Es posible que pocos conozcan a Rafael Radi, pero para tener una aproximación digamos que es el primer investigador uruguayo que integra la National Academy of Sciences (NAS), formada en 1863 para conformar un grupo de referentes a nivel mundial sobre temas basados en la ciencia y la tecnología. Es profesor titular del Departamento de Bioquímica de la Facultad de Medicina y director del Centro de Investigaciones Biomédicas, que reúne a un selecto grupo de científicos pertenecientes a la Universidad de la República, al Instituto Clemente Estable y al Instituto Pasteur de Montevideo en diversas áreas. Es, además, el segundo uruguayo en recibir el Premio México de Ciencia y Tecnología 2016 (el primero fue para José Luis Massera por sus aportes en Matemáticas), considerada una de las distinciones más importantes de la ciencia en Iberoamérica, al tiempo que encabeza las negociaciones con el gobierno para que se concrete la promesa electoral de destinar el 1% del PBI a la investigación. Quizás sea esta, la empresa más difícil de Radi.
Mientras se impulsan iniciativas creadas en los Clubes de Ciencia, que reciben menciones nacionales y reconocimientos docentes, por otro lado se ven pocos resultados porque las ideas siempre acaban en la orilla antes de llegar a tierra firme. Se promueven salidas al exterior para observar las experiencias científicas y académicas que lleva adelante la flor y nata de los cerebros modernos en Silicon Valley, por ejemplo, pero cada vez que una iniciativa novedosa pretende aterrizar en su propio territorio se encuentra con burocracia, falta de recursos o interés y una serie de vueltas que se dan al asunto y finalizan por cansar al impulsor o, en el mejor de los resultados, irse del país con su conocimiento a cuesta.
La comunidad científica conoce con exactitud el manejo presupuestal de otros países similares a Uruguay, que no se encuentran en un estado permanente de debate ni inventan manejos impositivos para acabar con la recaudación de chirolas que se destinan a todo el espectro educativo, incluyendo planes y capacitaciones varias que ha sido denunciado por los sindicatos docentes. Entonces los científicos deben marchar en cada quinquenio a pedir por favor un poco más de recursos para continuar su trabajo y a demostrar que no se quieren ir del país, sino aportar su conocimiento en el mismo lugar que destinó esfuerzos a sus formaciones profesionales.
Esto, sumado a que en la sociedad no se plantea la exigencia de la ciencia para el futuro que llegó hace rato, se transforma en un peregrinaje con bastante menor visibilidad que otros colectivos. Y los interlocutores que tiene la comunidad científica nacional pasan por algunos ministerios, porque se trata de una comunidad que no cuenta con la robustez ni el peso del lobby que se observa en otros países. Entonces, la discusión invariablemente bajará al nivel político.
O la institucionalidad que, como la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII), define como “excelentes” a 110 proyectos, pero solo puede financiar 29, a través de su fondo. Hay 81 propuestas que quedarán por el camino ante la falta de recursos y tal como lo advirtió Radi: “Esto fue un asesinato. Creo que estamos transitando por un camino muy peligroso en el que puede llegar a haber un enfrentamiento importante de la comunidad científica con el gobierno”.
Y no es que el nivel sea escaso porque la convocatoria del fondo se dirigía a investigadores con nivel de doctorado o producción equivalente, que igualmente deberán esperar en los cajones hasta que se encuentren otros recursos que permitan su financiación. Si es que esto ocurre en algún momento.
Otro tema de discusión es el nivel salarial de aquellos que dedican su vida a la investigación científica, sin preferencia por feriados u horarios de oficina, mientras reciben entre $60.000 a $90.000, en el nivel más alto. Aunque la comunidad estima que el salario es “aceptable”, vale la comparación con otros oficios, como por ejemplo un trabajador bancario.
Pero, para tener una idea de la importancia de su trabajo, pongamos por ejemplo la tarea de Radi. El académico uruguayo investiga desde hace años la forma de utilización del oxígeno por las células, en tanto una dosis mala o deficiente conduce al desarrollo de enfermedades cardiovasculares o neurodegenrativas. Es decir, estudia la metabolización del oxígeno en las células para desarrollar estrategias y prevenir enfermedades no transmisibles, un asunto que preocupa al presidente Tabaré Vázquez porque determinan la muerte de siete de cada 10 uruguayos.
Sin embargo, las enfermedades neurodegenerativas tuvieron mucha prensa hace dos años, cuando la Fundación para Estudios de la Esclerosis Lateral Amiotrófica lanzó la campaña del “balde de agua fría”. Por esos días, la Universidad de la República y el Instituto Pasteur publicaron un trabajo académico basado en dicha enfermedad, que no tuvo mayor trascendencia. Mientras tanto, un equipo uruguayo investiga la forma de mejorar la función respiratoria de las neuronas que mueren y afectan el movimiento y la fuerza del individuo afectado por la patología, que resulta promisorio.
Ocurre que la comunidad académica se enfoca en el perfil poblacional del país, con personas que aumentan sus expectativas de vida, al tiempo que se incrementan los casos de diabetes y acumulado de envejecimiento cerebral, al tiempo que no aparecen nuevos fármacos. Pero eso será, probablemente, una tarea que desarrollarán los científicos jóvenes, y para que no se vayan del país la voluntad política deberá ser muy fuerte porque Uruguay, con el 0,34% del PBI, permanece a la cola de la región.