Resultados educativos en tiempos de pandemia

No es posible comparar el año lectivo 2020 con el 2019, sin tener en cuenta el contexto de la pandemia, las dificultades para la accesibilidad y conectividad de los estudiantes de los sectores más vulnerables cuando se suspendió la presencialidad en la educación y las flexibilizaciones en las pautas de calificación resueltas por las autoridades educativas, que estuvieron atadas a estas circunstancias.
Por todo lo demás, si se analizaran los resultados fríos y descontextualizados, se puede afirmar que el 47 por ciento de los estudiantes que residen en Montevideo terminó el bachillerato y que en todo el país el total llega al 57 por ciento, de acuerdo a los resultados del Monitor Educativo Liceal 2020.
También podría aseverarse que, a la luz de estos resultados, significa que la mayoría de los uruguayos no termina la Secundaria. Sin embargo, y bajo otras circunstancias previas a la pandemia, las pruebas PISA han reiterado conclusiones poco halagüeñas, que se profundizaron durante las condiciones especiales de la contingencia sanitaria. Al igual que los elevados niveles de repetición y las condiciones de desigualdad, cuyo velo descorrió la pandemia pero que estaban instalados en la sociedad en forma crónica.
La mayor desvinculación se registró en adultos y jóvenes que habían planificado terminar su educación secundaria y, tal como lo menciona el documento, más de la mitad de los estudiantes de bachillerato que viven en la capital no lograron egresar del sistema.
En forma paralela, se verificó un descenso en la matrícula y hubo unos 5.000 estudiantes menos. “Mientras que en 2020 ascendía a 271.146, en 2021 se ubica en 266.259 estudiantes”, señala el informe. Las sucesivas autoridades educativas que cumplieron funciones en distintos gobiernos, han argumentado tal descenso en la caída de la natalidad que registra el país desde hace décadas.
Pero ese argumento puede resultar válido en la educación primaria con las inscripciones de cada año, en tanto en la educación secundaria el abandono –o desvinculación– es real y se trata de adolescentes o jóvenes que quedaron afuera del sistema educativo. Y una cosa no quita la otra.
Por eso el contexto en sí mismo resulta un obstáculo para efectuar cualquier comparación con honestidad intelectual. En cualquier caso se puede afirmar que cayó el nivel de repetidores, pero no debe perderse de vista que la emergencia sanitaria posibilitó que las faltas a clase no se tomaran en cuenta. Incluso los estudiantes repetían si tenían más de seis materias bajas en vez de tres, o se duplicaron los períodos de exámenes.
En el mapa del monitor, Paysandú registró una promoción del 90 por ciento en Ciclo Básico. El guarismo más alto fue en Colonia, con 95.6 por ciento y el más bajo en Rivera con 79.4 por ciento.
En Bachillerato, egresó el 63.6 por ciento en Paysandú. El más elevado fue, nuevamente, en Colonia con el 77.5 por ciento de los estudiantes y el registro más bajo estuvo en Montevideo, con el 47.3 por ciento.
No obstante, es encomiable el esfuerzo docente y familiar en tratar de retener a los estudiantes en el sistema. Pero la virtualidad ayudó a esas cifras, ante los problemas preexistentes de resultados académicos y equidad. Por eso, nuevamente, no es posible desatar este panorama del contexto de pandemia y creer que la emergencia sanitaria no impactó en los resultados de los diferentes subsistemas.
Y, en este sentido, un resultado sensible es la propia percepción de los docentes sobre las dificultades que enfrentan los estudiantes diariamente para continuar su vinculación en los diferentes ciclos. Esa continuidad se pierde si se toma en cuenta la trayectoria estudiantil desde Primaria hasta la educación media.
No obstante, a estas alturas, también es posible afirmar que se cuidaron las circunstancias para evitar que una mayor cantidad de adolescentes quedara por fuera de los centros educativos.
La gran pregunta que falta instalar es si esta modalidad vino para quedarse y, con el fin de evitar el mal mayor –es decir, la desvinculación estudiantil– no se apuntará a la calidad de los aprendizajes, que permanece como un problema en la educación uruguaya, luego de los resultados de las sucesivas pruebas PISA.
Es así que, luego de esta experiencia en pandemia, se reafirma la idea de que los centros educativos están llamados a ser un espacio de contención, además de evaluación académica. Y que ambos aspectos pueden convivir y dejar de ser una variable para mostrar solamente la mejora de resultados. Constituyen, en sí mismos, un punto de inflexión para el desarrollo humano y el sentido de pertenencia de ambos lados. Es decir, los estudiantes junto a sus familias y los docentes. Porque en este sentido, ha quedado confirmado que las comunidades educativas estaban preparadas para responder ante coyunturas difíciles.
Igualmente, tampoco pueden quitarse de este contexto a las situaciones familiares o personales de cada estudiante, sobre todo aquellos en cuyos ámbitos se sufrió el desempleo y la violencia que se agudizó por la situación de aislamiento.
Por eso, en este tema nadie tiene “la sellada” que era aquella figurita tan difícil de conseguir para completar los álbumes. Los factores que se agregaron en 2020 no fueron posibles de conseguir en otros años lectivos. Sin embargo, el trasfondo educativo tenía la misma base y eran los escasos resultados académicos que el país arrastra desde hace varios años.
Porque matemática es la materia que complica los resultados e informática la que registra los mejores porcentajes de promociones. Y eso ocurrió con pandemia o sin ella.
La pandemia, que tuvo afectaciones mundiales sobre las formas de vida, desarrollo humano y empleo, también cambió las formas de enseñar y aprender. Hemos asimilado a fuerza de mucho dolor aquellas palabras de Heráclito que “lo único constante es el cambio”. Cambios que, aunque cuesten, vinieron para quedarse.