
Un papel fundamental le cabe a la dirigencia política, a las cámaras empresariales, los sindicatos y muy especialmente, a los protagonistas del mundo académico y de la inteligencia estratégica, cuando se trata de observar y ordenar el rol de los medios digitales. Se trata de proyectarse en el tiempo, definir marcos de acción, advertir riesgos, eludir inestabilidades y licuar peligros no previstos. Y asegurar la más amplia libertad para todos los concurrentes.
Hacia noviembre de 2020, inmediatamente después de la derrota de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, el expresidente Barack Obama advertía que Estados Unidos enfrentaba un desafío al que denominó “crisis epistemológica”. ¿Qué significaba “crisis epistemológica”? Nada menos que ubicar y proyectar en la agenda política, un factor extremo de inestabilidad a partir del regreso de Trump a la arena política, y en especial, una proyección de retorno victorioso de éste a la Casa Blanca en enero 2025. En aquel momento, la sola posibilidad estremeció a más de uno. Dicho así, uno podría imaginar que la alerta temprana serviría para poner en acción al Partido Demócrata. Pero no: resultó poco efectivo para preservar la estabilidad institucional, y prevenir el abuso de privilegios institucionales. Aún así, el Partido Demócrata y el sistema judicial actuaron con absoluta ineficacia, con exceso garantista, a tal extremo que durante el período inter electoral fue consumido por el uso abusivo de chicanas, por momentos burdas, que dieron oportunidad a Trump para permanecer a flote.
El propio Obama, alertó en el silencio de la siesta política este riesgo, pero las restricciones constitucionales no le habilitaban a actuar abiertamente. Este problema persistió hasta que la realidad acabó con la aspiración de Biden. La sensatez de la advertencia no fue comprendida en su magnitud. El tiempo ya no era un factor que jugara a favor de Biden, sino de Trump. La proximidad de las instancias electorales fortaleció el ánimo levantisco republicano, en una sociedad que parecía dividida a mitades.
Así planteada las cosas, la incertidumbre y las dudas se adueñaron de las estrategias electorales demócratas, que dieron la mejor batalla que pudieron pero será insuficiente.
Obama ya se había referido a la fragmentación y polarización de los medios de comunicación: diferentes segmentos de la sociedad que existen en espacios de información discretos; los argumentos ya no se extraen de un acervo común de hechos, sino en compartimentos estancos. No hay una realidad compartida. “Entonces, por definición, el mercado de las ideas no funciona”, advirtió. “Y, en conclusión, nuestra democracia no funciona”.
Obama ha enfatizado en que así “no hay una realidad compartida”. En 2016 María Ressa, Premio Nobel de la Paz, advertía en California a las empresas tecnológicas que lo que estaba ocurriendo por entonces en Filipinas, habría de llegar a Estados Unidos, y eventualmente, podría extenderse al mundo. Y así fue. Mientras Ressa denunciaba las campañas de odio y manipulación, se votaba el Brexit y Trump ganó las elecciones presidenciales. Un año más tarde, el referéndum de Cataluña.
Esos bots rusos estaban influyendo en estos procesos, con campañas de escala en redes sociales para influir en los resultados, generando incertidumbre, miedos y muchas mentiras. Destruían así algo fundamental para una democracia, “la realidad compartida”.
Eran tiempos de la británica Cambridge Analytica, que ponía en práctica métodos ya probados en Filipinas y Nigeria. Internet y las redes sociales se convirtieron en armas que aseguraban impunidad y anonimato.
Impunidad y falsedad maliciosa
El caos y la falsedad maliciosa en el ámbito de la información han afectado la actividad política en todas las democracias y allí donde haya elecciones libres. Procesos que rápidamente han transformado el debate y el discurso político por intercambios agresivos, donde el debate de ideas dejó lugar a la provocación, y por estas vías se desdibujaron los marcos constitucionales y los códigos que validaban un pluralismo saludable.
La retórica del odio y la desinformación están instaladas en las redes, que se gestiona con mano invisible. Por ello, ningún relato de la crisis está completo sino incluye el rol de los medios digitales, su escaso marco normativo y su efecto distorsionador.
Frenar a las grandes tecnológicas
Y si bien Meta ha cambiado políticas y algoritmos, los “incentivos comerciales subyacentes para maximizar la participación de los usuarios” siguen promoviendo la radicalización y desestimulando la acción responsable del espacio de información. No es de recibo aceptar que los gigantes tecnológicos ejerzan de mega autoridad sobre los discursos políticos para que se vigilen a sí mismos. Son más poderosos que muchos gobiernos nacionales. Y lejos de resignar el papel de la soberanía jurídica sobre las redes sólo por su condición de intangible, se deben reafirmar y recordarnos a todos que también allí, en Internet, es imprescindible que se consolide la institucionalidad democrática.
Obviamente que el camino no es vía control o regulación de la información. Ello violentaría principios muy significativos. Hay que ser muy enérgicos en advertir que la sola aspiración a regular medios de comunicación es radicalmente contraria a la libertad. Pero se debe garantizar la más amplia libertad para todos.
Se va haciendo camino
Los espacios digitales que ocupan los medios que trabajan sobre este soporte constituyen un espacio de la información que alimenta las democracias, un ámbito en el que las ideas deben, intercambiarse libremente. También da soporte a un espacio comercial dominado por las empresas gigantes. Pero debe ser un recurso compartido, no monopólico y descontaminado.
Estas plataformas digitales son la infraestructura de información de las democracias, y deben ser reguladas como otros espacios. Se abren debates que no son solo académicos, sino esencialmente políticos. Y por ello, urge. La advertencia de Obama es contundente: se trata de asegurar un espacio de ideas que asegure para la democracia la más amplia libertad y concurrencia de los diferentes.