Todos los colectivos minoritarios o comprimidos, que por tanto tienen menos peso propio en la sociedad, necesitan expresamente contar con un apoyo extraordinario en diferentes ámbitos, sea laboral, educativo, social, estructural u otros.
Diversos grupos tradicionalmente segregados (las mujeres, los homosexuales, las minorías raciales, los discapacitados) poco a poco logran avances alcanzando espacios de igualdad, venciendo prejuicios que vienen desde el fondo de la historia. Sin dudas, y bien claramente, bienvenidos todos estos avances que favorecen a toda la sociedad.
Todo esto, junto a conquistas legales como el matrimonio igualitario, está muy bien y es uno de los grandes avances contemporáneos. Pero sucede que a veces toda esta ola de logros auténticos viene acompañada por prácticas vacías e hipócritas que se ponen de moda y que, a veces, pese a que son el fruto de buenas intenciones, terminan conspirando contra el fondo del asunto.
Paysandú primero, Montevideo después, en sesudas resoluciones, de esas que transforman la sociedad, esas medidas que aseguran que los políticos de turno graben para siempre su nombre en la memoria colectiva, resolvieron no realizar más el certamen Reina del Carnaval.
Paysandú sostiene que “no le va ni le viene, no aporta nada” elegir una Reina de Carnaval. Montevideo fue más concreto y subrayó que se trata de evitar que un concurso así “fomente estereotipos de género y ejerza violencia simbólica contra las mujeres”.
La verdad no expresada de por qué la intendencia sanducera no hace más el certamen es porque la imposición de la Unidad de Género, Generaciones y Derechos Humanos, eliminó los límites de edad, sexo, opción sexual. Y en lugar de generar una presencia multitudinaria, las mujeres se fueron por el costado, casi como huyendo.
Montevideo va más lejos e introduce el concepto acuñado en los años setenta por el francés Pierre Bourdieu. Pero lo introduce de manera banal y discriminadora. La belleza no es un estereotipo de género, es una característica de género.
¿Acaso discrimina la prueba PISA que determina el nivel de estudios secundarios en diferentes naciones? Los más “burros” no se sienten discriminados, saben que o no les enseñaron bien o no aprendieron. Pero no son segregados.
Pues bien, en esta atropellada baguala contra los reinados de belleza, lo que realmente ocurre es que se discrimina y persigue a las bellas. Las más lindas que ardan en la hoguera sexista; lo es, porque discrimina. Se expone como en apoyo a una supuesta igualdad. Pero aunque los transexuales tienen todo el derecho a elegir la vida que deseen, nunca podrán ser “iguales” a las mujeres. Por otra parte, el jurado nunca podrá elegir objetivamente, porque tendrá que decidir sobre diferentes condiciones. Algo así como cuando la maestra decía que “no se pueden sumar peras con manzanas”. Y eso no es discriminación. Lo mismo ocurre con las personas con discapacidad. Si debe andar en silla de ruedas y la hacen competir en igualdad de condiciones con mujeres, hombres, trans y demás, no es objeto de inclusión sino de exclusión. Esa es violencia simbólica de la que escribió tanto y tan bien Bourdieu.
Es simple y sencillamente un certamen de belleza. Seleccionar a una representante –una “figura” como dice Montevideo ahora– para que represente la belleza del lugar, presida los desfiles de carnaval y sea la figura promocional de la fiesta popular.
No tiene ningún sentido intentar desterrar el concepto de belleza. Es exclusión, dicho sea de paso. Nicolás García Curiel debería reescribir su éxito “Que se mueran los feos” y cambiarlo por “Que se mueran los lindos”.
Suena y es un disparate. El asunto este de ser inclusivos, de no cosificar a la mujer, se ha transformando en blableta barata, sin tomar en cuenta las consecuencias del híbrido que están construyendo.
Si la mujer es cosificada en un concurso de belleza, en carnaval hay que ir mucho más allá. ¿Qué pasa con las vedettes y destaques de scolas y morenadas? Hacerlas desfilar en trajes tan sugerentes, ¿no es cosificarlas? Y a esas niñas que abren generalmente la agrupación, en coquetos trajes ¿no se las expone? La mujer se presenta libremente a un concurso de belleza, de la misma forma que sale como vedette en una comparsa. El tema de las niñas y niños es más complejo. En todo caso, también hay un tema de libertades en todo esto: la libertad de participar de un concurso de belleza para mujeres, y la del público de ir a presenciar libremente un espectáculo de este tipo, y disfrutarlo sin que se lo tilde de discriminador porque les gusta admirar la belleza fémina.
No es cierto que todos tenemos que hacer lo mismo. No lo es. Del mismo modo que desde mediados del siglo XIX se eligen en innumerables concursos a las más bellas, solamente los mejores deportistas, los de élite, están en los equipos principales de fútbol, básquetbol, rugby, fútbol americano, tenis y más. No alcanza con decir que le damos oportunidad a todos, porque no es verdad. Siempre se terminará seleccionando a los que cumplen determinadas condiciones, y los que no, quedan por el camino. Por lo tanto, incorporar a discapacitados, trans, hombres y más en un concurso de belleza junto a mujeres, es excluirlos. Por otra parte, esa falsa inclusión lleva a que por un lado, cada vez se postulen menos mujeres –nadie puede obligarlas a presentarse–, y por otro, que el público no acompañe. De esta forma logran la peor de las discriminaciones: que gane el concurso el/la que queda por descarte, y que la ciudadanía le dé la espalda no concurriendo al evento.
¿No será momento de dejar de jugar a los inclusivos con tonterías que no cambian nada? ¿No nos merecemos que los gobernantes realmente tomen decisiones transformadoras?
A ver, ¿por qué no obligar a que los empaques de medicamentos y alimentos tengan también una leyenda en Braille? ¿No es eso una verdadera inclusión de un sector minoritario pero que no debe ser segregado? Otro tanto ocurre con la reglamentación que exige que el cuatro por ciento de los ingresos a la Administración Pública deben ser de personas con discapacidad. En Paysandú seguimos teniendo una curiosa doble Zona Azul porque la intendencia sigue negándose a incorporar a las cuatro personas con discapacidad a su plantilla, y a liberar completamente el estacionamiento tarifado a quien se lo concedió.
El gran discriminador es el propio sistema. Cuando un gobierno establece un plan educativo que no es seguido por sus hijos, que van a los mejores colegios privados; cuando un gobierno hace un sistema de salud pero los políticos jamás se atienden en hospitales públicos; eso es exclusión.
Es exclusión mantener un país para los políticos y pudientes y otro país para los que sobreviven por gracia divina de quienes gobiernan, que magnánimamente hacen planes de espejismos de inclusión para los pobres, los transexuales, los discapacitados y todos los grupos segregados.
Es una tontería no elegir una reina de carnaval, como si la belleza fuera un signo demoníaco. Y es más tonto porque no es algo realmente importante. No es trascendente para el discurso de la inclusión. Un discurso, tantas veces –y a todas luces– discriminador.