Un humedal – escuela para Paysandú

Los humedales cumplen diversas funciones que son clave tanto para el equilibrio ecológico como para el ambiental, con impactos tan diversos que van incluso hasta el clima o la geología. Sabido es que a través de ellos ingresa el agua a las napas subterráneas que alimentan los acuíferos. El Guaraní, por ejemplo, recibe en gran medida aportes de los Esteros del Iberá (provincia de Corrientes, Argentina) y la laguna de Mar Chiquita en la provincia de Córdoba, así como de un sinnúmero de otros esteros y bañados de menor tamaño pero igualmente importantes. Y todos tenemos claro la importancia del acuífero, que abarca casi toda la mitad norte del subsuelo profundo del territorio de nuestro país. De él se surten de agua todos los complejos termales de la región, pero además se explota para la extracción de agua mineral, riego, abastecimiento de agua potable para poblaciones, entre un sinfín de otros usos.

Precisamente, el hecho de que no se ve porque es subterránea y que se trata de una de las mayores reservas de agua potable del planeta, genera la falsa percepción de que el recurso es infinito. Pero la realidad es que como todo en la naturaleza, la continuidad de su existencia y calidad está determinada por una cantidad de variables que el mal uso, explotación o manejo del hombre pueden alterar, con resultados catastróficos. Entre ellas estas variables está la salud de los bañados que lo alimentan.
El problema surge cuando la civilización comienza a explotar sus recursos indiscriminadamente, a contaminar las aguas superficiales o a desecar esos bañados para agricultura u otros fines. Pero también es determinante el clima que, como es bien conocido, está cambiando rápidamente, también por efecto de la acción del hombre. O sea, de una u otra manera la Humanidad es responsable o culpable, según lo que suceda.

Si bien todo esto es sabido gracias al alcance de los informes de la ciencia –que afortunadamente están cada vez más cerca del ciudadano común a través de los medios periodísticos tradicionales pero también por las redes sociales–, el problema es que los espacios son tan vastos a escala humana que, llegado el momento, siempre parece que hay lugar para “desafectar” una relativamente pequeña área sin generar graves daños, por ejemplo para la producción agrícola. Pero suele pasar que la sumatoria de las áreas humanizadas a la larga termina siendo una extensión demasiado grande para la resiliencia de la naturaleza, y se quiebra el equilibrio.
Hay muchos lugares en el mundo que en este momento están justo en ese punto en que un poco más puede detonar la bomba ambiental sin posibilidad de retorno. Y en otros eso ya pasó; por ejemplo, hay mares enteros que están desapareciendo, como por ejemplo el Mar de Aral en Asia Central, que por cambios efectuados por la antigua Unión Soviética con fines económicos, hoy está casi desaparecido, y queda sólo un 10% de su superficie original de 68.000 kilómetros cuadrados, generando alrededor de lo que queda de agua un gran desierto estéril.
Otros lugares aún resisten a pesar del tremendo daño que se les está haciendo de las más diversas formas, como los bañados y manglares de la Florida en Estados Unidos, pero ya presentan signos de agotamiento.

Más cerca, en Argentina tenemos el ejemplo de Mar Chiquita en Córdoba, el cuarto lago más grande de Sudamérica y que también aporta al acuífero Guaraní. En este caso, por manejos hídricos humanos y el cambio climático ocurrió lo contrario: entre 1977 y 1986 el nivel del agua creció 9 metros.
La evidencia de la importancia de los humedales y lagos está clara en la actualidad, pero ¿qué tiene que ver Paysandú con ellos?
Los humedales no son solo esas inmensas superficies anegadas que se ven en los documentales, sino también las zonas bajas inundables contra los ríos o todo lugar donde se concentra el agua naturalmente en forma intermitente. Acá nomás, la costa del paterno cuenta con gran cantidad de ellos. Y también cumplen una función muy importante en el ecosistema del río, aportando refugio y alimento para aves, anfibios, peces y otras especies; conservan la costa de la erosión, así como también aportan agua a las napas subterráneas.
Parece poca cosa, pero no lo es. Además cumplen una función que sí es de interés, aún de quienes poco valor le dan a la naturaleza: regulan las inundaciones repentinas, reteniendo agua que de otra forma llegaría al cauce tan rápido que produciría picos de creciente aún más devastadoras de las que hemos visto. Y, por sobre todo, son un gigantesco filtro natural de las aguas, tanto de las que llegan desde tierra como la propia del río que pasa por ellos cuando el nivel está alto. De esta forma contienen la contaminación naturalmente, depurando las aguas y reteniendo elementos contaminantes.

Nada construido por el hombre puede o podrá hacer este trabajo tan bien como los humedales. Basta imaginar la cantidad de hectáreas repletas de vegetación que existen y todo lo que eso bloquea de basura, suciedad, químicos peligrosos, aguas negras, entre un sinfín de etcéteras.
Sin embargo muchos aún ven estos terrenos como un bañado lleno de alimañas y mosquitos que debería drenarse para darle usos más prácticos.
Por eso es importante enseñar a las futuras generaciones, que ya tienen una cierta conciencia ecológica, la verdadera importancia de los humedales.
En este sentido con muy buen tino Paysandú decidió conservar el humedal de la Curtiembre lo más natural posible.
El lugar está bastante cerca del centro, en un punto de la ciudad que concentra miles de personas cada fin de semana que buscan esparcimiento junto al río. Por todo esto creemos que más allá de la importancia que pueda tener desde el punto de vista ambiental y ecológico –el cual no ponemos en duda—por su cercanía y ubicación estratégica, debería ser aprovechado desde un punto de vista didáctico, creando paseos elevados por los que se pueda llegar al corazón del humedal o incluso a la costa del paterno, para que la gente pueda apreciar in situ el funcionamiento de esa increíble máquina natural que trabaja gratis para nosotros.

Esas pasarelas elevadas bien pueden ser construidas de madera, con islas equipadas con bancos donde el visitante pueda descansar en medio de ese entorno exuberante de vida, leer, observar las aves, meditar o simplemente apreciar el lugar.
En tanto, las escuelas bien pueden llevar a los estudiantes a reconocer la flora y fauna autóctona y enseñar lo que allí sucede, alimentando el respeto y el amor por la naturaleza desde la niñez.
Y, por qué no, sería también un excelente paseo turístico que aporte a la ciudad.
Sabemos que no es una idea nueva y que grupos ecologistas locales ya lo han propuesto en varias oportunidades. También desde estas páginas lo hemos planteado hace ya varios años. Lo que falta es la voluntad política de llevarlo a la práctica.