NO LLUEVE
Hace poco estuve varios días en Lima, Perú. Cuando uno viaja y va “de pasada” a un lugar, puede visitar puntos turísticos clásicos, comer algo típico y poca cosa más. Pero si uno tiene la oportunidad de estar más días, conoce más, porque se puede conversar más tranquilo con la gente y aprender. De antemano, uno sabe que en Lima las lluvias son muy escasas, o sea que no le debe llamar la atención al visitante que no haya ni lluvia ni venta de paraguas. Pero otro caso es entablar conversación con algún lugareño, donde ambos se cuentan sin prisa y con total sinceridad natural las cosas buenas y malas de cada país, se intercambian opiniones sobre costumbres, política, sociedad, deportes, etcétera.
Y me pasó. Lo provoqué. Soy muy curioso y torpe. No podía entender del todo eso de la “no lluvia”, motivado por observar una y otra vez desde las ventanas del hotel los techos sucios, llenos de polvo, muchos de ellos con cosas arriba (abandonadas, rotas, viejas), la inexistencia total de canalones al final de las chapas, ningún desagüe ni en casas ni en calles, muchas de ellas sin declive, sin ninguna alcantarilla, sin bocas de tormenta, sin zanjas… nada, ni un desagüe mínimo… nada de nada.
Voy a transcribir casi textual la última parte de un diálogo que terminó –por mi insistencia– casi bruscamente. Es sobre un tema recurrente que cualquiera puede plantear si va a Lima.
–Yo lo entiendo, amigo. Pero si llueve, ¿adónde va el agua? ¿Por qué no tienen un mínimo desagüe como prevención?
— Es que no llueve.
— Comprendo, pero… ¿y si llega a llover algún día?
— Si pasa alguna vez al año, es una llovizna inocente y no da para desaguar.
— Pero… si algún día, como cosa muy rara, llega a llover en serio…
— Es que no llueve (interrumpe), ¿no entiende? ¡No llueve!
Leo por estas horas las discusiones provocadas por la violación y asesinato de Brissa. Leo a quienes plantean cadena perpetua para estos casos (que es planteo viejo y no invento oportuno) y a quienes se oponen a ello argumentando el riesgo de incurrir en “gravísimo” error técnico-jurídico-social si se llegase a condenar equivocadamente a alguien inocente (comprobado mucho tiempo después).
El siguiente diálogo es puramente imaginario. Pero tan real como lo real.
— ¿Y si aún confesándose autor, teniendo las cámaras, los antecedentes, los hechos, todas las pruebas en su contra, todo el jurado, todo el país en contra… el juez se equivoca?
— Es que no va a pasar.
— Entiendo. Pero la Constitución debe prever todo, hasta lo más mínimo…
— Es que no va a pasar.
— ¿Y si pasa?
— Directamente no pasa, ¿no entiende? En casos tan claros, tan evidentes, ¡no pasa!
Perpetua ya, como medida preventiva. Y en todo caso, a los 30 años –por ejemplo–, se revisa el estado del “pobre enfermo”. Después, que los eruditos, sabios, filósofos, técnicos, políticos y todólogos se tomen el tiempo para inventar algo más justo y perfecto.
“No es la solución”, dicen. “La solución perfecta no existe”, dicen. (¡Vaya descubrimiento!)
“La prevención, la educación y el cuidado responsable de los hijos es lo que corresponde”, dicen. (¡Otro descubrimiento!)
No pretendemos ser dioses, decidir sobre la vida de alguien. No corresponde. Es que la perpetua no mata a nadie; la increíble inacción sí lo hace. Sabiendo que “morirán” entre rejas, las bestias sueltas no dejarán de ser bestias, pero pensarán dos veces antes de tragar a su presa.
En Alemania, desde este año están probando método para intentar controlar el deseo de los pedófilos, lo que sería algo así como “el deseo sexual desmedido, equivocado y reconocido”. Según un informe de la BBC, parece que está dando algún resultado “alentador”. Sería bueno también que se descubra cómo controlar el instinto asesino de los asesinos. Y si tienen éxito, algún día, tendremos un montón de pedófilos y asesinos sueltos, pero “autocontrolados”. Bien. Como si fueran fumadores que no fuman porque se autocontrolan. Que se queden tranquilos los padres porque los pedófilos están en la calle o en las casas o en las escuelas, pero “autocontrolados”. Bien. No habla el informe sobre qué hacer con las excepciones que se escapen a la regla. Que sí las habrá.
¿Tenemos miedo de legislar mal y ser injustos? Qué prudentes que somos. Les cuento que el asesino no tuvo ni prudencia ni miedo de ser injusto mientras “no se controlaba” y disfrutaba del aberrante hecho y tampoco cuando decidió sobre la vida de un inocente. Explíquenle a los padres de la nena las razones técnicas de no aplicar escarmientos serios y ejemplares. Háganlo como se debe, cara a cara.
Después de todo, aprendamos de los incas, que son bastante más viejos que nosotros y por tanto más sabios: lo sencillo es sencillo y no hay que complicarlo: no llueve y dos más dos es cuatro. Ya encontraremos tiempo y forma de ocuparnos del tema el día que la cuenta salde cinco y nos sorprenda. Andrés Germán Oberti Rual