Entre los riesgos y los efectos secundarios

De acuerdo al monitoreo que realiza el Fondo Monetario Internacional (FMI) en la región, América Latina presenta determinados perfiles de riesgo que no solo involucran sus realidades socioeconómicas, sino que también hay una proyección adicional sobre los escenarios políticos en cada país, con matices, que aportan desenlaces de incertidumbre en el futuro inmediato.
No es ninguna novedad por cierto, porque a lo largo de las décadas han signado a la región la incertidumbre y su vulnerabilidad, desde que por regla general en el subcontinente se llevan adelante políticas procíclicas, apoyadas en la explotación de recursos naturales, caso de materias primas con escaso valor agregado. Por añadidura, somos tomadores de precios, que se imponen desde los países desarrollados y mercados internacionales que juegan un partido en el que de este lado del mostrador se lleva las de perder.
Ocurre que estos factores no responden a responsabilidad de los otros, sino que la mayor causa de estar en esta situación obedece a falencias y errores propios, entre otros aspectos porque las urgencias se priorizan sobre lo importante, y además, porque los populismos han sido tentadores para gobernantes que apuestan a obtener el apoyo de los votantes para la siguiente elección, aunque las medidas que generan esta bonanza efímera condicionan severamente el futuro.
Bueno, en el caso de este estudio del FMI, surge que en los últimos seis meses se han incrementado los factores de riesgo en América Latina, incluyendo riesgos políticos, efectos secundarios y no económicos. Así, el organismo crediticio internacional advirtió que para América Latina y el Caribe “los riesgos regionales y domésticos también se han intensificado” en los últimos meses, “e incluyen riesgos políticos, efectos secundarios regionales y factores no económicos”.
Según su informe “Perspectivas Económicas Regionales del Hemisferio Occidental: Una recuperación desigual” divulgado el sábado, “las próximas elecciones de este año (Brasil) y de 2019 (Argentina, Bolivia, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Panamá, Perú y Uruguay) darán lugar a incertidumbre económica y política”.
Considera en este contexto que “la falta de implementación de reformas tan necesarias pesará sobre las perspectivas económicas. Si bien el ajuste a la caída de los precios de los productos básicos se ha completado en gran medida, varios países necesitan continuar con sus consolidaciones fiscales”.
“Una recesión mayor a la esperada en Argentina podría tener efectos secundarios significativos en los países vecinos con fuertes exposiciones comerciales”, indicó el Fondo. El reporte muestra que Uruguay es el segundo país más expuesto –después de Paraguay– en términos de exportaciones sobre el Producto Bruto Interno (PBI), ya que representan 3,5% del PBI al incluir el gasto de argentinos en turismo en el país.
Agrega que “al mismo tiempo, una intensificación de la presión financiera en Argentina podría resultar en un aumento en la aversión al riesgo y reversiones en el flujo de capital para las economías integradas financieramente en la región. Además, se espera que los grandes flujos migratorios persistan a medida que las condiciones sociales en Venezuela continúan deteriorándose. Esto, a su vez, conducirá a la intensificación de los efectos secundarios en los países vecinos, debido al rápido deterioro de las condiciones de vida, incluido el colapso de la provisión de bienes públicos (salud, electricidad, agua, transporte y seguridad)”.
Por otro lado, entre los factores no económicos, destaca “el impacto del cambio climático y la recurrencia de fenómenos meteorológicos extremos y desastres naturales” ya que “representan una importante fuente de riesgo para algunas partes de la región, especialmente el Caribe”.
En lo que tiene que ver con el escenario en Uruguay, en un apartado sobre nuestro país el FMI recuerda que espera que “el crecimiento se desacelere de 2,7% en 2017 a 2% en 2018 en vista de la reciente sequía, el efecto adverso de la depreciación del peso en los salarios reales y el consumo, y el empeoramiento de las perspectivas para Argentina y Brasil”.
Trajo a colación que el Banco Central ajustó los objetivos monetarios en julio mientras “las tasas de interés reales a corto plazo siguen siendo bajas”, por lo que debería garantizarse una “vigilancia continua para evitar un deterioro de las expectativas de inflación, especialmente en vista de las negociaciones salariales en curso”.
Las perspectivas de nuestros vecinos no son mejores ni mucho menos, desde que respecto a la Argentina, el FMI espera que la economía caiga este año y el próximo y que “el crecimiento se recupere en el mediano plazo bajo la implementación constante de las reformas y el retorno de la confianza”. A su vez, advierte que “mientras se necesita un mayor equilibrio fiscal para reducir la carga financiera y colocar la deuda pública en una trayectoria descendente firme, también es necesario el fortalecimiento de la red de seguridad social y la protección del gasto en programas sociales clave para suavizar el impacto en los más vulnerables”.
A su vez en Brasil espera que la economía crezca 1,4% este año y 2,1% el próximo, pero alertó que “la consolidación fiscal es clave” y debe respaldarse con “una reforma de pensiones muy necesaria”, pero de la que es de esperar consecuencias socioeconómicas negativas en lo inmediato.
El punto es que lejos de estar “blindados”, como algunos voceros del equipo económico lo han reafirmado con un inocultable dejo de soberbia, los errores propios, como el persistente déficit fiscal que no deja ningún margen de maniobra, nos dejan expuestos a los avatares internacionales y regionales, con el agregado de que se continúa con un tipo de cambio desajustado, una inflación que está en apariencia controlada pero que tiene en la caída de la actividad económica gran parte de la explicación, a lo que se agrega la consecuencia de crecientes valores de desempleo, y hacia el exterior, una corrosión significativa de la competitividad, acelerada ahora porque los dos grandes vecinos, directos competidores, han devaluado, y a la vez nosotros nos hemos encarecido respecto a ellos. Un combo que ha perforado el supuesto “blindaje” de hojalata, pero además con debilidades intocables en lo estructural, desde que la reforma del Estado sigue ausente, la economía sigue primarizada y encima en este período los precios internacionales no acompañan.
Y de nada vale repetir que “estamos bien” para autocomplacencia y ya con los aprestos preelectorales encima, porque el ajuste del cinturón solo ha venido por el lado del sector privado, en medio de crecientes dificultades, mientras desde el Estado se sigue en tren de gastar como si estuviéramos en medio de la bonanza que se desperdició lastimosamente.