Pandemia sin vacuna

“Las enfermedades no transmisibles (ENT) causan el 75% de las muertes globales y van en aumento”, alertó el pasado viernes la Organización Mundial de la Salud (OMS), en su informe anual de Estadísticas Mundiales de Salud, en el que se proyecta que para mediados de este siglo ese dato podría trepar al 86%. El organismo internacional no ve señales de que estos indicadores crecientes se puedan revertir en el corto plazo “a menos que se realicen inversiones sustanciales y se tomen medidas eficaces e inmediatas”.

El informe dedica un capítulo a los retrocesos en materia de salud debido a la pandemia, en el que calcula “en 336,8 millones los años de vida perdidos, un promedio de 22 años por cada una de las 14,9 millones de muertes adicionales”. Señala que la pandemia “frenó el progreso de muchos indicadores de salud y agudizó las desigualdades en el acceso a una atención médica de calidad”, así como a la vacunación sistemática y a la protección financiera para los gastos de salud. El resultado de ello fue “una interrupción de servicios de salud primaria a nivel global, se invirtieron las tendencias positivas del combate a enfermedades como la tuberculosis y disminuyó el número de personas que recibieron tratamiento para enfermedades tropicales desatendidas”. También evidenció y profundizó iniquidades, tanto entre los países como dentro de ellos, en el acceso a las vacunas contra la COVID-19. “Las poblaciones con niveles educativos más bajos residentes en países de renta baja y media tuvieron un acceso más limitado y tardío a la inmunización, y aún hoy continúa siendo menos probable que hayan recibido la vacuna”.

Pero volviendo al tema de las enfermedades no transmisibles, en el informe se recalca “la alarmante incidencia de obesidad, un problema de salud pública que crece rápidamente sin señales de pueda desacelerarse en el futuro inmediato y que conlleva el incremento de otras enfermedades crónicas como la diabetes y la hipertensión”.
Aquí en Uruguay, en la publicación de los Objetivos Sanitarios Nacionales 2030, que vio la luz a mediados del año pasado, el Ministerio de Salud Pública presentó una Caracterización de problemas priorizados, morbimortalidad y discapacidad por Enfermedades No Transmisibles y sus factores de riesgo, en la que se presentan algunas estadísticas que nos ayudan a dimensionar el problema.

Hay cuatro grupos principales que representan en el mundo la causa de la gran mayoría de las muertes, cerca del 56% del total y particularmente se trata de muertes que ocurren en edades entre los 30 y los 69 años, es decir, de las consideradas muertes prematuras. Se trata de las enfermedades cardiovasculares, el cáncer, las enfermedades respiratorias crónicas y la diabetes. La explicación de que se aborden en forma conjunta por los servicios de salud es que se han identificado factores de riesgo en común, factores que son prevenibles y modificables, que están presentes en el desarrollo de estas enfermedades y que se pueden detectar y corregir en general mucho antes de que se diagnostique o que aparezca la enfermedad. Y en especial hay cuatro de ellos que se asocian a conductas o estilos de vida: el consumo de tabaco, el consumo nocivo de alcohol, la alimentación no saludable y la inactividad física, o sedentarismo. Por lo tanto, lo del título, es parcialmente cierto. No hay vacunas contra el cáncer, las enfermedades cardiovasculares, las enfermedades respiratorias crónicas o la diabetes, pero sí hay acciones mucho más al alcance de la mano incluso que la vacuna: la modificación de hábitos. Parece sencillo, pero ya vemos que no lo es. Desde hace más de una década el país ha incorporado un seguimiento y una preocupación mayor por la atención de estas patologías, incluso asociándolas a metas asistenciales para los prestadores de salud (de cuyo cumplimiento depende el acceso a determinados recursos). Y ni falta hace que mencionemos las acciones tendientes a desestimular el consumo de tabaco y otras acciones como el etiquetado frontal de alimentos y las guías de alimentación saludable.

El informe del MSP muestra, como particularidad, un ejemplo medible de cómo impactó la reciente pandemia en las acciones de prevención. Y no es un dato a pasar por alto el que entre el 30 y el 40% de los cánceres se pueden prevenir, modificando a tiempo el estilo de vida. Según los datos de la Comisión Honoraria de Lucha contra el Cáncer, se observó una reducción del 25% en los PAP realizados (tanto en prestadores públicos como privados), un descenso del 43% en los PAP realizados en el grupo de edad de 21 a 69 años; una reducción del 30,5% en las mamografías realizadas en prestadores privados y de un 12% en realización los PSI totales.

Durante el Encuentro UM de 2021, organizado por la Universidad de Montevideo, se presentó un estudio llevado a cabo por las investigadoras Ana Balsa (UM) y Cecilia Noboa (UdelaR), motivado por los niveles de sobrepeso y obesidad, en especial en la infancia. Se trabajó mediante mensajes de Whatsapp con clientes habituales de una cadena de supermercados, seleccionados al azar, con temáticas como cocina en casa, consumo de verduras, frutas y legumbres, y alimentación consciente, entre otros. Los mensajes buscaban inducir acciones sencillas relacionadas con la nutrición, acompañados de material audiovisual, intentando incentivar el consumo positivo de alimentos frescos y saludables. Los resultados mostraron que la intervención “aumentó la compra de alimentos frescos y saludables en alrededor de un 10%”. Sin embargo señalaron que los efectos se observaron “principalmente durante las ocho semanas de la intervención, pero hay menos evidencia de que se mantuvieran después”. Este es uno de los desafíos más significativos: cómo hacer para que los efectos se mantengan después de detenerse el estímulo, porque no hay forma de que todos los meses haya una semana de lucha contra el cáncer, o una semana del corazón.