Una cuestión de pocos

En su discurso de asunción al cargo como ministro de Relaciones Exteriores, el 2 de marzo de 2015, Rodolfo Nin Novoa anunciaba “formalmente la creación de un espacio de diálogo y consulta en el cual podamos habitualmente intercambiar opiniones sobre los temas relativos a esta cartera”, con representantes de otros partidos políticos de Uruguay a fin de “hacer de la Política Exterior una cuestión de todos”.
Aclaró que de esta manera llevaría adelante “una política de Estado en donde quepan todas las opiniones, todos los puntos de vista y donde se puedan volcar los matices que serán al fin y al cabo los que nutrirán nuestra acción”.
Nin Novoa quería –al menos el día de su asunción– “que la gestión trascienda mi persona ya que lo importante es el interés nacional y no el lucimiento personal”. Además, en esa jornada anunciaba que había elegido a “profesionales de esta casa” porque “creo en la profesionalización de la función pública” y “en el respeto a la carrera administrativa”.
Hace tres años, el canciller reconocía la presencia de nuevos países emergentes y su influencia en los procesos de integración, enmarcados en una globalización que exige una rediscusión de las reglas y pautas del comercio internacional. Ya en ese momento se sinceraba en torno a los índices de desarrollo esperados, que no conformaban las expectativas continentales para estar a la altura del contexto internacional actual.
También allí se definió como un “integracionista desde siempre”, con la convicción que el Mercosur deberá abandonar “la retórica vacía, que apueste a las concreciones y no a los discursos que luego no se cumplen”, con “una agenda activa que rompa con el encierro”.
Ese fuerte discurso que apuntaba a un abanico aperturista, no se conformaba con “visiones presuntamente ideológicas” que trancaban el desarrollo regional en el actual contexto internacional. En ese momento, ese tramo de su discurso iba dirigido al gobierno kirchnerista, que aún estaba en Argentina, cuando reiteró que las prácticas proteccionistas eran rechazadas si la practican los países poderosos, pero que “resultan aún más inadmisibles cuando las sufrimos en el vínculo entre países hermanados por la historia”.
Parece una obviedad, pero resulta conveniente repetirlo, que dadas las condiciones que presenta nuestro país –mercado pequeño y ubicación geográfica— el comercio exterior es un elemento clave para su desarrollo porque el planeta atraviesa un cambio de época, antes que una época de cambios. Cuestiones ampliamente diferentes.
Sin embargo, la fuerza política del gobierno no ha entendido que esta realidad llegó hace rato. Muy por el contrario: aún se discute si un Tratado de Libre Comercio (TLC) con otra nación es positivo o negativo para el país, en función de las apetencias que dominan al Plenario. Y al Plenario del Frente Amplio lo dominan las bases y los sectores radicales, por lo tanto, el final está cantado.
Si el presidente Vázquez va a China o se compromete con Chile a una mayor apertura de los mercados, sabe que cuando retorne al país deberá suavizar su discurso porque anuncia una cosa hacia afuera, pero desde dentro se concentran los verdaderos espacios de poder que le digitan cómo debe continuar con la política exterior.
Y en el caso de Chile es flagrante, porque la pausa instalada en las negociaciones –e impuesta por el partido de gobierno– no era para estudiar los beneficios de un acuerdo, sino para esperar los resultados electorales que por aquellos días dirimían los chilenos entre el candidato socialista, Alejandro Guillier y Sebastián Piñera, a la postre ganador. Es que no había voluntad de votar acuerdo alguno que tuviera como protagonista a un presidente de derecha.
Y en este caso, conviene recordar que la enjundia utilizada por Vázquez para resaltar el acuerdo con México (un mercado de 127 millones de habitantes), proviene de un TLC firmado el 15 de noviembre de 2003 por los presidentes Jorge Batlle y Vicente Fox, que permitió la ampliación de la venta de productos lácteos, especialmente leche en polvo. En la capital mexicana, el presidente aprovechó para decir que “Uruguay es el único país del mundo que va a entrar con sus productos lácteos, particularmente con la leche en polvo, a los anaqueles, a las góndolas de los alimentos, créanme que todos los países productores de leche del mundo van a mirar con atención”. Sin dejar de mencionar que a partir de este año, todas las carnes ingresarán a México con un 15% de arancel, mientras Uruguay está exento porque cuenta con un cupo de 250 toneladas libre del impuesto.
En todo caso, conviene aclarar –una vez más— que ese ingreso no es un logro del actual gobierno, dada la mirada fundacional que tienen sobre el país, sino que estuvo precedido por gobernantes con cabeza un tanto más abierta que permitieron esta ventaja. Si estuviese planteado ahora un acuerdo de estas características con el gobierno de Enrique Peña Nieto, seguramente aún estaría “a estudio” de la fuerza política.
En los últimos días se anunció que la ministra de Industria, Carolina Cosse, viajará a China este miércoles, a fin de promover la cooperación en tecnologías de la información y la comunicación, con delegados de unas 25 empresas. Las cifras oficiales aseguran que el gigante asiático es el principal socio comercial de Uruguay en materia de bienes y hacía allá va el 28% del total, además de transformarnos en los últimos tiempos en uno de los más importantes exportadores cárnicos.
Es demasiado importante para que quede reducido a la voluntad de un plenario, dominado por una minoría radical, de lo contrario, no se cumple un ápice de los deseos que conformaron el discurso aperturista, con énfasis en la profesionalización de la cartera, que dijo Nin Novoa el día de su asunción. Es que el Frente Amplio planteará que las decisiones en política exterior pasen por su próximo plenario, según lo adelantó el diputado socialista Roberto Chiazzaro, miembro de la Comisión de Asuntos Internacionales de la cámara baja. Es decir que un plenario que no fue votado en las urnas por la ciudadanía, laudará ideológicamente la conveniencia de acuerdos con otros países. Una vez más, el gobierno del Frente Amplio nos demuestra que las resoluciones en democracia son relativas.