Aún no están dadas las condiciones

La pandemia no está en su punto más alto, pero hay 717 personas cada 100.000 habitantes cursando la enfermedad. La ocupación de camas del CTI local es del 83% y sólo un 13% de la población está completamente vacunada (dos dosis más 14 días desde la última inoculación).
La vacunación avanza, pero los que tienen la primera dosis no alcanzan al 50% de la población, y apenas un 46,7% ha recibido la segunda dosis de alguna de las vacunas que se están aplicando.
La variante Delta tiene alta incidencia y la situación dista mucho de estar controlada. Oficialmente se informa que “si bien la mayoría de los departamentos están con el mismo número de casos o han bajado, el descenso ha sido muy poco en relación a lo que veníamos observando en semanas anteriores. Incluso en algunos departamentos ha aumentado el número de casos en relación a semanas anteriores”.
Mientras tanto la ciudad recibe el turismo “con todos los protocolos” y quiere abrirse aún más. Mientras, buena parte de la población parece haberse olvidado de la pandemia. Las termas este fin de semana tuvieron intensa actividad con turistas de todas las regiones, y se pide a gritos la apertura del puente internacional General Artigas, dado que se entiende que lo más grave ya pasó.
No. No estamos hablando de Paysandú. No siquiera de Uruguay, donde seguramente de encontrarnos en una situación tan difícil como esta, buena parte del espectro social y político estaría exigiendo la inmediata paralización del país, como ya ocurrió. Y por supuesto pedirían un juicio político a las autoridades por la responsabilidad del gobierno ante las muertes “evitables”, ante la desidia de permitir tanta movilidad y además no contar con un plan eficiente de vacunación. Menos aún aceptarían que el presidente justifique su incompetencia argumentando que una sola dosis de la vacuna es suficiente, aún cuando ni siquiera se alcanzó la meta psicológica del 50% de inoculados.
Quizás el lector a esta altura sabrá por dónde viene la cosa. Los datos se parecen más a algunos que se han visto en provincias argentinas, por lo cual podría pensarse que es algo lejano, a cientos o miles de kilómetros de Paysandú. Pero no, son los números que azotan del otro lado del río, a la ciudad de Colón, precisamente. Y no estamos hablando del departamento –cuyos números son aún más preocupantes— sino la ciudad misma. Son números proporcionados por el hospital San Benjamín de la ciudad vecina, que publica diariamente en su Facebook oficial.
Puede que para muchos saber que hay 142 casos activos en toda la ciudad no les resulte preocupante; al fin y al cabo no son tantos. Pero ocurre que la población es de sólo 23.200 habitantes, que hace que la relación cada 100.000 habitantes sea equivalente a 717 personas cursando la enfermedad.
Es cierto, Paysandú estuvo mucho peor que eso. Sin ir más lejos, el 8 de junio teníamos 1.680 casos activos cada 100.000 habitantes; dos veces y media más que la vecina orilla en este momento. Pero Colón también estuvo peor, y hoy se encuentra posicionado como estábamos de este lado el 1º de julio pasado, en pleno “rojo Harvard” si tomamos la referencia del índice de infección que se maneja oficialmente. Es que hace 17 días Paysandú contaba con 681 casos para una población departamental de 113.000 habitantes, equivalentes a los 140 casos activos de Colón en la actualidad.
¿Están tan mal entonces? La respuesta a esta pregunta es bastante fácil de contestar. ¿Cómo nos veíamos el 1º de julio pasado? Pues mal, muy mal, aunque ya se veía una mejora sustancial en la situación, y la tendencia en todo el país era a la reducción de casos. Algo que no ocurre en este momento en Entre Ríos, donde –como indicó el director general de Epidemiología de la provincia, Diego Garcilazo, el pasado martes 13– “en algunos departamentos ha aumentado el número de casos en relación a semanas anteriores, como es el caso de Victoria, Uruguay, Islas, Gualeguaychú, que se mantienen en una tasa muy alta y Feliciano, que se mantiene en la tasa que se venía registrando”.
El agravante para nuestros vecinos es que Colón es una ciudad turística, que recibe visitantes de toda la argentina y que se está abriendo, aún cuando los números continúan en rojo y la población en general está lejos de alcanzar la inmunidad de rebaño debido a la baja cantidad de vacunados al 100%. Y, como además su economía se basa en el turismo, la presión social para volver a la normalidad o al menos a una normalidad “disfrazada” es muy fuerte.
Es algo completamente entendible; por un lado la curva de contagios ha mostrado una mejora, aunque lenta, pero que permite ver un futuro más aliviado. Y por el otro, hace ya mucho tiempo que la ciudad no recibe turistas, siendo que en cada temporada es uno de los puntos que congrega más visitantes por sus playas de río y servicios. Mientras tanto la inflación, que ronda el 50% anual, según datos oficiales, hace desaparecer lo poco que los empresarios y la gente puedan haber ahorrado para tiempos difíciles.
Entonces surge también la presión por habilitar el paso por el puente internacional General Artigas. Porque si bien es real que muchas familias quedaron separadas por el cierre de fronteras –quienes tienen doble residencia pueden cruzar por el puente San Martín o por Buquebus, con ciertos requisitos–, al grueso de la población eso no lo afecta tanto como el hecho de no contar con el “turismo” hormiga de los sanduceros.
Claramente se puede apreciar la diferencia en los reclamos cuando en 2007 un puñado de activistas cortó arbitrariamente el paso por el puente; en aquel momento la incidencia económica del “bagayo” y el “turismo” uruguayo era marginal en comparación con los ingresos por el verdadero turismo regional, por el que recibían decenas de miles de turistas en cada temporada así como una cantidad importante durante el resto del año. Y por lo tanto, la presión social colonense estaba bastante más del lado de los activistas que de la libre circulación.
Pero hoy lo que motiva el cierre es algo más serio que un capricho ideológico pseudoambientalista. Hoy estamos enfrentando una pandemia que aún no se ha podido combatir, y que nos obliga tomar decisiones dolorosas para todos.
Abrir las fronteras con Argentina significaría un movimiento de miles de personas diarias entre ambos países –no es solo entre Colón y Paysandú; muchos viajarían a otros destinos–, y en los hechos no se podría hacer un correcto seguimiento de ese tráfico, que sí se puede hacer cuando ocurre en menor escala a través de un aeropuerto o por barco.
Por lo tanto, es claro que aún no están dadas las condiciones para volver a la normalidad. Aunque eso no signifique que la situación pueda dar un vuelco en las próximas semanas, cuando finalmente la vacunación en el vecino país tenga un alcance mayor y se reduzcan sustancialmente los contagios, y ahí sí estaremos en condiciones de volver a encontrarnos, unidos como siempre por el puente General Artigas.