No necesariamente

EDITORA DEL NORTE (2023)
No necesariamente podría considerarse un libro breve, ya que apenas supera las cien páginas. Pero como ya sabe cualquier lector entrenado, eso no quiere decir nada. Ni a favor ni en contra de ningún libro. Y este nuevo libro de Marco Rivero viene a comprobar exactamente eso. Porque por sus 124 páginas desfilan numerosas situaciones, personajes e incluso estilos narrativos.

El humor, siempre muy presente en los relatos de Rivero, salpica aquí y allá situaciones oníricas y surrealistas. Pero no por eso, o mejor dicho, no necesariamente, esto quiere decir que el autor se incline hacia los caminos trazados por cierta tradición literaria nacional como la de Quiroga o Levrero. Teniendo tal vez algo de ambos, el realismo de Quiroga y el clima onírico de Levrero, Rivero ensaya su propia postura. Y tal opción es la de, en el fondo, no tomarse muy en serio lo que escribe.

¿Cómo es eso? ¿Quita esto valor literario a lo que leemos? Por supuesto que no. Ya supo decir el mismo Horacio Quiroga que él escribía más que nada impulsado por el mantenimiento económico que le proporcionaba su literatura, o Kafka pidió como último deseo que quemaran todo lo que había escrito. Por eso, la liviandad de Rivero es engañosa. Tan engañosa como la que pudo tener a nivel internacional Mark Twain o a nivel nacional Julio César Castro. Corre el peligro, por supuesto, de que no se lo tome en serio. Que muchos de sus cuentos no pasen de ser un chiste, una anécdota, un intento de literatura que no llega a su fin.

Pero esas mismas críticas se pueden hacer a los cuentos de Las mil y una noches o a los de El Decamerón, hoy convertidos en ejemplos de la literatura universal. ¿Exageración? ¿En las humoradas, crónicas y obras de teatro de Rivero no hay literatura “en serio”? Eso es muy temprano para decirlo. En un medio inhóspito como es el de las publicaciones literarias uruguayas y, sobre todo, las del interior, que Rivero siga publicando sus libros no deja de ser un logro en sí mismo.

Que además sus narraciones sean simpáticas y queribles ya es un plus que no cualquiera puede ufanarse de tener. Poniéndonos exquisitos, se podría decir que la factura final de su estilo todavía no está madura, que al leer algunos de los textos de No necesariamente, a veces falta algo y a veces sobra. Claro, después de leer a Borges, Onetti, Levrero y ni qué decir, Quiroga, el acostumbramiento a la excelencia es un vicio que el lector no puede abandonar de la noche a la mañana. Lo que es muy injusto con los nuevos valores como Rivero.

Su defensa, sin embargo, es muy efectiva. Marco Rivero, o por lo menos su obra, no quiere el Olimpo de la literatura uruguaya. Su objetivo es entretener, como si todos estuviésemos en ronda junto al fuego y, para pasar el rato, alguien entrenado en las lides de la narración nos contara algún recuerdo, alguna situación particular, incluso un cuento fantástico. Y eso alcanza y sobra para recomendar el libro de Rivero.

Cuando los años y las décadas pasen, el mejor crítico, que es el tiempo, dirá si además de esa simpatía y calor humano también hay una literatura a rescatar. Si la hay, Rivero habrá logrado lo que nunca se propuso, estar a la par de sus admirados escritores. Si no la hay, no será óbice para que se pueda pasar un rato muy ameno leyendo No necesariamente. Lo que, a estas alturas, ya es decir muchísimo.

Fabio Penas Díaz