Con los dientes apretados, otra vez

El vicepresidente Raúl Sendic ha mostrado en los últimos días un perfil desconocido, o al menos oculto. Contrariamente a su costumbre, eligió un momento específico para recorrer sin descanso los comités de base, donde sabía que se ubicarían los medios de comunicación y buscarían sus palabras. Y él habló.
Dijo mucho, dijo poco y dijo nada: en ese orden. Habló bastante respecto a la historia de los cañeros, defendió el pago en negro realizado durante diez años y se refirió holgadamente a la oposición que junto a los medios de comunicación masivos –utilizados por él mismo para posicionarse con su mensaje– realizan una campaña contra la fuerza política en el gobierno, bajo un lenguaje confrontativo y elegido para la ocasión.
Habló poco sobre su gestión al frente del directorio de Ancap y reiteró conceptos desgastados en boca de otros referentes que lo anteceden en el uso de la palabra desde hace más tiempo, como es el caso del senador José Mujica, quien retorna cada vez que puede a la visión corroída de los “embates de la derecha” para sacar a los “gobiernos progresistas”, cuyo desempeño se acerca cada vez más a las políticas neoliberales que tanto vituperan y cuyos ejemplos obstan porque ya han sido enumerados desde esta página.
Se refirió a “errores” cometidos, declinó hablar sobre las compras efectuadas con la famosa tarjeta corporativa del ente petrolero y por el camino quedó la compra de un colchón Divino, el short para un diplomático y una festichola de inauguración sin sentido e inoportuna por el gasto asumido.
Y no dijo nada sobre la necesaria autocrítica, de la que no solo carece el oficialismo, sino la clase política en general, porque se enfrentaba a un público condescendiente y obsecuente, como son específicamente las bases, con gran incidencia en las agendas públicas e influencia en los temas que se votan tanto en el plenario frenteamplista como en el parlamento nacional.
Jugó a varias cámaras encendidas para mostrar una cara no habitual en una figura que acostumbraba a bajar la voz para hablar y guarecerse en otros personajes de mayor peso, como el mencionado Mujica o el presidente Tabaré Vázquez. Sin embargo, en esta oportunidad estuvo solo y, según algunas crónicas, “no paró ni para comer” desde la mañana hasta la tarde, en una actitud incansable y pocas veces vista en un jerarca del nivel de Sendic, quien envió un mensaje claro hacia el Plenario que se reunirá el 9 de setiembre.
Ahora la misiva apuntó al Tribunal de Conducta Política y a su veredicto que descansa en un informe: “Tienen derecho a equivocarse, lo que no significa que sean malos compañeros”, y con tamaño reduccionismo conceptual cerró su opinión sobre el desempeño de dicho órgano interno. Con razón el general Víctor Licandro renunció un día a la mesa política, al plenario nacional, al tribunal de conducta ética y a la comisión de defensa del Frente Amplio, harto de los desplantes y cansado de ver cómo el Frente Amplio permitía inconductas éticas y morales de algunos de sus dirigentes, cuestionados por el tribunal que dirigía. Y es muy posible que en estos momentos se retuerza en su tumba porque la fuerza política que fundó hace más de cuatro décadas se muestra permisiva con actitudes que siempre rechazó en los partidos tradicionales y demuestra un discurso fundacional –como si nada hubiese existido antes– marcado por la incoherencia.
Así como Licandro reprobó las conductas de Mario Areán y Leonardo Nicolini, entre otros, que lo llevó a un enfrentamiento con la dirección de la Mesa Política de aquel entonces, tampoco le hubiese temblado el brazo ni la voz para manifestarse contra las arengas preparatorias del próximo Plenario, que ya está sentenciado y alertado sobre lo que tendrá que votar. Pero a Licandro jamás lo escucharon y, así como otros frenteamplistas de la primera hora, se tuvo que ir por la puerta de atrás porque había que entregarles el protagonismo a los rapaces que nunca quisieron cambiar el chip por comodidad o viveza.
Así como tampoco sirve de nada aclarar que se cometieron errores y a su vez negar que “metió la mano en la lata” porque la función pública no solo reclama “ser, sino parecer” honesto y coherente, antes que discursivo y confrontativo, en tanto –tal como lo señaló Sendic– “el pueblo, la Constitución y la ley” lo puso en ese lugar para administrar recursos que históricamente han sido escasos, a pesar de los vientos que soplaron a favor de nuestra economía. Justamente es la misma Constitución –poco respetada y usada a conveniencia– que dicta pautas claras de comportamiento a quienes están al frente de los destinos de un país y es la misma que rige en democracia, con la plenitud de los tres poderes. Sin embargo, el aburguesamiento –también largamente criticado en otros– sumado a la impunidad que será ratificada el 9, el blindaje político de los sectores que pautan lo que se vota y lo que queda para atrás confirmarán que a esta película ya la vimos. Solo han cambiado algunos protagonistas que usan básicamente el mismo argumento orientado a un público al que consideran atontado o zombie, cuando –en realidad– no hizo falta el trabajo de la oposición si se toma en cuenta que las críticas provienen desde su propia interna.
El problema es que, nuevamente, votarán con los dientes apretados ante situaciones reiteradas que hacen reflexionar las razones por las cuales existe un tribunal de ética y conducta política. Parece que únicamente sirviera para comparar su desempeño ante hechos absolutamente disímiles, porque no es lo mismo no votar por disciplina partidaria (como el caso de Gonzalo Mujica o un grupo de ediles del Frente Amplio de Rivera) que dilapidar recursos de un ente monopólico que resultó capitalizado por todos los uruguayos. Y aunque se reiteren las cifras auspiciosas en Ancap, alguien tendrá que reconocer que es un organismo que continúa capitalizándose con el pago del combustible más caro de la región.
Por eso la fuerza política tiene, con las palabras de sus dirigentes históricos, la posibilidad de mejorar su argumento y madurar su razonamiento. De lo contrario, recordamos una vez más aquella reflexión del general Líber Seregni: “Constituye muchas veces un escape fácil frente a nuestros errores, achacar, repito, todo al imperialismo y a la oligarquía. Y no es así. Debemos medir cuidadosamente nuestros errores, como única forma de superarlos y de marchar por la buena senda. Porque no es la derecha la culpable de nuestros errores, sino nosotros mismos”.