Con un suspiro de alivio, Colombia recibió el anuncio de que no sería afectado por medidas restrictivas a sus exportaciones de carne bovina como consecuencia de la aparición de un brote de fiebre aftosa en la frontera con Venezuela, luego que aquel país dispusiera la incautación y sacrificio de 15 bovinos que dieron positivo en el departamento de Arauca, al oriente del país.
Estos animales habían ingresado de manera ilegal a Colombia el pasado 31 de enero, provenientes de Venezuela, según el ministro de Agricultura de Colombia, Juan Guillermo Zuluaga.
Los animales infectados con el virus fueron aislados, sacrificados y quemados “como está establecido en los protocolos sanitarios para animales de contrabando, con lo cual no hay virus de la enfermedad circulando”, dijo Zuluaga.
Esta información podría evaluarse en forma aislada como intrascendente y solo de relativa importancia para Colombia, teniendo en cuenta sobre todo el desenlace feliz en cuanto no afecta la producción ganadera de ese país, pero los antecedentes y el hecho de que involucra la riqueza ganadera del subcontinente sudamericano dan al episodio una proyección mucho mayor.
La aftosa es una enfermedad viral altamente contagiosa “cuyas repercusiones económicas son considerables”, según la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE por sus siglas en inglés). Bovinos, suinos, ovinos y caprinos son los animales más afectados por este virus.
Precisamente se había expresado preocupación de que con la aparición de este caso hubiera riesgo de que Colombia perdiera el estatus sanitario otorgado por la OIE, como ocurrió en julio de 2017 después de un brote de aftosa en algunas zonas del país. Perder ese estatus podría significar el cierre de mercados de carnes a otros países.
Sin embargo, el presidente Juan Manuel Santos informó que su país conservó el estatus sanitario de libre de la enfermedad: “Nuestras exportaciones de carne están a salvo”, dijo Santos.
Pero el “por ahora”, es el agregado que deberíamos plantear, y no solo para Colombia, sino para toda la región, porque este escenario episódico reafirma la necesidad de que las redes de vigilancia sigan en estado de alerta permanente. Se pone al desnudo nuevamente la fragilidad de las fronteras y la forma en que en varios países sudamericanos maneja la cría de animales, sin los controles y acciones protocolares correspondientes, con un contagio potencial siempre presente.
Colombia forma parte de los países declarados como zonas libres de fiebre aftosa con vacunación por la OIE. A mediados de 2017 se detectó un brote de aftosa en el país, por lo que el Gobierno le pidió a la OIE establecer una “zona de contención”, compuesta por el departamento de Arauca, Boyacá, Casanare y Cundinamarca, según la OIT.
A partir de diciembre de 2017 entró en efecto el reconocimiento de Colombia como una “zona libre de fiebre aftosa donde se practica la vacunación”, a excepción de la zona de contención, agrega la OIE.
En el Mercosur, por encima de las conocidas falencias desde el punto de vista del intercambio y complementación comercial-productiva en el bloque, se han logrado importantes acuerdos en coordinación y protocolos en marcha para preservar la riqueza ganadera, e incluso se han adoptado pronunciamientos que tienen real significación. Ese es el caso de la declaración que en su momento diera a conocer la Federación de Asociaciones Rurales del Mercosur (FARM), acerca de la situación de la aftosa en la región.
Señalan las asociaciones adherentes que tras varios años de esfuerzo de un sistema de alianza público-privada pensada para controlar y erradicar la fiebre aftosa en los países de la región, se hace imperiosa la necesidad de revisar las acciones, metodologías y roles institucionales, “dadas las sucesivas reemergencias de esta enfermedad, que nos convoca al replanteamiento de metas con indicadores y objetivos que sean verificables. Además resulta indispensable hacer un seguimiento constante del cumplimiento de dichos objetivos a través de una auditoría y un control sostenido”.
Al dar cuenta de la reemergencia, indudablemente los técnicos del Mercosur refieren a que si bien se ha estado ante focos y empujes episódicos durante décadas, la aftosa es una enfermedad endémica en la región, y ha condicionado la mejora del precio de la producción cárnica en los mercados internacionales, desde que hay lugares en los que han fallado los controles y los organismos y gobiernos correspondientes no han actuado responsablemente.
Ante este escenario que tantos problemas nos ha traído, el último de los cuales fue la crisis de 2001 en Uruguay por el contagio de la fiebre aftosa desde países vecinos, se ha creado el Plan Hemisférico para la Erradicación De la Fiebre Aftosa (Phefa), que fijó metas y zonas para los países de la región, con el objetivo de que en 2020 se pueda llegar al control de la enfermedad en todo el territorio sudamericano.
Avanzar hacia esas metas, como bien lo consideran las gremiales agropecuarias involucradas, exige una estrecha, firme y transparente participación de los sistemas sanitarios de cada país, así como una responsable contribución de los organismos regionales e internacionales en la articulación de dichas acciones.
Asimismo, desde el punto de vista político y económico, es preciso garantizar los recursos y confiabilidad de la información que se suministre, circunstancias indispensables para la toma de decisiones. En este punto es fundamental que las entidades involucradas y los gobiernos asuman responsabilidades y cumplan los compromisos, porque durante años se ha practicado en algunos países un ocultismo cómplice para no compartir información, jugándose a que se podría limitar el daño sin que trascienda hacia los mercados compradores.
Lo único que se ha logrado con estas posturas es lo contrario, haciendo que focos que podrían haber sido controlados en poco tiempo, se proyectaran como un dominó a extensas regiones y terminara por generar un caos sanitario.
Valga como ejemplo la dolorosa experiencia de la epidemia ocurrida en los años 2000/2001, que marcó la señal de alerta de la imperiosa necesidad de un tratamiento regional de prevención y control de la epizootia. Y de vez en cuando episodios como el de Colombia de los últimos días nos recuerdan que el objetivo supremo vale el esfuerzo del día a día. También sirve para repensar los riesgos de dejar de vacunar, como proponía con fuerza nada menos que Brasil, país que tiene fronteras terrestres tanto con Venezuela como con Uruguay.
Es que en un subcontinente sudamericano que tiene en la producción basada en recursos naturales la piedra angular de su economía, una de las premisas básicas es preservar y potenciar estas ventajas comparativas, más allá de que es preciso poner énfasis en priorizar el agregado de valor a esta producción para generar trabajo y riqueza dentro de fronteras.