisis como a favor de cambios en políticas públicas que afectan a poblaciones específicas.
Según el estudio, América Latina “permanece como la región emergente más democrática del mundo”, detrás de Europa Occidental y América del Norte (conformada por Estados Unidos y Canadá). Por debajo se encuentran Europa del Este, Asia y Australasia, Oriente Medio y el Norte de África y África Subsahariana (estas dos últimas regiones concentran 40 de los 57 “regímenes autoritarios” del mundo).
A pesar de lo anteriormente expresado, también en Latinoamérica, donde según el Índice hay solo 3 “democracias plenas” (Costa Rica, Chile y Uruguay), 13 “democracias defectuosas”, 5 “regímenes híbridos” y 3 “regímenes autoritarios”, la pandemia también ha tenido el efecto de agravar viejos problemas como violencia, corrupción y debilidad institucional que atentan contra el pleno ejercicio de la democracia.
Una de las conclusiones señaladas por Inncontext a partir de los datos del estudio es que la pandemia reveló que buena parte de los gobiernos actúan como élites acostumbradas a no rendir cuentas y a excluir a la ciudadanía de las discusiones sobre los asuntos públicos, tendencia la verticalidad que se exacerbó en el contexto pandémico y, por otra parte, expuso las grandes falencias de los regímenes democráticos del mundo. Por otra parte, el multilateralismo y cooperación no han sido estrategias para enfrentar la crisis global, demostrando la fragilidad del sistema internacional.
En nuestro país, a pesar de su posición ventajosa como democracia plena reconocida en el Democracy Index, es innegable que el ejercicio de persuasión hacia ciertos modelos de comportamiento con distanciamiento físico implican una regulación de la vida social y, eventualmente una limitación de las libertades individuales en un contexto en el que el ciudadano parece quedar en una posición de mayor vulnerabilidad. No sólo por el posible contagio del virus sino por las consecuencias de las nuevas relaciones de poder y control social. Agreguemos a esto la propia irresponsabilidad de otros ciudadanos que poco esfuerzo realizan para colaborar en poner un freno a la pandemia.
Se trata de una situación que trae al primer plano el tema de las relaciones de poder y el rol del gobierno, los científicos y los medios de comunicación. Es un tema complejo y delicado que genera grandes debates y ha comenzado a manifestarse en polémicas recientes referidas al manejo de la pandemia por el gobierno, el rol del Grupo Asesor Científico Honorario (GACH) y las medidas recomendadas En definitiva, se registra en varios países un recrudecimiento de las medidas represivas, que en muchos casos fueron implementadas bajo la narrativa de la pandemia. Y esto en medio de una crisis para la cual aún no se avizora una salida sino que, por el contrario, presenta aspectos muy graves y el primero de ellos es la cantidad de muertes sin precedentes para las generaciones actuales en numerosos países. Una crisis que refuerza las vulnerabilidades y, evidentemente está teniendo y tendrá impactos económicos, políticos y sociales muy profundos y de cuyas secuelas nos llevará años recuperarnos.