Pantalla chica

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En la serie 1899, un barco que atraviesa el Atlántico se encuentra con un buque muy parecido pero totalmente abandonado. Bueno, no totalmente. La única persona sobreviviente, o directamente la única persona ya que no hay nadie más en esa nave, es un niño que no dice una palabra pero que será el puntapié inicial para una serie de eventos inesperados e inexplicables. “Claro”, puede decir quien se entere que los creadores de esta serie son los mismos de la exitosa Dark, “estamos ante otro misterio insondable donde confluye el suspenso, la ciencia ficción y el drama sentimental”. Y hay mucho de eso. Aunque los que recuerden mucho a Dark tendrían que pensar también que por más que los creadores sean los mismos, no hay que pedir siempre algo idéntico a lo que tanto resultado dio. Lo mejor es disfrutar de 1899 sin prejuicios y aventurarse en los siempre intrigantes laberintos que nos proponen los realizadores y guionistas alemanes Baran no Odar y Jantje Friese.

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Claro que el tema de la ciencia ficción no siempre hay que tomarlo tan en serio como los alemanes de 1899. Por ejemplo, los franceses de la serie Visitantes, prefieren el humor para contar la llegada de seres interplanetarios a un pequeño pueblito donde nunca pasa nada. No pasa nada ni como acontecimiento ni tampoco en la cabeza de la gente, por lo que explicarles que es posible que hayan llegado extraterrestres es algo muy complicado. Más que nada si se es hijo de alguien que pasó por lo mismo hace unos años como le pasa al protagonista. Como en las mejores comedias de la tradición gala, nadie aquí está dispuesto a cambiar su rutina, aunque pueda significar hasta la misma desaparición. Simon Astier, protagoniza y dirige esta entretenida farsa que recupera un sentido del humor que parecía perdido desde la década de los 70 para acá.

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Cuando el director Sindey Lumet falleció en el 2011 muchos lo saludaron como a un genio. Y la verdad es que durante las décadas de los ‘60 y ‘70 realizó grandes películas. Pero cuando llegaron los ‘80, mucho de su talento pareció desvanecerse y si bien siguió filmando prácticamente una película al año, muchas no tenían ni de lejos el nivel de sus mejores años. Sin embargo, Lumet fue uno de esos directores a los que nunca se los podía dar por terminados del todo. Porque, durante su veteranía, siempre se las arregló para meter alguna película de real valor en medio de muchas malas. Una de ellas fue Daniel, el último testigo, en la que contaba qué había pasado con los hijos de los Rosenberg, un matrimonio que fuera condenado a la pena de muerte acusados de espionaje para la URSS. Timothy Hutton es el Daniel del título, en un papel que por enésima vez lo alejó del galancito adolescente conque se lo tiene asimilado en la mente del público, y está muy bien. Y Lumet, a pesar de los años, las modas y la supuesta decadencia, vuelve a filmar como en sus mejores épocas y ofrece un retrato descarnado que es, a la vez, un testimonio social y una contundente crítica a la pena de muerte.

Y en las infinitas aguas de internet a veces encontramos cosas que nos regresan a nuestra tierna infancia. ¿Tierna? Bueno, es un decir si hablamos de una película como Que el cielo la juzgue, que por su título y protagonistas puede parecer algo que ciertamente no es. Porque si le digo que ella es la bellísima Gene Tierney y él el siempre atlético Cornel Wilde, se podría pensar en un romance rosa entre algodones, pero en manos de un maestro del melodrama como el director John M. Sthal el asunto va por otro camino.

Porque el personaje de Tierney es una celosa enfermiza que no puede ver que nadie, sea mujer, hombre, niño o perro se robe algo del cariño que puede tener de su esposo, por más inocente que este sea. Así que hará todo lo posible porque todo el amor que puede dar ese hombre sea solo para ella. Y cuando decimos “todo lo posible” es imposible que alguien pueda predecir hasta qué punto llega esta mujer. Y si no lo cree, véalo.
Fabio Penas Díaz