Seguir apostando al río

Las inundaciones nos preocupan a todos: a los evacuados, a los autoevacuados, a las autoridades y a todos los habitantes de la ciudad que vemos una situación que –si no es trágica– es por lo menos muy dolorosa. Por eso una vez más debemos coincidir con quienes pregonaron y pregonan la implementación definitiva de una solución.
Informábamos recientemente: “El prosecretario de Presidencia, Juan Andrés Roballo, el director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, Álvaro García, y el director del Sistema Nacional de Emergencias, Fernando Traversa, estuvieron en Paysandú y anunciaron que el gobierno tomó la determinación de encomendar a un grupo especial la elaboración de un proyecto para dar solución definitiva a quienes residen en las zonas costeras del río Uruguay, afectadas por las inundaciones”.
“Roballo dijo, en la sede del Centro Coordinador de Emergencias Departamental (Cecoed) que por disposición directa del presidente Tabaré Vázquez, se conformó un grupo de trabajo para atender la situación de las personas desplazadas y abordar soluciones de fondo y a largo plazo”.
“García, por su parte, señaló que la Intendencia Departamental de Paysandú ‘marca el camino’ porque destina una parte de los recursos del Programa de Gestión Subnacional, del que participa, para realojar a la población que vive en la parte más al Oeste de la ciudad. Subrayó que ‘cualquier plan que se acuerde’ será a mediano plazo y excederá el actual período de gobierno. Pero ‘cualquiera sea el gobierno que venga, tendrá que tomar este asunto con la mayor de las seriedades’”.
Totalmente de acuerdo. Nuestra colección es fiel testigo de que hemos planteado el problema y propuesto soluciones, casi desde el mismo día en que aparecimos. Es que EL TELEGRAFO nació cuando ya el problema de las inundaciones se estaba agravando en los primeros años del Siglo XX. Porque el tema no era que el río creciera sino que muchos habitantes de Paysandú se radicaban en zonas fácilmente inundables.
Al finalizar el Siglo XIX, ya era importante el número de habitantes de Paysandú que vivían en la zona costera, especialmente en las proximidades del puerto local. Esto hacía que las crecientes causaran serios perjuicios, motivando la necesidad de adoptar medidas para aminorar las consecuencias de tal situación.
Bien sabemos que al río podremos más o menos manejarlo pero jamás lograremos dominarlo. Por lo tanto, si no podemos evitar que el río crezca cuando y como quiera, lo lógico es no enfrentarlo, sino, claramente, salir de su camino.
Esta situación es evidentemente un problema social, pero si no aplicamos la dureza de la lógica seguiremos cientos de años más padeciendo cada vez que suben las aguas.
Los primeros habitantes del lugar sabían que no debían instalarse sobre la costa, en las playas para decirlo claramente. Es así que vemos que en tiempos de la Defensa, por ejemplo, la ciudad tenía su centro en el entorno de la plaza Constitución y –por tomar una referencia clara y actual– el aglutinamiento de edificios terminaba a la altura de calle Treinta y Tres Orientales. Desde allí hasta el río se apreciaban algunas chacras y luego los edificios imprescindibles para el funcionamiento del puerto. Nada más.
Entonces, el problema no es el río sino gente que elige vivir prácticamente en su cauce. Aquí es donde se “dividen las aguas” y corresponde analizar detalladamente la real magnitud del problema. Porque si bien todos los “desplazados” sufren las consecuencias de la creciente, mientras algunos requieren ingentes esfuerzos del Estado y fuerzas vivas para traslados, alimentos, residencia transitoria, abrigos, pañales, artículos de limpieza, etcétera, otros ni siquiera solicitan un camión para mover un ropero. Hay quienes incluso han construido muy buenas casas en la zona non aedificandi a su propio riesgo, contraviniendo las rígidas normas –para los que hacen las cosas por derecha, obviamente, pero muy blandas para las ocupaciones ilegales– de ordenamiento territorial, pero de los cuales jamás escucharemos un reclamo por la falta de asistencia de la Intendencia, o porque no les dan un plato de lentejas.
“Si les tuviera que dar un consejo, un único consejo, ¿saben cuál es?: vuelquen la ciudad al río”, dijo el “Gurú de las ciudades” Toni Puig en el reciente Foro Ciudades realizado en Paysandú Innova. “Ya sé que tiene muchos problemas, que se inunda, que es muy cara la construcción, pero vuelquen la ciudad al río. Toda la infraestructura de ocio, cultural, pónganla junto al río, porque las ciudades que están de c… al río son ciudades malditas, malditas por naturaleza. Todas las ciudades que se abren al río, caso Rosario, que se abren al mar, caso Barcelona, y podría poner un montón, son ciudades en las que los ciudadanos recuperan la ilusión”, agregó.
Y esto no significa contradecirnos. Tiene razón el español que transformó a Barcelona no solo en la ciudad turística más importante de su país, sino en un lugar en el que vale la pena vivir. Paysandú debe reponerse a estas circunstancias traumáticas y seguir apostando al río. Pero no prohibiendo construir sino adecuando las normas a la realidad. Por ejemplo, Chile es uno de los países con mayor cantidad de terremotos en el mundo, ubicado sobre el cinturón de fuego del Pacífico. Sin embargo allí no solo viven más de 18 millones de personas, sino que hay miles de edificios con decenas de pisos de altura en las ciudades más importantes. Claro está, la norma obliga a que la construcción sea antisísmica.
“Construyan la infraestructura cultural junto al río, de ocio, de bares, de restaurantes, de encuentros y junto a algunas fábricas del puerto, construyan centros para las nuevas tecnologías. Yo creo que esto es el gran polo de desarrollo de futuro de Paysandú”, enfatizó Puig.
Dar la espalda al río no es la respuesta. Tampoco encerrarnos tras murallas cual ciudad medieval. Hay que encontrarle una solución definitiva a los que menos capacidad de respuesta tienen, esos que movilizan a todo el sistema de emergencias en cada creciente, y evitar de todas formas que esas urgencias se vuelvan a repetir.
Paysandú debe seguir apostando al río, de la misma forma que los balnearios del Caribe siguen apostando al mar teniendo la certeza de que cada tanto un huracán terrible los azotará. Y allí siguen.