Lujuria en el convento, en Netflix

Bueno, bueno, qué titulito, acá es cuando el comentarista dice “no es tan así” o “en realidad es el título que le pusieron en español” o “hay mucho más que eso en la película”. Y todo eso sería cierto, pero cierto es también que hay un convento y que hay “lujuria” en él, si por lujuria entendemos que algunas monjas no aceptan vivir sin sexo y sin amor, ya que de todo eso hay.
Y si después el espectador se entera que el filme está basado en algunos cuentos que el escritor italiano Bocaccio publicó en su famoso “Decamerón” todo comienza a cerrar. Aunque aquí hay que continuar con ciertos apuntes que hacen del filme una curiosidad original.
Para empezar no es italiano, como ha sucedido en casi todos los acercamientos del cine a la obra de Bocaccio, sino estadounidense, y para seguir, los responsables hicieron un movimiento que, a fin de cuentas, consigue que lo que vemos sea muy fiel al espíritu del libro original: es una comedia.
Porque si recordamos lo más conocido de lo llevado al cine partiendo de “El Decamerón”, como la dirigida por Passolini o la más reciente de los hermanos Taviani, en ambas había tanto de humor como de tragedia, tal cual se puede encontrar en el libro. No todos los cuentos son risueños y eróticos sino que hay de todo, inlcuso algunos muy pero muy dramáticos.
Pero quienes hicieron esta comedia, concientes de que no pueden abarcarlo todo, en Lujuria en el convento todo es humor, y cuando hay algo que no lo es está colocado para que termine siéndolo. ¿Por qué esto es una virtud? Por lo que decía antes, al no ser italiana, la película podría fallar en grande. ¿Qué saben los directores, guionistas y actores estadounidenses del espíritu gracioso y también corrosivo y políticamente incorrecto de lo que se lee en “El Decamerón”, o se ha visto en las películas italianas sobre esto? Nada, dirá usted. Pero si todo cae en manos de comediantes, todo cambia.
Porque lo que más se puede comprobar en Lujuria en el convento es hasta dónde el humor puede ser un elemento anárquico y liberador. Sin esto la película no tendría sentido. Y ahí están las caras de gente como Dave Franco, Aubrey Plaza, John C. Reilly, Alison Brie, Molly Shannon o Fred Armisen, todos intérpretes que han sabido dar algunos de los mejores momentos humorísticos del cine y la televisión estadounidense de los últimos años.
Aquí son monjas, curas, seductores, impostores, incluso brujas. Y el director Jeff Baena, que también es actor, filma con mucha cancha una sucesión de gags y sketches que conforman un retrato muy acabado del espíritu de la época, lo que no es poco decir tratándose de un filme estadounidense, que por más independiente que sea, procede de una escuela muy diferente a la italiana.
Por supuesto que decir que la película triunfa solamente porque es humorística sería un poco injusto. Porque otro gran hallazgo es la modernidad. Ninguno de los intérpretes se esfuerza en ningún momento en ofrecer una actuación “de época”, sino que se mueven y hablan como si se tratara de cualquier comedia del siglo XXI.
Es decir, se mueven y hablan como sólo ellos saben hacerlo, pero el caso es que, los que tienen acento de tal o cual parte de Estados Unidos no se esfuerzan por ocultarlo, ni ciertas actitudes muy actuales como la actitud de las monjas ante los pocos hombres del lugar, a los que o bien insultan o utilizan para sus placeres.
Muy feminista todo ¿no? Y sí, pero incluso eso también ayuda a que la película sea más simpática y entretenida. Es mucho decir para un cine que, casi siempre que trata de meterse con épocas o lugares que conoce poco, termina haciendo más dislates que películas tan queribles y divertidas como esta.
Fabio Penas Díaz