El apoyo que la familia rural merece, y más

El proceso de la emigración rural, que se traduce en una persistente despoblación del interior profundo, ha sido irreversible a lo largo de las décadas, por una multiplicidad de factores que no se dan solo en nuestro país, sino que es una tendencia global, porque con el paso de los siglos la humanidad ha pasado de ser eminentemente campesina, condicionada por forma de lograr su sustento, a nuclearse en centros urbanos. Lejos de ceder, esta tendencia se ha acentuado.
Pero cada país o región difieren en factores culturales y económicos, porque no es lo mismo la despoblación rural en naciones con gran desarrollo tecnológico que en Uruguay, que tiene base eminentemente agropecuaria y se nutre a partir de lo que produce la tierra, sobre todo productos primarios.
Igualmente, en este contexto, la despoblación rural a la vez de ser una consecuencia es también parte indisoluble de un círculo vicioso, porque esa baja es a la vez motivo de desánimo entre los que quedan y genera inviabilidad de emprendimientos, de extensión de servicios, de mejora de calidad de vida, de esa interacción y tramado social otrora tan vivos en todos los rincones del país. Y lo que se haga en aras de quebrar esta tendencia tiene que ser sobre una base sustentable y atacando en la medida de lo posible las causas, y no solo cubrir problemas puntuales, desde que con el tiempo las carencias se acentúan por falta de soluciones.
El desarraigo de los habitantes de nuestros campos tienen que ver con varios factores. No solo porque los tiempos han cambiado, sino que también se relaciona con la falta de oportunidades y calidad de vida y la tentación de las luces de la ciudad, sobre todo para jóvenes que no se sienten atados a los sueños que antes desvelaban y motivaban a sus padres y generaciones anteriores.
Con todo, es posible y sobre todo necesario encarar esta problemática de la despoblación rural en toda su magnitud y a la altura de la entidad del desafío, a partir de la generación de oportunidades laborales, extensión de servicios e interacción social a tono con la vida moderna. Porque lo que hasta ayer era motivo de satisfacción y orgullo para padres y abuelos, hoy no es asumido en la misma medida por las nuevas generaciones.
Precisamente en lo que respecta a oportunidades, a contar con instrumentos para ocupar brazos y abrirse el camino propio en el quehacer agropecuario, deben combinarse la detección de emprendimientos con el asesoramiento y apoyo crediticio para llevarlo adelante, previa visualización del mercado. En este contexto se han incorporado algunos polos de desarrollo en el interior profundo, como es el caso de emprendimientos forestales en nuestro departamento y zonas vecinas, cooperativas agrícolas, asociaciones de productores en variadas formas. Esto no necesariamente tiene que ser a escala de decenas de puestos de trabajo, sino que hay emprendimientos pequeños, muchas veces de carácter familiar, que a través de su masificación o por lo menos amplia difusión, sirven para crear fuentes de autosustento en el medio rural y por ende atenuar el descontento hasta decidir emigrar.
Es fundamental que los organismos del Estado instrumenten programas de creación de oportunidades mediante herramientas adecuadas, una de las cuales es precisamente crear líneas de crédito de fomento de estos emprendimientos, porque el retorno de esta inversión tiene una diversidad de formas, todas positivas, y mucho más si se trata de los ciudadanos considerados de “segunda”.
En este escenario deben evaluarse acciones como las que se implementan entre la Dirección de Desarrollo Rural y privados, mediante el Programa Microcrédito Rural, que otorgó entre marzo de 2004 y setiembre pasado 37.924 créditos a 13.283 personas por un total de 13,3 millones de dólares. Esta herramienta, que desarrolla tres líneas de crédito de entre 5.000 y 40.000 pesos, está dirigida a productores familiares, asalariados rurales y a quienes viven en localidades con menos de 5.000 habitantes.
El responsable del Programa Microcrédito Rural, José Olascuaga, subrayó que esta iniciativa es una herramienta financiera orientada a fomentar el desarrollo rural inclusivo que permite el acceso a crédito a los productores familiares, asalariados y pobladores rurales con dificultad de acceso al crédito convencional.
Olascuaga puntualizó que este programa es instrumentado por el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, a través de la Dirección General de Desarrollo Rural, en coordinación con la Fundación Uruguaya de Cooperación y Desarrollo Solidarios y con la población integrante de Comités de Créditos Locales.
En la actualidad funcionan 142 comités de crédito local, con presencia en zonas rurales de Canelones, San José, Florida, Tacuarembó, Rivera, Salto, Paysandú, Artigas, Lavalleja, Treinta y Tres y Rocha. A fondos del programa Uruguay Rural del Ministerio de Ganadería se agregaron aportes desde Desarrollo Rural en el presupuesto nacional.
Los objetivos son satisfacer necesidades financieras de corto plazo de la población rural, generar organización entre los beneficiarios y fomentar el uso de los fondos basándose en la confianza, el conocimiento y el control social. El 63% de los usuarios de esos préstamos ha operado entre dos y 16 veces con el programa. Actualmente, la cartera activa es de 1,7 millones de dólares con 3.883 créditos y 97% de ellos al día o con menos de un mes de atraso, lo que da una pauta de la responsabilidad con que se ha encarado el uso de la herramienta y la necesidad de preservarla para el mejor destino de sus acometimientos.
El funcionamiento del sistema se basa en el conocimiento local y en la confianza y para eso en cada localidad donde opera el programa se forma un comité de crédito local, integrado por vecinos, que trabaja voluntariamente en el análisis de los créditos y definición de otorgamiento.
Es decir, hay una coparticipación interesante y un involucramiento que trasciende la formalidad burocrática para adentrarse en la respuesta a realidades y necesidades propias del medio rural. No se trata de la gran solución ni mucho menos, porque no la hay, pero es una forma de acompañar y potenciar inquietudes, de hacer que el joven y su familia no se sientan olvidados y puedan salir adelante en el lugar que los vio nacer y crecer.