¿Qué entendemos por Literatura infantil?

En la producción de Literatura para niños, el ilustrador es muy importante, porque vivimos en la cultura de la imagen. Leemos primero la imagen y luego la letra. Hay que tener en cuenta las dimensiones del texto y de la imagen.
Para escribir, hay que saber escribir, no escribir para chiquitos porque son chiquitos, no olvidar que sus capacidades están en desarrollo. El niño es una esponja, si le damos agua, la exprimimos y sale agua; si le damos otra cosa que no sea agua, saldrá esa otra cosa. No se trata sólo de tener capacidad natural para escribir, se necesita trabajo, sudor y lágrimas. (Recuerdo a Edison, en este momento, quien decía que el éxito es el resultado del 1 por ciento de capacidad y el 99 por ciento de sudor). No alcanza con la inspiración, se necesita el cómo, la preparación, el desarrollo estético, para escribir un texto literario y a la vez, bien escrito gramaticalmente.
Cuentos y novelas: no todo lo que existe en la estantería es literatura infantil. Un texto literario es el que genera belleza, los textos escritos con intenciones didácticas no son literarios. Pero creo que se puede, o se debe, usar los cuentos, en primer lugar, para generar belleza y placer estético, y después, utilizarlos con fines didácticos, tal como nos enseñaba un inspector.
La escritora Adela Turin habla de “hermosas, cariñosas y pacientes”, como se pensaba hasta hace poco, que debían ser las mujeres. Ella escribe en defensa de las niñas, consideradas como inferiores a los varones. Pero ninguna de las asistentes a este encuentro sufrió esa discriminación, tuvimos suerte. En nosotras, el contexto favorable ayudó, ese modelo fracasó. La autora llama la atención sobre el hecho de que las brujas, en los cuentos, son siempre mujeres, las madrastras son las malas. (Realmente, nunca imaginé semejante discriminación).
Se habla del caso de Irán, donde la mujer es considerada prácticamente una cosa, por una cultura salvaje, una anticultura, diría yo. En el cuento Las mil y una noches, se realza el poder político del sultán pero se destaca la astucia de Scherezada, que se las ingenia para no ser asesinada, como las otras. En muchos cuentos se cosifica al género femenino y se da potestad al masculino. (Nuestra sociedad siempre ha admitido una doble moral para los varones; creo que ahora todo está cambiando y se ha llegado al otro extremo, donde cada género tiene permiso ¿para comportarse como quiera? (Perdón, esta es mi opinión)).
Se nos pide que recordemos algún cotexto de nuestra infancia, que nos ha quedado grabado y que colaboró en la formación de nuestra identidad. Hablamos de las rondas infantiles, los cuentos de hadas, las canciones, los trabalenguas, las coplas, las adivinanzas, las murgas, los refranes. “Piano, piano, se va lontano”. “Del dicho al hecho, hay gran trecho”, recuerdo esos refranes.
Según Rosenblatt, cuando leemos estamos haciendo una transacción, una negociación de significados entre cada uno de nosotros y el escritor. Es decir, cada texto es muchos textos, hay tantos textos como lectores u oyentes. (Concepto difícil de entender, para mí). Esa transacción se realiza en un aquí y un ahora, en un contexto y un cotexto determinados. Después de la lectura somos otros, en el acuerdo o en la discrepancia. El texto también se transforma. Cuando volvemos a leer un libro, nos produce un efecto diferente al que experimentamos la primera vez. Por ejemplo, en mi adolescencia leí “Los miserables”, y me gustó. Ahora me produce mucha tristeza.
“Nosotros somos nuestras palabras”, dice Eduardo Galeano. Pensando en los niños, tenemos que pensar, escribir y decir palabras bellas.

Tía Nilda