
Kiefer Sutherland, su hijo y también famoso intérprete anunció ayer que en Miami a los 88 años murió Donald Sutherland luego de luchar largamente con una enfermedad. De prolífica trayectoria en la que tocó todos los géneros habidos y por haber, nunca fue nominado al Oscar aunque recibió uno honorífico. Su alta figura y sus ojos saltones y penetrantes habían comenzado en el cine a principios de la década de los ‘60 en películas hoy olvidadas, aunque la segunda en la que apareció, una de terror con Christopher Lee, El castillo de los muertos vivos, fue importante para él ya que del apellido de su director Warren Kiefer, sacó el nombre de su hijo más reconocido en el mundo del cine y la televisión.
Las películas que siguieron fueron para Donald más apariciones que actuaciones hasta que, en 1967 formó parte del elenco de Doce del patíbulo. Ahí sí actuó. De loco, un papel que le quedaba pintado. Y el género bélico parece que también le venía bien porque su siguiente éxito mundial –luego de varios filmes menores– fue El botín de los valientes en 1970, una película que no llegó a ser todo lo que se proponía pero que le mereció la estima de su compañero de elenco Clint Eastwood, con el que se volvería a encontrar bastante más adelante.
Con el decenio de los ‘70 comenzó su época más gloriosa. Ese mismo año coprotagonizó Mash, en otro papel de hippie, esta vez un médico, no un soldado que hizo furor en su momento. Al año siguiente fue parte de Johnny cogió su fusil, única película dirigida por el guionista Dalton Trumbo, el más reconocido artista perseguido por la caza de brujas a los “comunistas” en Hollywood. El filme no tuvo mucha repercusión pero con el tiempo se convertiría en un alegato antibélico obligatorio para los cinéfilos progresitas.
En una seguidilla envidiable ese mismo año también protagonizó junto a Jane Fonda Mi pasado me condena, uno de los mejores policiales de esa década. Luego de algunas películas nuevamente olvidables en el ‘73, llegaría otro batacazo: Venecia rojo shocking, un filme de terror que conseguía trascender el género ampliamente y fue admirado por propios y ajenos. En esa década parecía que todo estaba a punto de explotar y Sutherland volvió a interpretar a un personaje bastante desquiciado en Como plaga de langosta.
Aunque el género bélico le seguiría siendo propicio, ya que en 1976 volvería a él en Ha llegado el águila, una competente aventura que esta vez tenía a los alemanes como protagonistas. Sin embargo, para un actor que pese a haber nacido en Canadá se había formado en las tablas de Londres, el continente europeo tenía que ser muy atractivo y cedió a esa tentación en dos de sus mejores trabajos: 1900 y Casanova.
En el primero lo dirigió Bernardo Bertolucci y encarnó como pocos la desatada maldad fascista de la época de Mussolini, en el segundo se puso a las órdenes de Federico Fellini y la “biografía” del archiconocido seductor italiano Casanova se convertiría en un logro actoral mayúsculo en su carrera. Terminando la década de los setenta se pueden rescatar La invasión de los ladrones de cuerpos y El primer gran asalto al tren y, para comenzar la de los ochenta, por supuesto, Gente como uno, la primera película dirigida por Robert Redford a la que le llovieron los premios Oscar, aunque no para Donald, que se lo merecía por enésima vez.
Al igual que muchos que vivieron el latido de su tiempo en la década de los setenta, no se puede decir lo mismo de la carrera del actor de ahí en adelante. El momento de las revoluciones políticas y artísticas había terminado y Sutherland volvió a ser más una presencia que un intérprete. Por supuesto que a semejante talento aún le quedaba por demostrar mucho de los que era y ahí están por ejemplo La isla de las tormentas, Una árida estación blanca, Dr. Norman o Ciudadano X. Incluso llegó a la era dorada de las series con Trust y se dio el lujo de trabajar con su hijo Kiefer en el western Forsaken o también ser parte de la era dorada de las series con Trust o Bass Reeves.
Y claro, las nuevas generaciones también lo reconocerán por Los juegos del hambre, otro papel de villano que hacía de taquito. Los mejores años, sin embargo, habían pasado hace tiempo. Hecho para un cine donde los seres humanos se sentían como tales, dejó que se utilizara su fuerte imagen para un tipo de cine en las antípodas del que lo había hecho tan prestigioso y querido. “Hizo lo que amaba y amaba lo que hacía”, dijo su hijo Kiefer.
No hay mejor recordatorio que ese para cualquiera que se precie de haber vivido una vida que valió la pena.
Fabio Penas Díaz